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Yo soy Fidel

Yo estaba allí, en la histórica Plaza de la Revolución José Martí, la tribuna preferida del Comandante en Jefe para comunicarse con su pueblo y hablarle al mundo, cuando el amigo entrañable que vino a rendirle homenaje, Daniel Ortega, presidente de Nicaragua, desde un silencio interminable, comenzó a preguntar a la masa reunida allí: ¿Dónde está Fidel?…

La respuesta no se hizo esperar. Primero, casi un susurro, como rompiendo el nudo que todos teníamos en la garganta, hasta que se convirtió en un grito ensordecedor: «¡Aquí!», desde las entrañas de su pueblo, reunido allí para escucharlo y sentirlo como siempre. Acto seguido, otro grito desgarrador, que sintetizó todo el anhelo del querido líder de que cada cubano fuese su propio Comandante en Jefe: ¡YO SOY FIDEL! ¡YO SOY FIDEL! ¡YO SOY FIDEL!

Todavía hoy se me eriza todo el cuerpo y las lágrimas. No las puedo contener. Partió la caravana de la libertad, con sus cenizas, de regreso a la heroica Santiago de Cuba.

Desde ese día, esa emotiva, sentida e íntima expresión se convirtió en un símbolo del compromiso de todos los cubanos dignos de seguir su impercedero ejemplo.

Las personas que conocieron al Comandante en Jefe de la Revolución cubana destacaron en él su sencillez y humildad, la capacidad de ponerse en el lugar de los demás, dígase un anciano, un niño o un discapacitado.

No es casual que el más aventajado de los discípulos de José Martí guió siempre su vida bajo el precepto: «Toda la gloria del mundo, cabe en un grano de maíz». De ahí que hoy sus cenizas reposan en una urna de cedro, dentro de un monolito de granito esculpido en esa forma.

Por eso sus enemigos, hasta después de muerto, tratan de presentarlo como alguien muy distante de las masas, cuando en realidad en el vínculo encontraba la necesaria energía para enfrentar las mayores dificultades.

Era habitual verlo en los lugares más difíciles, en la primera línea de combate, junto al combatiente de fila.

De ahí que en el enfrentamiento del incendio de grandes proporciones en el puerto de supertanqueros de Matanzas, todos hablaban de Fidel como si estuviese presente.

Y yo realmente lo vi allí, en la actitud valiente de quienes estuvieron y están en el control y extinción del incendio, en particular los heroicos bomberos, con destaque para los hermanos venezolanos y mexicanos, hijos de dos pueblos muy cercanos a él.

Los enemigos, después de tantos fracasos para asesinarlo, se resignaron a esperar por su muerte natural. Un gran error, porque su ejemplo se multiplica cada día, su pensamiento nos orienta y la obra que edificó constituye el sostén para seguir avanzando y obteniendo nuevas victorias.

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