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Otro año de conflictos

A un trimestre de iniciado, este 2023 ya muestra los primeros atisbos de que será otro año complejísimo en materia de política internacional, esa que mueve siempre los hilos detrás de decisiones, cumbres, reuniones, negociaciones y guerras, y esta vez, por supuesto, no será diferente.

Enero ha visto el recrudecimiento a límites superiores del conflicto ruso-ucraniano que mantiene en vilo al mundo, el auge de la violencia en Perú tras el derrocamiento de su presidente constitucional Pedro Castillo, el intento de golpe de Estado a Lula, tras solo una semana de ser oficializado presidente de Brasil y, por si fuera poco, en el siempre convulso Medio Oriente las tensiones entre iraníes e israelíes, que es lo mismo que decir entre árabes y sionistas o entre los simpatizantes de Moscú y los seguidores de Washington, amenaza con desatar enfrentamientos incluso nucleares en territorio persa.

Eso por solo mencionar algunos y sin contar los que ya padece el mundo desde hace décadas y que aún continúan (y al parecer continuarán este año), sin una solución visible a corto plazo; como la lucha del pueblo palestino por su soberanía nacional, la defensa de los sirios ante la guerra de rapiña que persigue sus numerosos recursos naturales, la inestabilidad política del continente africano, el avivamiento de los enfrentamientos entre armenios y azerbaiyanos por la soberanía de Nagorno Karabaj, las hostilidades entre las dos Coreas o la defensa china de sus derechos sobre Taiwán, entre otros.

Ninguno de estos eventos llegó sin previo aviso y, sin embargo, hace unos años habrían causado asombro. También se producen en un momento en el que el número de personas muertas en conflictos se eleva y hay más personas desplazadas o hambrientas que en cualquier otro momento desde la Segunda Guerra Mundial, muchas de ellas debido a la guerra.

Entonces este 2023, ¿Las crisis políticas, dificultades económicas y el cambio climático provocarán un colapso social no sólo en algunos países sino a nivel mundial? A esta pregunta varios analistas internacionales, tanto simpatizantes europeos como seguidores del Kremlin, han delineado una decena de conflictos que, desgraciadamente, marcarán nuestra realidad y, en mayor o menor medida, nos afectarán a todos.

La guerra  en Ucrania se erige como el eje central que mantiene al orbe dividido en dos bandos (nada más parecido a la Guerra Fría), y que actualmente provoca no solo los daños humanos y materiales a los directamente involucrados, sino también la recesión de varias economías en los cinco continentes.

Al sur del Cáucaso, Armenia y Azerbaiyán retoman sus sangrientas hostilidades por el dominio de Nagorno Karabaj, zona política y geográficamente estratégica, tanto para el gobierno de Putin como para los aliados de la OTAN, donde un conflicto étnico y religioso vuelve a ser el escenario ideal para manejar  tras bambalinas intereses superiores (Estados Unidos  apoya a los armenios en otro intento por apostar sus tropas a km de la frontera rusa).

Por otro lado, en el Golfo Pérsico Irán continúa acaparando titulares. Desde el inicio de los intentos desestabilizadores contra el gobierno del ultraconservador  Ebrahim Raisi y la figura del Ayatolá Alí Jamenei, líder supremo de la nación, enmascarados tras un enfrentamiento a causa de la muerte de la joven Mahsa Amini, supuestamente a manos de policías por el uso incorrecto de la yihad, y hasta la fecha, el país no ha conocido la calma.

Ahora, la atención occidental en Teherán va más allá, hasta su industria nuclear, la cual “preocupa” a las grandes capitales europeas en cuanto a la seguridad internacional, por lo que Israel vuelve a convertirse en instrumento en la zona, esta vez, con ataques dirigidos a zonas estratégicas iraníes, los cuales complementan con el “enfrentamiento” al terrorismo yihadista en Siria y Turquía.

Cabe reiterar en medio de este panorama, que el programa nuclear iraní cuenta con el apoyo  irrevocable del gobierno ruso, otro frente que, lógicamente, preocupa a la Casa Blanca en su manejo de la guerra en territorio ucraniano.

Precisamente Siria mantiene este 2023 su lucha inquebrantable en defensa de sus territorios y recursos naturales y, a pesar de que el gobierno del presidente Bashar Al-Asad  ha recuperado la mayoría de las zonas arrebatadas durante el punto más álgido de la guerra, lo cierto es que aún el país sufre el saqueo de sus hidrocarburos, mayormente por la frontera iraquí.

Y las dos grandes potencias que hoy dominan la economía mundial: China y Estados Unidos, mantienen a Taiwán y su soberanía, como el mayor centro de sus tensiones. La visita de agosto pasado a Taiwán de la presidenta de la Cámara de Representantes de EE. UU., Nancy Pelosi, irritó a Beijing, pero la reunión tres meses después entre el presidente estadounidense, Joe Biden, y su homólogo Xi Jinping auguró la reanudación del diálogo.

Sin embargo, la competencia no deja de formar parte de las políticas exteriores de los dos países  y cualquier cosa podría pasar este 2023 con el “incentivo” adecuado de alguna de las partes. 

En medio de todo este panorama internacional, con las tensiones al más puro estilo de la Guerra Fría, que nos demostró en el año anterior que, a mayores riesgos, más desfasados están los sistemas de protección que deben resguardarnos de tanta volatilidad, numerosos analistas políticos ya vislumbran cuatro de los escenarios más probables que viviremos y enfrentaremos en el presente y futuro más inmediato.

Aceleración de la competición estratégica

La guerra de Ucrania ha acelerado el cisma y la confrontación entre los grandes poderes globales. La tensión armamentística se ha añadido a la competencia comercial, tecnológica, económica y geoestratégica que ya definía las relaciones entre Estados Unidos y China y que se intensificará en 2023.

A pesar de ello, no estamos ante un mundo dividido en dos bloques estancos, sino en plena reconfiguración de alianzas, que obliga al resto de actores a resituarse ante las nuevas dinámicas de competición estratégica y a buscar espacios propios en una transformación que es global, pero que en 2023 seguirá teniendo su epicentro en Europa.

Inoperatividad de los marcos globales de seguridad colectiva

La guerra de Ucrania ha dejado al descubierto que, cuanto mayor son los riesgos que genera la confrontación geoestratégica, más obsoletos parecen los marcos de seguridad colectiva. Desde el 24 de febrero de 2022, los paradigmas de la arquitectura de seguridad, tanto global como europea, han cambiado drásticamente.

Por un lado, hemos asistido a una revitalización del papel de la OTAN; mientras que, por el otro, las imágenes de la invasión militar rusa aceleraban la percepción de descomposición del sistema de seguridad internacional, aumentando la sensación de vulnerabilidad y desorientación estratégica que acompaña los cambios estructurales actuales.

¿Recesión económica global?

Las consecuencias de la guerra de Ucrania en la energía, las persistentes rupturas en la cadena mundial de suministros, así como las políticas monetarias adoptadas frente a una inflación creciente han llevado al pesimismo para el futuro económico de 2023. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), 2022 cerró con un crecimiento económico mundial alrededor del 3,2%; no obstante, en sus previsiones para el año próximo, esta cifra caería hasta el 2,7% –la más baja desde 2001 con la excepción de 2020 por el impacto de la pandemia–.

El Banco Central Europeo (BCE) alerta de que la eurozona podría entrar pronto en una leve recesión técnica o estancamiento. Un escenario sombrío para un mundo que aún trata de revertir los estragos sociales y económicos de la pandemia y, de nuevo, se ve abocado a la volatilidad.

Crisis de acceso y garantías a los bienes básicos

La guerra en Ucrania ha agravado las dificultades de acceso a la energía, a los alimentos y al agua potable. La provisión de bienes públicos globales, que es un requisito previo para el desarrollo y es vital para la reducción de la pobreza y la desigualdad entre países, sufre hoy los estragos de la rivalidad geopolítica, de una nueva confrontación por los recursos naturales, así como de los efectos de un debilitamiento de la gobernanza global y de la cooperación internacional.

El impacto del conflicto entre Moscú y Kiev en las exportaciones mundiales de productos agrícolas, semillas y fertilizantes ha agravado la crisis alimentaria mundial ya existente por la convergencia de los shocks climáticos, los conflictos y las presiones económicas. Causas interconectadas que, después de años de progreso, han llevado al número de personas que padecen hambre extrema a batir los peores récords.

El mundo se enfrenta a una crisis alimentaria sin precedentes y sin final aparente. Según Naciones Unidas, en 2022 se contabilizaron unos 345 millones de personas de 82 países en situación de inseguridad alimentaria aguda o de alto riesgo, unos 200 millones más que antes de la pandemia.

Mariley García Quintana

Periodista en CMHW La Reina Radial del Centro

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