fbpx
ESPECIALES

Mientras EE.UU. contaba balas, China contaba el tiempo

La presidencia de Donald Trump, caracterizada por una retórica beligerante y un proteccionismo estridente, ofrece un amplio campo de estudio, esencialmente preocupante, sobre las dinámicas del poder global. La relación entre Estados Unidos y China, en particular, se convierte en el microcosmos de una transformación más profunda en el orden mundial.

Mientras la administración Trump, al estilo del «Viejo Oeste,» parece obsesionada con «contar las balas»—imponer aranceles punitivos y demonizar a su adversario—China ha adoptado un enfoque más paciente, estratégico y, en última instancia, más efectivo: «contar el tiempo.»

La política de Trump hacia China, en su esencia, es un ejercicio de miopía estratégica. La obsesión por reducir el déficit comercial y castigar a China por prácticas comerciales injustas, sin duda, campanea en una base de votantes afectados por la desindustrialización. Sin embargo, esa estrategia carece de una comprensión profunda de las dinámicas estructurales que permiten el ascenso económico de China, y de una apreciación de la cultura china, basada en la planificación a largo plazo y la diplomacia, no en la coerción.

El gobierno de Trump se enfrenta a China como si aún estuviera en el auge de la Guerra Fría, demonizando al rival y aplicando aranceles punitivos sin considerar las consecuencias más amplias. Esta política unilateral y proteccionista no solo debilita la posición de Estados Unidos en el escenario global, sino que abre puertas para que China afianzara sus relaciones bilaterales y expandiera su influencia en el mundo en desarrollo.

Mientras tanto, China, lejos de reaccionar de forma impulsiva, aprovecha el caos generado por la administración Trump para acelerar sus propios planes estratégicos. La Iniciativa de la Franja y la Ruta, con su ambiciosa visión de conectar Asia, África y Europa a través de inversiones en infraestructura, se convierte de plano en una alternativa atractiva para los países que desconfian del modelo de desarrollo occidental, agravado en los últimos dos años por la guerra de la OTAN en Ucrania, obviamente, no solo contra Rusia.

China, como un maestro jugador de ajedrez, parece haber estado contando el tiempo, esperando el momento y desarrollando una visión de largo alcance para su ascenso global. El país ha priorizado la inversión en investigación y desarrollo, enfocándose en la autarquía tecnológica y la supremacía en sectores como inteligencia artificial, energía renovable, 5G y 6G. Este enfoque estratégico se basa en una visión diferente del poder en el siglo XXI, que va más allá de la coerción militar o el control económico.

La diferencia cultural entre ambos países es también un factor crucial. Mientras la cultura estadounidense, caracterizada por el individualismo y la inmediatez, tiene dificultades para comprender la paciencia estratégica y la planificación a largo plazo de China, esta última emplea una estrategia de diplomacia proactiva y construcción de relaciones que ha permitido al gigante asiático extender su influencia a través del planeta.

La cultura china, con su énfasis en la educación, la adaptabilidad y la paciencia, ha probado ser más adecuada para navegar el panorama geopolítico del siglo XXI. Las redes de la diáspora china en todo el mundo, combinadas con su enfoque pragmático en la comunicación, han permitido saltar las barreras idiomáticas y construir alianzas en todas las esferas de la sociedad global.

Pero no todo es blanco y negro. La economía china aún enfrenta desafíos significativos, como la creciente desigualdad, el envejecimiento de la población y la dependencia de las exportaciones. Además, las tensiones geopolíticas -impulsadas por la CIA y otras agencias occidentales y del Medio Oriente- siguen siendo la amenaza, lo que sugiere que la competencia entre ambas potencias no ha llegado a su fin.

Sin embargo, es innegable que el enfoque del «Viejo Oeste» de la administración Trump ha sido superado por la visión estratégica china.

Mientras Estados Unidos parecía contar «balas», con su lógica de poder basada en la coerción, China «contaba el tiempo».

La lección es clara: en el mundo complejo e interconectado del siglo XXI, el poder se basa en la innovación, la cooperación y la visión estratégica a largo plazo, no solo en la fuerza bruta. El desplazamiento de poder de Estados Unidos a China es una realidad, y la administración Biden perdió el tiempo de hacer correctamente la tarea de responder a este nuevo panorama con una estrategia más inteligente, coherente y, sobre todo, más paciente.

En China, una empresa de 200 trabajadores y 6 millones invertidos por el gobierno chino ha provocado la mayor pérdida histórica en la economía norteamericana… ¿o la habrá reorientado?

El hecho no es de carácter retórico, China ha invertido fuertemente en IA, reconociéndola como un motor clave para el futuro. Empresas como DeepSeek AI son un ejemplo de este avance. No solo se trata de investigación, sino también de la aplicación de la IA en diversos sectores, desde la manufactura hasta la vigilancia y la defensa.

Siga señor Trump, siga sacando forzosamente la mano de obra de los EE.UU. o empleando en su gabinete activos mediocres que no la han visto pasar, siga obsesionado con Cuba, Nicaragua y Venezuela, siga apapachando a su super empresario mientras conquista Marte y hace de payaso, siga cambiando nombres a las tierras ancestrales, siga sin verla pasar, con sus trenes lentos hacia el Oeste, cargado de balas y dinamita…

Tomado de La Mala Palabra.

Redacción Razones de Cuba

Trabajos periodísticos que revelan la continuidad de las acciones contra Cuba desde los Estados Unidos.

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba