Batalla de Playa Girón: Testimonios Parte I
Ramón González Suco (Jefe de escuadra del batallón 339 de Cienfuegos). Playa Larga
En diciembre de 1960 se destacó un grupo de milicianos de Cienfuegos en Playa Larga, en espera de que algo se produjera durante el cambio de gobierno de Eisenhower para Kennedy. Ellos abrieron trincheras en las arenas de la playa, y una de ellas en la roca o “diente de perro” de la punta oeste del citado balneario conocida como la “Punta de Brito” ¡claro, esta trinchera hubo que hacerla con la ayuda de un compresor de aire utilizado en las obras de la Villa Turística que allí se construía!
El 10 de abril de 1961 arribaron a Playa Larga cinco milicianos del Batallón 339 de Cienfuegos ¡Establecer un puesto de observación en la costa fue su objetivo! Junto a Suco (obrero eléctrico) que fungía como jefe, cumplieron la misión Israel Hernández (carpintero), Antonio Quintana (obrero agrícola), Rafael Aramillo (soldador) y Ricardo García (optometrista).
Los cinco milicianos que llegaron a Playa Larga escogieron como local para cumplir su cometido, una caseta de mampostería con techo de fibrocemento donde estaban los planos y la microonda (Motorola) de la obra constructiva, ubicada en la punta oeste de la playa, llamada Punta de Brito.
Cada media hora la planta dejaba escuchar la voz miliciana en su homóloga del Central “Australia”: “¡Playa Larga llamando a Australia… Aquí todo normal!”
Cuando se produjo el desembarco miliciano y después de un desigual combate, la sensatez les aconsejó a los milicianos y tres alfabetizadores, ocultarse en uno de los edificios (taquillas y baños colectivos para mujeres), y esperar la llegada del batallón 339. Esos locales no estaban terminados por lo que los materiales de construcción casi lo ocupaban todo. Junto a los milicianos se habían protegido allí, obreros de la obra y un grupo de guajiros.
Y a partir de aquí los dejo con el testimonio de Ramón González Suco:
“Camino entre grandes cajas, tenso sin ver a nadie. Una sombra que se me encima me pone alerta. Un golpe en la nuca me hace sentir que se me escapan los ojos de las órbitas y caigo y caigo al suelo. Dos o tres fuertes golpes en la espalda me tienden a lo largo. Pierdo la noción de todo y un sabor a sangre me llena la boca. No veo y casi no puedo respirar. Voy volviendo poco a poco y siento que me llevan en vilo por brazos y piernas. Halan de mis barbas. Alguien grita que me pongan de pié y me enfrento a un mercenario con lentes de gruesos cristales. Es su Jefe de Inteligencia. Veo doble t casi no oigo. Me registran y sacan de mis bolsillos un carné de la Asociación de Jóvenes Rebeldes, un pase para entrar al Distrito Naval del Sur para las prácticas de las milicias y un retrato de mi madre. Ponen esos documentos en una cajita y plantean que ya me llamaran para interrogarme. Entre dos mercenarios me llevan para lo que sería la cocina del balneario, improvisada prisión donde ya hay varios carboneros y sus familias. Me ponen de frente a la pared parado con los brazos extendidos y me ponen un arma en los riñones. La cabeza me duele cuando se oyen los motores de aviones. Gritan alarmados que es avión enemigo. Tiroteo. El Barco Houston es alcanzado y encalla. No siento el arma en mi cuerpo y pruebo virarme y no hay nadie. Están aterrados y corren de un lugar a otro. Hace rato que se dieron cuenta, desde nuestros disparos, de que lo que les había dicho el instructor en Nicaragua era mentira. No desembarcarían y serían recibidos como salvadores, seguirían derecho, doblarían a la izquierda y desfilarían en La Habana como héroes. Los que desfilamos vencedores fuimos nosotros.
Me siento en el suelo como los demás. Creo perder la conciencia, todo se me enreda. Me saca de esa situación la mano de un alfabetizador sobre mi hombro. Se sienta a mi lado y con sus dieciséis años reclina su cabeza en mi hombro. Recuerdo su papel arreglando la ametralladora trabada. Dichosa ametralladora que les hizo las primeras bajas. Lo siento temblar y le pregunto si llora. Me dice que no pero tiembla. Se aprieta a mi lado. Traen a mis compañeros y al resto de los carboneros. Al rato entran dos mercenarios a congraciarse con campesinos y algún que otro trabajador de la Obra. Preguntan a uno de los trabajadores que de dónde era y él dice que de La Habana y del Cerro. El mercenario le pregunta si no conocía al Doctor Tal porque era Presidente del Instituto y novio de la hija de ese médico. El obrero dice que no. Plantean que sólo los militares serían juzgados que después que todo se aclare serían liberados puesto que el Ejército que los combate no usaban uniformes y que si hubiera sido Fidel el que hubiera desembarcado ya los hubiera fusilado a todos. Se fija en el alfabetizador que está a mi lado y le dice: ¿Y de qué es ese uniforme? De alfabetizador responde el muchacho ¿y eso qué es? Enseño a leer al que no sabe recalca el joven ¿Y eres Comunista? No, soy fidelista. Pero todos los que simpatizan con Fidel son comunistas… Bueno, entonces seré comunista sin saberlo pero soy fidelista, concluye el alfabetizador. El mercenario empuja con la punta del fusil al joven y se marchan de mala cara. Buena lección de una nueva generación.
…
Contra lo que puede suponerse nadie ha hecho relaciones con los invasores. Un carbonero que siempre estaba borracho llamado “Guasasa”, estaba con nosotros y todavía le duraba la borrachera del día anterior, y en un momento de silencio nos mira y nos dice: ¡Guajiro no te preocupes, que ahorita llega “El Caballo” y se acaba todo esto! Hermoso gesto de confianza en gente tan humilde.
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Ya es de noche y un tanque nuestro, aprendido a manejar el día antes, comete un error enciende las luces y es alcanzado en una estera por un bazookazo. Traen preso al tanquista quien entra a empujones con gestos airados. Nos ve y nos abraza. Entra el Jefe mercenario de la Playa y lo manda a buscar. Lo acompañamos. Le pregunta que cuantos tanques vienen. Contesta en alta voz que lo que viene por ahí ni cien invasiones como ésta lo aguantan. El Jefe mercenario calla y al rato pregunta a un campesino con gorra de chofer a qué distancia está Girón. A cuarenta minutos le contestan y exclama sin recato: ¡Nos han embarcado! A las pocas horas abandonaban Playa Larga en dirección a Girón. Hay pánico. Se van, gritan con júbilo los campesinos. Vemos camiones cargados de mercenarios que se atascan en la arena y que golpean con las culatas las manos de los que están en tierra. Se van. Ni nos llevan de rehenes ni el hermano del que murió en el desembarco nos puede ajusticiar como había amenazado”.
Por Julio Antonio Amorín Ponce