El presidente de los niños

Como siempre, llegó hasta ellos dejando de lado protocolos, horarios y apuros de días de tanto trabajo, donde no alcanzan las 24 horas de cada jornada.
Sus sonrisas inocentes y gestos sinceros son su motor impulsor para seguir confiando y luchando, creyendo y soñando, a pesar de obstáculos gigantes y preocupaciones inmensas e interminables.
En cada visita los busca ¿o ellos lo buscan a él? No importa. Desde un barrio, desde una escuela o un círculo infantil, en comunidades apartadas o en el centro de la ciudad, todos sus recorridos como candidato a diputado por su natal Santa Clara, han estado marcados por esos minutos de alegría genuina que desborda, al dejar de ser el hombre del millón de responsabilidades, para convertirse simplemente en el padre o el abuelo.
¿Acaso estos encuentros le recuerdan cuando hace más de dos décadas él corría con Yeni y Migue del brazo, como un santaclareño más, yendo y viniendo de la escuela al deporte o de ahí al ballet?
Quizás sea esa nostalgia de una vida pasada, o esa vocación infinita de padre, la que lo haga agacharse a la altura de sus interlocutores, preguntarles cómo les va en las clases, qué necesita su escuela, cómo se sienten en su localidad y, sobre todo, escucharlos, con la seriedad y el respeto que merecen, desde la profunda convicción de que la sinceridad incomparable de los niños encierra las mejores respuestas.
Y es que él simplemente sabe que esas manecitas suaves y tiernas encierran en sí el futuro de un país, de nuestro país; por eso vale tanto el cuidarlas y guiarlas, el protegerlas y hacerlas feliz.