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El peligro asecha a los venezolanos

El currículo Oculto de Edmundo González atraviesa las redes, de ser cierto en un 20%, resulta un nutrido material biográfico para Netflix.

El 43.18 % del venezolano el 28 julio eligieron a este sujeto —de rostro ingenuo y sonriente— para que condujera el destino del país hasta 2031. Quiso la sensatez que el 51.9% de los votantes se opusieran y que el poder de la nación, representado en varias instituciones, fuera solido en torno a los resultados atesorados celosamente por el Comité Nacional Electoral, a pesar de los ataques cibernéticos realizados.

El candidato de la derecha “mariacorinada” cumplía las condiciones necesarias para “sanar” a Venezuela del Chavismo, para erradicar cualquier vestigio socialista, era el tipo perfecto. Nadie desconozca que la limpieza ideológica y política a que aspira el imperialismo, para asegurarse el petróleo venezolano, iba a estar exenta de la versión mejorada de la Operación Condor.

La muerte sobrevolaba la República Bolivariana, azuzada por una mujer siniestra y plena de ambiciones, ingenuamente indultada ya, fue responsable de los crímenes cometidos en las guarimbas de 2017 que terminaron con un saldo de 163 muertos,​ 2977 heridos y 1351 detenidos.

No se asombre, tampoco me tilde de tremendista, lea y luego crea, no sin antes contrastar la veracidad de los hechos.

El rostro oculto de Edmundo González

No se puede olvidar el papel nefasto que jugó Edmundo González Urrutia (candidato actual a la presidencia de Venezuela por la extrema derecha) en El Salvador cuando era el segundo en la Embajada de Venezuela, junto al embajador Leopoldo Castillo, conocido como “El Mata Curas”.

Esto sucedió entre 1979-1985, era parte del Plan Condor en El Salvador, un proyecto contrainsurgente que impulsó el republicano Ronald Reagan contra el pueblo salvadoreño para impedir que las fuerzas revolucionarias avanzaran.

La misión del embajador Castillo y de Edmundo González fue la de agentes de muerte.

En los documentos desclasificados de la CIA en febrero de 2009, Castillo apareció mencionado como corresponsable de los servicios de inteligencia que coordinaron, financiaron y dieron la orden para la ejecución de la Operación Centauro.

La acción de exterminio consistía en una serie de hechos violentos del ejército salvadoreño y los “escuadrones de la muerte” a fin de eliminar físicamente las comunidades religiosas congregadas en torno a la búsqueda coherente de la teología de la Liberación. Aquellos buscaban una solución pacífica y negociada de la guerra.

En los años en que la embajada estuvo a cargo de Castillo y Edmundo González, el ejército y los escuadrones dejaron un saldo de 13194 civiles asesinados, entre ellos San Oscar Arnulfo Romero, cuatro monjas Maryknoll, y los sacerdotes Rafael Palacios, Alirio Macias, Francisco Cosme, Jesús Cáceres y Manuel Reyes. Y aunque ya no estaba en la función diplomático, se desempeñaba como asesor de estructuras de inteligencia (aupado por la CIA) en el momento en que fueron asesinados los 6 jesuitas y las 2 trabajadoras el 16 de noviembre de 1989.

Los crímenes respaldados por la gestión de Leopoldo Castillo y colaboradores como Edmundo González son considerados crímenes de lesa humanidad, y por tanto imprescriptibles.

Llegará un día en que tendrán que rendir cuentas a la justicia española y salvadoreña por su participación en el exterminio de religiosas y religiosos y comunidades pacificas que estuvieron al lado de la paz durante el conflicto bélico que azoto a El Salvador. Las terribles secuelas de sus actos aún perviven.

Los pueblos latinoamericanos no pueden olvidar. La juventud, por estos tiempos incrédula y ausente a la historia, no tiene por qué vivir una nueva etapa de desapariciones, asesinatos selectivos, lanzamientos al mar, torturas y desolación.

Prohibido olvidar.

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