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El «oportunorubismo» o la temerosa egolatría de Fuché

El mundo despertó —no como suele decirse, sino como quien vuelve a cerrar los ojos frente al incendio— cuando el hijo más prolijo del oportunorubismo, Marco Rubio, abandonó el secreto de los pasillos del Departamento de Estado para asilarse, dicen, en una base militar, y dicen más, por miedo a su propio engendro… y es aquí que viene a la mente Fuché, víctima de sus malsanas cabilaciones. En aquel caso, de un disparo amigo, pero al final se sabe que era terror al olvido.

Allí, rodeado de generales, dogmas de laboratorios culturales y gabinetes enloquecidos por la geoestrategia, fabrica el actual Fuché el dulce veneno que venderá a los mercados periféricos: «seguridad que devasta libertades, pactos que hipotecan la soberanía y narcolistas que convierten la resistencia en crimen».

El hemisferio sur, tantas veces trabajo ajeno, interrogó su conciencia: ¿cómo defenderse del flagelo que transforma el narcotráfico en pretexto y los tratados subyugantes, en pesadas y oxidadas cadenas?

Las respuestas hallan eco en las grietas de los consensos: alianzas Sur-Sur, fortalecimiento de instituciones regionales, y una relectura radical del desarrollo, menos dependiente de las migajas del Norte y más de la creatividad propia.

Surgen voces, quizás tímidas al inicio, que proponen “blindar” las democracias locales del asedio financiero y diplomático. Proponen también resistir colectivamente las operaciones de desestabilización —ese arte que Washington domó mientras al sur exportaba dictadores y sueños frustrados.

Pero el mundo giró, y con Rubio en la Casa Blanca —imaginemos—, el Departamento de Estado no solo reanudó la instalación de bases militares y cárceles masivas al sur (ahora con aliados prestos a los incentivos y el miedo), sino también la declaración acelerada de “narcorrégimen” a cualquier Estado incómodo o díscolo.

Así, mientras los oportunorubistas aplauden la restauración del orden (o de lo que llamaban orden), el hemisferio ha sido testigo de un ciclo de asedios: bloqueos navales y financieros, sanciones, financiamiento de oposiciones sintéticas y, en los casos más extremos, la amenaza siempre insuficiente de la intervención militar directa—resonando con el eco de viejas invasiones y nuevas justificaciones arancelarias.

En ese mundo, la diplomacia ya no es el arte del diálogo, sino la gramática de la presión, y la política, un mecanismo de supervivencia ante la maquinaria incansable de la subordinación. Algunos gobiernos ceden, considerando la conveniencia de “la base”, el préstamo o la validación internacional. Otros, más astutos o más salvajes, se repliegan en la clandestinidad, inventando nuevas formas de resistencia social y simbólica.

La primavera de los pueblos, lo advirtieron los poetas demasiado tarde, solo florecería allá donde el oportunorubismo encontrase su límite: el límite ético de los pueblos que se rehúsan, una vez más, a ser simples escenarios del drama ajeno.

Porque quien construye su futuro electoral firmando pactos en bases militares, no cosecha historia sino riesgos reales para la existencia.

Así, mientras Rubio —aliado de supremacistas y del arquitecto global del caos— ofrece su discurso inaugural, una brisa irreverente atraviesa los barrios de Quito, La Habana, Caracas, Cartagena, y cualquier otra ciudad donde la dignidad aún escribe a mano su propio relato.

Y el aplauso, esta vez, es solo de los que nunca aprendieron a resistir, por ahora.

En definitiva, el mundo con Rubio presidente en 2028 (imaginemos) será menos un laboratorio de democracia y más un supermercado de sometimientos, donde la libertad se negocia en dólares y la dignidad en supuestos comunicados diplomáticos. Un arsenal de desfachatez, ilegalidad en hipocresía se guardo en la Florida al amparo de la FNCA y alguna que otra familias experta en el arte de los narcóticos y su comercio ilegal.

Redacción Razones de Cuba

Trabajos periodísticos que revelan la continuidad de las acciones contra Cuba desde los Estados Unidos.

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