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Recuerdos del capitalismo

A propósito de la visita del Presidente Díaz-Canel Bermúdez al municipio de Songo la Maya, en la provincia de Santiago de Cuba, recordé mi infancia, pues nací en una finca distante a unos cuatro km, del poblado de Alto Songo.

Haber nacido y vivido mis primeros años en el campo y, mi familia, disfrutar de un mínimo de condiciones económicas, dado que teníamos algo de tierra, ganado mayor y menor, café, aves, viandas, frutas, cítricos y, mi padre era, además, obrero del central azucarero Algodonal, nos permitía vivir con cierta holgura desde el punto de vista económico.

Sin embargo, en el entorno de nuestra pequeña finca, vivían familias que muchas veces podían comer algo gracias a la generosidad de mis padres.

Igualmente ocurría los días 24 y 31 de diciembre, lo que también se repetía el día 6 de enero.

Aquel ambiente de la infancia me dejó huellas y sentimientos de solidaridad humana y rechazo a la desigualdad, que aún cuando carecía de edad y nivel cultural y político para entenderlo, era algo que me hacía sentir mal con aquella miseria en que vivían mis pobres y humildes vecinos.

Madres que, muchas veces, ya al caer la noche, con el llanto en sus ojos, me pedían, casi me imploraban, le dijera a mi progenitora que si podía regalarle aunque fuera unos boniatos o plátanos fongos (burro), para darle algo de comer a sus hijos.

Particularmente deprimente me resultaba el Día de los Reyes Magos, el 6 de enero de cada año, cuando niños que se portaban muy bien, eran estudiosos y ayudaban a sus padres; escribían cartas a los susodichos reyes, ponían yerba en los zapatos para que los “Camellos” la comieran y vasos de agua para que saciaran su sed y, temprano en la  mañana registraban toda la casa y nada encontraban, y entonces preguntaban tristes y llorosos porqué no les trajeron juguetes y, sus padres angustiados tenían que hacerles cuentos y mentirles.

Todavía me conmueve el caso de un señor muy pobre, que tenía seis hijos y pidió de favor a mi padre le diera empleo en la finca, aunque solo fuera por algún poco de viandas. Se trataba de un hombre ya de cierta edad, de piel curtida, manos asperas, resultado del duro y agotador trabajo del campo.

Mi padre le dio empleo y una mañana, mientras ordeñaba las vacas, llegó este señor y le contó que a una de sus hijas ingresada en el hospital, la enviaron al “cuarto de las papas”, ahí  se les enviaba cuando una persona no tenía cura, pero que un médico le dijo que si la ingresaban en la Clínica los Ángeles, tal vez, podría salvarse, pero el ingreso allí costaba treinta pesos… y aquel pobre hombre en su desespero e impotencia, se echó a llorar como si fuera un niño. Mi padre, que siempre fue muy generoso, le dio los treinta pesos, logrando ingresarla y la niña salvó su vida. Esas son las cosas que hoy muchos no conocen porque en nuestra patria esos casos desde que triunfó la Revolución no se ven. 

Recuerdo las vidrieras llenas de productos de todo tipo, era cierto que estaban abarrotadas, pero ¿Quiénes podían comprar? No se me olvidan aquellos carteles en muchas bodegas que decían “Hoy no fio, mañana sí”.

La inmensa mayoría de la población hoy existente en nuestro país, no conoció nada de aquel sistema que hoy los enemigos tratan de vendernos como el paraíso terrenal. Yo que lo conocí, por suerte poco tiempo, no quisiera ni acordarme de él, pues es lo más injusto y desigual que puede existir. En él predomina el egoísmo, la ambición, la falta de solidaridad humana, la humillación y una terrible discriminación por razones económicas, color de la piel, sexo, etcétera.

Recuerdo que en Santiago de Cuba, en la Calle Segunda del Reparto Santa Bárbara, de tres cuadras de extensión, donde residí a partir de junio del año 1957, había unas 40 viviendas y 2 cuarterías, de las cuales, solo 4 contaban con televisores y 5 con refrigeradores. Allí con frecuencia aparecían los empleados de la empresa eléctrica a cortar la corriente de alguna vivienda porque los moradores, sencillamente, no podían pagarla.

También puedo evocar la cantidad de niños con sus cajones de limpiabotas, otros limpiando parabrisas de carros en los semáforos, así como la alta cifra de mendigos y menesterosos deambulando por las calles, parques y plazas.

¿A ese pasado triste, bochornoso y lejano, es al que nos convidan a regresar, los agoreros del imperio?  ¡Por favor, basta de vivir del cuento y la mentira!

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