La distópica “great America” de Trump: Medidas contra Cuba

Con un mes en el poder, Donald Trump ha puesto de cabeza a la opinión pública. Todo lo que creíamos sobre sentido común, buenas costumbres y moral pasa a ser irrelevante. El mandatario electo vuelve con la retórica del “Gran Garrote”, queriendo imponer por la fuerza los intereses de los sectores más conservadores de EE.UU.
¿Qué da más negocio? ¿Dejar de prevenir el cambio climático? Hecho. ¿Respeto por las minorías étnicas y los migrantes? Ellos no son los verdaderos AMERICANOS, dice Trump. En su “great America” no caben todos.
Solo en su primer día como presidente firmó más de 100 órdenes ejecutivas. Ha ahogado al mundo en una tormenta de decisiones dañinas y polémicas, muchas de ellas publicadas a deshora y en masa, como para evitar que se conozcan. Otras sí las grita a los cuatro vientos. No hay mala publicidad, dice la máxima, y Mr. President disfruta acaparar titulares.
Las devastadoras medidas tomadas han hecho subir al 49 % el nivel de desaprobación hacia su gestión. La política económica “Estados Unidos primero” y el tratamiento a la inmigración constituyen dos ejes centrales de su gobierno hasta ahora. En respuesta, siete de cada diez estadounidenses afirman que la imposición de aranceles perjudica la economía estadounidense, evidencian encuestas.
Las políticas de Trump no son populares. Responden a las transnacionales, al “poder profundo”, no ha las necesidades internacionales, ni ha los deseos de su propia población.
EE.UU. contra Cuba: Escalan las tensiones

Nuestro país es el mejor ejemplo del impacto de las lesivas políticas estadounidenses, de las cuales el magnate neoyorquino es solo un continuador. Recordemos el recrudecimiento sin precedentes del bloqueo durante su primera administración, con 243 medidas dirigidas de forma quirúrgica a puntos esenciales de la economía. A la vez, continúa la ofensiva desde medios de comunicación y plataformas financiadas desde ese territorio, para culpar al gobierno de todas las carencias vivenciadas por el pueblo cubano. Amén de condiciones endógenas -ningún país o sistema es perfecto- resulta típico de Washington crear los problemas, para luego sugerir la “mágica” respuesta de la democracia y derechos humanos Made In USA.
Más recientemente, como estocada final del agonizante gobierno de Joe Biden, tomaron una serie de medidas tardías, que debían haber materializado desde mucho tiempo antes. Estas fueron la exclusión de Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo, hacer uso de la prerrogativa presidencial para impedir las demandas judiciales en tribunales estadounidenses al amparo del Título III de la ley Helms-Burton; y la eliminación de la lista de entidades cubanas restringidas.
Las reacciones de celebración, tanto nacionales como internacionales, surgieron de manera inmediata. La administración norteña admitió de manera pública que Cuba nunca debió estar bajo esta política de presión. Ojo: el cerco económico no se movió ni un palmo.
Pero nunca pudo materializarse avance alguno, pues apenas tomó el poder, la nueva administración echó todo por tierra. Una vez más quedó en entredicho la credibilidad del gobierno de EE.UU., que en menos de una semana cambió de opinión, como quien cambia de saco.

A nadie debió sorprender el viraje de los acontecimientos, si tenemos en el accionar anterior del actual mandatario y el nombramiento del político anticubano Marco Rubio en el puesto de Secretario de Estado. A pesar del catastrófico inicio diplomático de este último y su antigua rivalidad con Trump en múltiples temas, al menos concuerdan en un tema: destruir la Revolución y asfixiar al pueblo cubano.
En contundente reacción, Cuba calificó las decisiones como “muestra de impotencia” frente a “la incapacidad de doblegar nuestra voluntad y ante el respeto, simpatía y apoyo que concita la Revolución entre los pueblos del mundo”. Personalidades de todo el orbe manifestaron su inconformidad con la reinserción de la Mayor de las Antillas en el espurio listado.
Pero el nuevo emperador y su séquito tienen oídos sordos ante los justos reclamos del pueblo cubano y de la comunidad internacional. Pero, ¿cómo esperar otra cosa si con su egoísta e impulsiva actuación, EE.UU. atenta incluso contra su propia población?
La hostilidad imperialista continúa. Pero de algo sí podemos estar seguros: Dentro de 4 años, Trump abandonará la Oficina Oval, dejando al mundo peor que como lo encontró, pero Cuba seguirá aquí, irredenta, mirando al futuro.