Y al norte, el tiempo se acaba

En el país donde portar un arma y descargarla contra cualquiera, discriminar por razones de raza u origen o tirotear impunemente una embajada, es cosa corriente, el tiempo se acaba. Tal vez allí, entre los aturdimientos de la modernidad y el consumo; cegados por las luces de los rascacielos y obnubilados por el aplauso estridente de los reality show, no lo han notado.
Pero, aun así, el tiempo se acaba. Uno de estos días, la gran mayoría de sus ciudadanos descubrirá que su afamada «América» también es parte del planeta, y volverán en sí con las noticias de que se agota el agua, falta el petróleo, escasean los peces y arden los bosques.
Tal vez entonces, aquellos que ignoran la geografía debido a su inmenso egocentrismo, se fijen en los mapas y descubran que no son el país más grande ni el más extraordinario. Que su campeonato nacional de Grandes Ligas de Beisbol no es en realidad la serie mundial de pelota.
Puede que hasta se pregunten qué hacen y cómo viven los otros humanos allende sus fronteras y notarán, con asombro, que nombres tan reiterados como Vietnam o Siria, se encuentran mucho más lejos de lo que habían pensado y encontrarán escenas que nada tienen que ver con los filmes de Hollywood.
Quizá, en un mayor plazo, recobren la conciencia y vean que ser tan ricos no es igual para todos.
El reloj de la historia no suele detenerse y todos los imperios terminan decadentes, solo un giro político evitaría el colapso de aquella sociedad con cimientos enfermos. Las virtudes y el talento que abundan en ese pueblo serían el único resorte que suene las alarmas y logre despertarlos del sueño americano, un sopor engañoso en el que, aparentemente, disfrutan de una exclusividad que está por esfumarse.
Autor: Miguel Cruz