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ESPECIALES

El tiempo, la ceiba y el hombre en el siglo XXI

El análisis actual de los avances de la sociedad humana y, sobre todo de los cambios científico-tecnológicos que en ella tienen lugar desde que en la segunda mitad del siglo XX se produjera un vertiginoso cambio de paradigma social derivado de la revolución científico-técnica, todo lo cual se ha acrecentado con el avance del siglo actual.

La época de nuestros bisabuelos, abuelos e incluso de los padres de quienes «peinamos canas», se expresaba en un avance relativamente lento del tiempo en cuanto a cambios tecnológicos y descubrimientos científicos se refiere.

Incluso era común que en 70 años una misma persona solo escuchara de cuatro o cinco descubrimientos de primer nivel, y en ocasiones la puesta en práctica de los mismo promediaba entre 18, 20 o más años. Este era el ritmo de avance de lo nuevo en la sociedad humana. Ello no significa que, por momentos, se produjeran “nudos” de vertiginosos avances, y cambios cualitativos en ellos, que fueron catalogados como verdaderas revoluciones (del pensamiento, industrial, técnica) y de ese modo marcaron hitos de modernidad, mejoras productivas, comunicacionales, nuevos saberes, confort, etc.

Teniendo en cuenta todo lo anterior nos surge la siguiente pregunta en pleno siglo XXI: ¿Qué retos epistemológicos y existenciales nos traen lo que acontece ahora en los predios de la tecnociencia y la innovación? Para pregunta tan abarcadora no hay una sola respuesta.

Aquí deseo centrar la atención en la relación dialéctica de dichos cambios y el tiempo (con su carácter unidireccional, ese que -por momentos nos parece que “nos sobra” y en otras ocasiones “nos asfixia” la falta de él- y que tan importante papel juega en toda nuestra vida.

Ahora los descubrimientos, su puesta en práctica, comercialización, uso social (personal, familiar o de grandes colectivos) están signados por la impronta de que se han desdibujado casi las fronteras entre un paso y otro en esa cadena del laboratorio científico hasta el uso final de un producto. La innovación tecnológica, la gestión del conocimiento, las fusiones ciencia-producción, son los factores causantes de esos avances. Esto ha producido también que se tengan que transformar los modos de enseñanzas en las escuelas, la forma de preparar los profesionales en las universidades, y que en las empresas y demás organizaciones laborales se haya pasado al “aprendizaje continuo” donde desaprender y aprender son procesos permanentes.

Ahora bien, en otras esferas de la sociedad los cambios se muestran más lentos. En los modos de actuación de los mandos decisores de la economía, las políticas, el ordenamiento jurídico, se va mucho más lento. La causa es conocida: la división de la sociedad en clases sociales, en partidos políticos y organizaciones sociales que las representan en sus intereses, trazan programas para acceder al poder político y luego son quienes toman las decisiones, constituye un escenario digno de estudiar profundamente.

Otra cosa es que los seres humanos (que pensamos y actuamos en sociedad) tenemos una amplia gama de intereses, motivaciones, apetitos de consumo, sueños de éxitos y de una prolija gama de comportamientos individuales, los cuales son difíciles de satisfacer -aun cuando hay líneas comunes que son identificables y que precisan atención- de modo que no siempre estaremos conformes con decisiones tomadas por otros, donde nos vemos involucrados o sus efectos tocan nuestros intereses. Tanto es así, que una célebre personalidad del siglo XX escribió: “Si los axiomas geométricos chocaran contra los intereses de los hombres, habría quien los refutasen”.

La meditación sobre estos temas recurrentes de la sociedad humana nos lleva a configurar el título de este texto. Debemos acercar los tiempos de los cambios a los intereses, motivaciones, sueños y conductas de la mayoría (casi a la totalidad) de los seres humanos que convivimos en los predios de nuestros respectivos países. La vida humana no rebasa los 80 años promedio (y hay países donde no llega a los 60) por ello ganar tiempo, mejorar las condiciones de vida de sus ciudadanos, levantarlas barreras que los mismos hombres ponemos con nuestras malas decisiones, las que se retrasan y los que se olvidan tomar (sobre todo después que los políticos salen de la campaña electoral y forman gobierno) pues el carácter irreversible y relativo del tiempo, la finitud de la vida humana nos lo demandan.

Siempre habrá prioridades colectivas por encima de sueños y expectativas individuales que atender. Los intereses de una nación son de gran significación colectiva; pero lo que no puede esperar “calendas griegas” son los pobres –“las estirpes condenadas a cien años de soledad”, como escribiera Gabriel García Márquez-, que en dicha sociedad conviven, tal como actúan los sujetos decisores en el Capitalismo. Ello demanda un grado extremo de responsabilidad de los que dirigen. Como ha expresado en más de una ocasión Fidel Castro: no hay nada más responsable en el mundo, que ejercer con responsabilidad la política, sobre todo en tiempos en que está en juego la propia existencia de la vida sobre el planeta Tierra.

Todos debemos exigirlo por todas las vías de lucha. La vida humana lo necesita pues su existencia individual difiere por completo al tiempo de vida de una ceiba: con 300 años promedio.

El proceso revolucionario en Cuba ha estado marcado por una serie de valores intrínsecos que han sido fundamentales para su desarrollo y consolidación a lo largo de los años. Uno de los más destacados es la justicia social, que ha sido un pilar fundamental de la Revolución cubana. La solidaridad, la resiliencia y la creatividad, han sido fundamentales para el pueblo cubano y su lucha por la justicia social, la igualdad y la independencia. Han sido la base sobre la cual se han construido las conquistas y logros de la Revolución Cubana, y continúan siendo valores importantes para el desarrollo y el futuro de la sociedad.

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