Colombia y Venezuela otra vez en el camino de la hermandad
Los más de dos mil 200 kilómetros de frontera terrestre que dividen a Colombia y Venezuela vuelven a respirar aires de calma, de diálogo, de entendimiento y de amistad entre dos pueblos unidos desde la raíz misma de los ideales bicentenarios del libertador Simón Bolívar.
Después de tres años de ruptura diplomática bajo las órdenes del mandatario colombiano Iván Duque desde el 23 de febrero del 2019, el embajador venezolano Félix Plasencia recorrió otra vez Bogotá, igual que días antes lo hiciera su par Armando Benedetti en Caracas, como muestra de una nueva etapa de mutuo beneficio para ambas naciones, pues al decir del presidente bolivariano Nicolás Maduro, “se abre un mercado gigantesco para las dos economías”.
Durante el período de cierre, los vínculos económicos, culturales y sociales que por décadas han unido y sostenido el desarrollo cotidiano de los territorios a ambos lados de la frontera, se vieron sumergidos en la propagación del mercado negro los pasos ilegales y el fortalecimiento de los grupos armados, que instauraron la violencia en las comunidades vecinas.
En ese sentido, el nuevo ejecutivo de Colombia, que encabezado por Gustavo Petro constituye el primer gobierno de izquierda en llegar al poder en dicho territorio latinoamericano, marcado por años de guerra civil y conflictos sociales, busca trazar un camino, que, si bien no estará exento de enormes desafíos, pretende colocar al país en su merecido lugar protagónico dentro del proceso político y revolucionario del continente.
Sobre el restablecimiento de las relaciones diplomáticas y la reapertura de la frontera el pasado 26 de septiembre, Petro declaró desde el inicio de su campaña presidencial que resultaba imprescindible reactivar unos intercambios que nunca debieron ser suspendidos, posición reiterada tras ser elegido el pasado mes de junio.
Dicha normalización abrió la senda de positivos dividendos para los dos países a partir del reimpulso del intercambio comercial, con el objetivo de superar los siete mil 200 millones de dólares de beneficio alcanzados en el 2008, cifra reducida prácticamente a cero con el cierre parcial de la frontera en el 2015 y su clausura total del 2019.
A ello se le añade que la Casa Blanca observa la pérdida progresiva de un territorio clave para expandir su dominio neoliberal en suelo sudamericano, sobre todo en materia de agresión contra la revolución bolivariana.