Cuba: más de 60 años de guerra contra el terrorismo

El triunfo del primero de enero de 1959 significó para Cuba la definitiva independencia, la derrota total de una dictadura que sometió a sangre y fuego a la Isla durante unos oscuros seis años de terror, pero también marcó el inicio de una nueva guerra, esa que implantó al terrorismo como arma fundamental para intentar socavar la valentía de todo un pueblo.
La década de los 60, cuando la naciente revolución cubana escribía sus primeras páginas de igualdad, de justicia social, de progreso “con todos y para el bien de todos” como quiso siempre el Apóstol, constituyó también un período de duro enfrentamiento a los ataques mercenarios y las “nuevas estrategias” del gobierno de turno en la Casa Blanca, que comenzaron con el asesinato de líderes sindicales, de maestros voluntarios y las explosiones, la del vapor La Coubre en el puerto habanero y en establecimientos públicos, tiendas como El Encanto, donde perdió la vida la destacada revolucionaria Fe del Valle, por solo mencionar algunos ejemplos.
Los años sesenta vieron llegar la invasión mercenaria por Playa Girón, prueba de fuego del naciente ejército revolucionario que, limitado de recursos y armamentos, escribió una de las páginas más gloriosas de nuestra historia patria: la primera gran derrota del imperialismo en América.
Aquellos días también se vivió la fiebre porcina, los ataques bacteriológicos a plantaciones de caña y otros cultivos importantes, al ganado, a los campos de tabaco y de café. Fueron los días de la Operación Peter Pan, el más cruel de los intentos de desestabilizar a la familia cubana.

Luego del fallido intento de guerra convencional que quisieron con Girón, el guion de la novela tuvo sus variaciones, aunque el objetivo siempre fue, ha sido y será el mismo: destruir a Cuba y a su sistema socialista cueste lo que cueste.
Entonces vinieron los años de los ataques a las embajadas cubanas en el exterior y el asesinato de diplomáticos y representantes consulares de la mayor de las Antillas, en una flagrante violación de la Carta de las Naciones Unidas sobre derecho y diplomacia internacional, las presiones a gobiernos y entidades que intentaran comerciar con La Habana, cuyos tentáculos llegan hasta la actualidad aun con más fuerza luego del establecimiento de las más de 200 medidas coercitivas implantadas por Donald Trump para arreciar el ya crudo boqueo hacia la nación caribeña.
Sufrimos Barbados, en el 76, y Cuba entera lloró por la injusticia y la impotencia de saberse de manos atadas frente a un crimen horrendo que hoy permanece impune y el dolor de las viudas y los huérfanos todavía lacera.
Y en los 80 y los 90, cuando el turismo comenzó a asomar como el motor impulsor de nuestra economía, a partir del aprovechamiento de las potencialidades naturales del país, entonces las bombas en los hoteles y espacios de recreación marcaron pautas en la agenda de Washington. Detonaciones en Varadero, en discotecas y centros nocturnos, la explosión en el lobby del Copacabana que acabó con la vida del joven italiano Fabo di Celmo, acapararon titulares de la “gran prensa internacional” en otro intento de que el mundo diera la espalda a Cuba.
Ahora, en pleno siglo XXI, la guerra sigue como el primer día, solo que ahora el enemigo es más sutil, y entonces más peligroso, ahora paga miles, millones, por escribir realidades paralelas sobre un pueblo que sufre el embargo más cruel que ha vivido nación alguna.
Esa misma guerra, con sus discursos desde Internet, ha costado la vida de decenas de cubanos que se han lanzado en una aventura suicida para llegar a suelo americano, empujados por la asfixia económica que enfrenta la Isla, esa misma guerra ha buscado socavar la tranquilidad del país, como el 11 de julio del 2021, como los otros conocidos intentos de tergiversar una realidad o contar una verdad a medias.
Es que en la actualidad, la guerra no necesita bombas, simplemente se maneja desde los códigos binarios que mueven a la opinión pública en masa de una red social a otra y convierte a la manipulación en herramienta ideal para “movilizar” a las masas contra nuestra “dictadura”.