Censuras y miedos
En Miami están preocupados de que prohíban a Martí. Al menos así lo refleja un artículo en el Nuevo Herald, cuya autora, con alarma, anda preocupada de que la radicalidad de un Martí del siglo XIX provoque la censura del Héroe Nacional de Cuba.
Con la ola reaccionaria que barre la Florida, de manos de su gobernador, y candidato presidencial, Ron De Santis, que Martí haya escrito «la esclavitud de los hombres es la gran pena del mundo» puede sonar sospechosamente cerca de la llamada teoría racial crítica. De acuerdo con las leyes y regulaciones aprobadas por el fascistoide Ron, basta que unos padres molestos denuncien libros del Apóstol para que estos sean retirados de la circulación escolar.
No podemos negar que, en tal caso, los padres tendrían un buen caso. Es más que evidente que Martí escribió no solo contra la esclavitud en Cuba, sino contra el racismo en EE. UU. Y tendría razón De Santis si considerara a Martí peligroso para su visión de cómo debe ser la educación en su Estado, una visión que se resume en algo así como la negación del racismo en la historia del país.
Es que Martí, irreductible, escribía en 1887, describiendo la violencia de los blancos con el poder político contra los negros: «Adelantaba cautelosamente, por el bosque rayano de un pueblo del Sur, una procesión sombría ¿Qué guerra hay que van armados? Llevan la carabina calzada en el arzón, como para no perder tiempo al caer sobre el enemigo. Bandidos parecen, pero son el alcalde y su patrulla, que vienen a matar a los negros de Oak Ridge, en castigo de que un negro de allí vive en amor con una blanca. (…) Llegó el alcalde al pueblo: intimó rendición a los habitantes: le contestó la pólvora: hubo de un lado y otro muertos: se desbandaron los negros vencidos: cuatro quedaron sobre el campo, y a ocho les dieron muerte, sin proceso, en la horca. ¿Al alcalde quién lo castigará, si él es la ley? Para otra cacería estará limpiando el rifle».
Horror. Martí, nada más y nada menos que un 4 de julio, denunciaba la violencia racista en Estados Unidos. Fabiola Santiago, la autora del artículo en el Nuevo Herald, parece que ya sueña espantada, de llegar textos como este a los censores en forma de Comités de Educación, con gritos que condenen a la hoguera a Martí y a sus libros radicales. Nos dice Santiago: «No, ni el mérito literario ni el honor que la tumba solía otorgar a los autores salvan las grandes obras de una ley de la Florida que permite a un padre –no importa lo ignorante o intolerante que sea el argumento o la persona– cuestionar la mera existencia de un libro en un aula o en la biblioteca de una escuela». El fascismo puede disfrazarse de muchas maneras, pero a la larga lo consume el fuego.
Ron De Santis, el contendiente floridano a la presidencia, acusa a Trump de correrse a la izquierda. No se asombren, todo es posible. Incluso, si la contienda electoral se le pone cuesta arriba, les advierto, no duden de que Ron sea capaz de llamar a Trump comunista. En ese país todo vale, a despecho de las evidencias. Para De Santis, los libros pueden ser abortados, las mujeres lo tienen prohibido.
Imagino que ya algunos deben estar elaborando índices nacionales, por si llega a la presidencia De Santis, de los libros subversivos que deben ser condenados. Cuántas otras listas estarán en ciernes. Difícil de predecir, los que odian la vida lo hacen de tal manera que necesitan que cada rincón vital recuerde la muerte. Como la Cuba de Batista. Como la Cuba que añoran los que agredían a Buena Fe en Barcelona y sonreían mientras pronosticaban el ajuste de cuentas que seguiría cuando llegasen al poder en Cuba.
Ese es el país del norte y, a pesar de ello, o quizá por ello mismo, un coterráneo nuestro, de esos que, escondidos, debajo de la guayabera llevan como malla, pegada a la piel como la piel misma, una bandera yanqui, la halagaba como el sumun y ejemplo de país grande, mientras pedía para Cuba un equilibrio en el que dejáramos de ser causa, para arrimarnos al inevitable liderazgo de la nación escogida. Líbrense del bloqueo horrible, nos dice, pero agrega que, para ello, nos pleguemos al enemigo de la nación cubana. Eso mismo decían algunos equilibristas franceses frente a la invasión nazi. A los traidores terminaron llamándolos colaboracionistas, ya saben lo que pasó después. Si no lo saben, lean a Sartre.
Recordando a Corvalán, el comunista, la perra del fascismo está en celo. Más hoy con el declive imperial. No subestimemos su capacidad de causar daño. La ballena pudo perder los dientes, pero aún reina por el poder de sus coletazos.
Y recuerden, cosumada su fechoría en la Florida, el gobernador ya está limpiando el rifle para la próxima cacería.