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Persistencia de las crucifixiones

Las deportaciones masivas de los emigrantes en el territorio de los Estados Unidos nos recuerdan el libro de Éxodo de las sagradas escrituras. Y es que, si bien los hebreos iban hacia una promesa de redención que no siempre fue una tierra física sino una metáfora de libertad y de sanación humana; los latinos atraviesan el continente de regreso sin que la promesa de ese terreno fértil haya funcionado.

Hoy cuando las personas encadenadas son el testimonio de una política esclavista de corte fascista, no podemos pasar por alto que solo el odio y la violación de todo derecho germina ahí donde se explota fuerza de trabajo y se discrimina por razón de clase y además, etnia, cultura, raza y sexo.

En la tierra que muchos creyeron prometida, hoy el emperador crucifica a los que entiende ajenos y una muchedumbre de modernos fariseos se ha congregado en Washington para corear el nombre de los asesinos de la dignidad y de la verdadera libertad. ¡Crucifícalo!, decía la masa ante Jesús hace miles de años. Pareciera que es lo mismo que grita la turba que pide ahogar a Cuba en sanciones o con una invasión que sesgaría las vidas de inocentes.

El nuevo emperador, que en realidad es un viejo canalla, empuja hacia la frontera a quienes juzga como delincuentes, a los que solo querían trabajar y aportar, a quienes lo perdieron todo y estaban dispuestos a darlo todo por un sueño. Es la misma idea de las tribus cruzando el Mar Rojo, es el mismo golpe del Faraón que los persigue y los anega en la desdicha.

El emperador, que dice adorar a Jesús, esconde una imagen de Judas. Ese becerro de oro, que es el origen de todo mal, busca su propia esencia a toda costa. El capital por el capital excluye al ser humano.

En esta posmoderna crucifixión del Jesús, se nos presenta tal cosa como un acto cristiano y piadoso, sin saber que estos modernos fariseos serán también avergonzados y que las promesas de justicia del Maestro llegarán con las revoluciones.

No olviden que los revolucionarios latinoamericanos -herederos también del cristianismo primitivo- estamos guiados por profundos sentimientos de amor y amamos al prójimo como a uno mismo, pero con una esencial diferencia: no nos dejamos crucificar.

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