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Sorpresa en el carnaval

Era la madrugada del domingo 26 de julio de 1953. Varios jóvenes (131) en 16 automóviles, se encontraban de carnaval en Santiago de Cuba. Vestían uniformes del ejército gubernamental y estaban dirigidos por Fidel Castro. Fue un golpe sorpresivo, iban a asaltar el Cuartel Moncada.

Desde esa fecha han pasado ya 69 años. Son pocos los asaltantes que pudieron escapar de la masacre ordenada por el tirano Fulgencio Batista y permanecen con vida entre nosotros, pero ese gesto heroico de intentar tomar con armamento precario la segunda fortaleza militar de Cuba, con guarnición de unos mil hombres, abrió el camino a la Revolución que triunfó en 1959.

Ese mismo día y a la misma hora de la madrugada, 28 revolucionarios asaltaron al cuartel Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo, acción que tampoco pudo lograr el objetivo propuesto a pesar del derroche de valentía de esos jóvenes revolucionarios, todos los cuales pasarían a la historia como la Generación del Centenario del nacimiento del Héroe Nacional, José Martí.

El objetivo de ambas acciones era desencadenar la lucha armada contra la dictadura de Fulgencio Batista, para enfrentar con una revolución la crisis de las instituciones políticas y los gravísimos problemas sociales existentes, agravados todos por el ilegal golpe de Estado del 10 de marzo de 1952.

Grandiosa fue la estrategia de nuestro invicto Comandante en Jefe Fidel Castro y su segundo al mando, Abel Santamaría, aprovechar la presencia masiva de visitantes de toda la isla que venían al carnaval de Santiago de Cuba para pasar desapercibidos, tomar las postas del Moncada aprovechando el factor sorpresa y que la guarnición dormía, encerrarlos en los dormitorios, entrar a la armería y tomar la mayor cantidad de armas para un alzamiento masivo en la ciudad o aprovechar que Santiago está rodeada de montañas para iniciar en ellas la lucha guerrillera contra el régimen.

Al fracasar el factor sorpresa, por una patrulla de recorrido que llegó inesperadamente y un sargento que apareció de improviso por una calle lateral, se produjo un tiroteo prematuro que alertó a la tropa y permitió que se movilizara rápidamente el campamento. La lucha se entabló fuera del cuartel y se prolongó en un combate de posiciones, donde se impuso la mayoría de 10 a uno de los soldados, y Fidel tuvo que ordenar la retirada.

Excepto unos pocos combatientes que pudieron escapar ayudados por el pueblo, la mayoría fueron capturados y gran parte de ellos asesinados en los días sucesivos. Sólo seis asaltantes de los dos cuarteles habían perecido en la lucha; pero las fuerzas represivas del régimen asesinaron a 55, junto a dos personas ajenas a los acontecimientos.

Fidel prioriza montar en los autos a los demás combatientes y de momento se queda solo combatiendo contra un nido de ametralladoras. Junto a otros 19 supervivientes, intenta llegar hasta la Gran Piedra para continuar la lucha y después de una larga marcha para evadir numerosos retenes militares y operativos de rastreo, son sorprendidos, agotados, en un descanso por una patrulla batistiana al mando del segundo teniente Pedro Sarría Tartabull.

Aunque tenía la orden de matar a los prisioneros sospechosos de haber participado en el asalto, Sarría les respeta la vida a los jóvenes gritando a sus subordinados: “No disparen, las ideas no se matan”, y al conocer la identidad y responsabilidad de Fidel, se encarga de llevarlo personalmente hasta prisión, evitando de esta manera que fuera asesinado o desaparecido.

La orden del dictador fue eliminar a 10 revolucionarios por cada soldado del régimen muerto en combate. La masacre se generalizó y fueron asesinados la mayoría de los asaltantes. Los sobrevivientes fueron detenidos tras feroz cacería, enjuiciados y condenados a prisión.

A diferencia del trato humano dado por los revolucionarios a los militares que cayeron en su poder, los asaltantes prisioneros fueron torturados antes de ser ultimados, y después se les presentó como caídos en combate.

Más tarde, ante el tribunal que lo juzgaba, Fidel Castro denunciaría el crimen: «No se mató durante un minuto, una hora o un día entero, sino que, en una semana completa, los golpes, las torturas, los lanzamientos de azotea y los disparos no cesaron un instante como instrumento de exterminio manejados por artesanos perfectos del crimen. El cuartel Moncada se convirtió en un taller de tortura y muerte, y unos hombres indignos convirtieron el uniforme militar en delantales de carniceros». Hoy recordamos más que nunca estos hechos. Vemos cómo resplandecen más ideas de Fidel y como el pueblo cubano lucha más cada día por obtener mejores logros en todos sus procesos. Es por ello que seguimos en 26.

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