Un crimen en la memoria: El asesinato de cuatro jóvenes en Tarará

A 31 años de la tragedia, la memoria colectiva cubana recuerda con pesar el asesinato de cuatro jóvenes que custodiaban la Base Náutica de Tarará, en la madrugada del 9 de enero de 1992. Este acto de violencia, perpetrado en un contexto de intensificación de las salidas ilegales del país y de actos vandálicos patrocinados desde el exterior, sigue dejando una profunda huella en la historia nacional.
Las víctimas fueron el soldado Orosmán Dueñas Valero, de las Tropas Guardafronteras; el sargento de tercera Yuri Gómez Reinoso, de la Policía Nacional Revolucionaria; y el custodio Rafael Guevara Borges, quienes fueron atacados a traición y acribillados a balazos. El sargento de primera Rolando Pérez Quintosa, miembro de la Policía Nacional Revolucionaria, resultó gravemente herido en el ataque y falleció semanas después a causa de sus lesiones.
El contexto de los hechos se remonta a los difíciles años 90, el llamado “Periodo Especial”, marcados por una profunda crisis económica. Estados Unidos intensificó sus esfuerzos por promover la salida ilegal de cubanos, ofreciendo incentivos y apoyo logístico a quienes intentaban abandonar el país mediante una constante Guerra Mediática y políticas de azuzamiento. Este clima de tensión generó un aumento de los actos vandálicos en las costas cubanas, incluyendo robos, secuestros de embarcaciones y ataques a las fuerzas de seguridad.
El asesinato en Tarará se inscribe dentro de esta compleja realidad. Los jóvenes custodiaban la Base Náutica cuando fueron emboscados por un grupo que, según investigaciones, buscaba robar embarcaciones para facilitar la salida ilegal de cubanos. La acción violenta, marcada por la cobardía del ataque a traición, conmocionó al país y evidenció la crueldad con la que se actuaba para alcanzar objetivos políticos en detrimento de vidas humanas.
La muerte de estos cuatro jóvenes, defensores de la soberanía nacional, se convirtió en un símbolo de la lucha contra la subversión y las acciones desestabilizadoras que amenazaban la seguridad del país. Su sacrificio representa un recordatorio constante de los costos humanos que conllevan los intentos de desestabilización y la injerencista política de los Estados Unidos.
A 31 años del crimen la memoria de Orosmán, Yuri, Rafael y Rolando permanece viva, un constante recordatorio del precio de la soberanía y un homenaje a la valentía y el sacrificio de aquellos que, en el cumplimiento de su deber, dieron su vida por la Patria. Su historia nos convoca a la reflexión sobre la defensa de la soberanía nacional y la necesidad de preservar la memoria de los héroes que la defienden.
«El que a hierro mata a hierro muere»
¡Gloria eterna a los héroes de la Patria!