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La política de EE. UU. hacia Cuba, ¿el mismo añejo guion?

Desde antes de la constitución de las 13 colonias en estados independientes de la corona inglesa, el interés expansionista era intrínseco a sus fundadores. Aún hoy, a pesar del tiempo transcurrido y el cambio de las condicionantes históricas, continúa siendo un objetivo de los gobiernos de ese país, y, por supuesto, sus planes incluyen a Cuba.

En 1823 estaban dadas las condiciones para hacer públicas sus hasta entonces secretas intensiones que, desde el punto de vista estratégico, determinaban la concreción de sus aspiraciones sobre las tierras al sur. La política de la fruta madura –ya se sabe– era expresión esencial de su filosofía en este sentido, no importa si para ello tuviera que apelar a la extorsión económica y social de los cubanos. ¿Qué ha sido el bloqueo económico, comercial y financiero, sino un modelo de actuación ejercitado, al calco y sin recato, por todas las administraciones estadounidenses confrontadas a la Revolución Cubana?

Las instrucciones a las tropas interventoras en 1898, conocidas por el apellido del Subsecretario de Guerra del gobierno del presidente Mac Kinley, son claras: «…habrá que extremar el bloqueo para que el hambre y la peste… diezmen a su población». La república neocolonial se encargaría de ejecutar el guion completo durante 58 años, interrumpidos por una Revolución genuina que, desde 1868, pujaba por abrirse al mundo.

En 1960, otro subsecretario, Lester Mallory, propuso en un documento al Gobierno de la época: «… hay que emplear rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba (…), que (…) logre los mayores avances en la privación de dinero y suministros (…)».

Entre las administraciones sucesivas, desde 1959 hasta hoy, no hay la menor oposición respecto a este añejo objetivo. Si ha cambiado de matices, ha sido sobre la misma cuerda. Está demás decir cuánto ha servido el contrapunteo a los fines electoreros de presidentes y congresistas.

A partir del derrumbe del campo socialista, se llevó al extremo cada nueva medida de presión, una saga que pretendió que «la guinda del pastel» de su política hostil fuera la aplicación de 243 sanciones y la colocación de Cuba en una lista de patrocinadores del terrorismo, justo cuando la Isla era golpeada por el peor momento de la pandemia de la COVID-19.

Estemos claro, la política de EE. UU. hacia Cuba entenderá de flexibilidad solo si la condiciona una anexión implícita que propenda a una renuncia a nuestra condición de nación, a fin de convertirnos en la negación de todos los valores que nos caracterizan como pueblo y, sobre todo, desmontar la firme resolución de país independiente y soberano. Ellos lo saben, Cuba sigue siendo un pilar y una esperanza para un mundo en el que la multipolaridad se abre paso contra las vías de sometimiento imperial.

Sin embargo –muy conscientes del poder del vecino, así como de su largo historial de maniobras engañosas–, Cuba jamás ha cerrado las puertas al diálogo que facilite un entendimiento básico que cree las condiciones, al menos, para la posibilidad de convivir en paz.

La Mayor de las Antillas lo ha dejado claro muchas veces: la intransigencia tenaz de Cuba es contra la pretensión de dominarla, nunca la de relacionarse con su pueblo.

Por: Manuel Valdés Cruz

Redacción Razones de Cuba

Trabajos periodísticos que revelan la continuidad de las acciones contra Cuba desde los Estados Unidos.

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