Palestina y su otra guerra
A más de 12 mil 500 asciende la cifra de palestinos fallecidos a causa de la escalada de tensiones iniciada el pasado 7 de octubre entre el movimiento de resistencia Hamás, de la Franja de Gaza, y el estado de Israel.
Gaza, convertida hace muchos años, al decir del secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, en la mayor prisión del mundo a cielo abierto, constituye hace poco más de un mes el siniestro escenario donde el pueblo palestino, ocupado, colonizado, humillado y reprimido por Tel Aviv hace 75 años, sufre los peores crímenes bélicos que ha podido presenciar la humanidad desde la II Guerra Mundial.
Gaza es ahora un territorio sitiado donde no entra ni sale nadie, con sus pasos fronterizos y corredores humanitarios hacia Egipto por el paso de Rafah totalmente clausurados, donde más del 70 % de la población agoniza sin suficiente comida ni agua potable, y los sobrevivientes vagan sin rumbo de un lado a otro de este cerco sionista, perseguidos por el fuego terrestre y el ilegal fósforo blanco de los bombardeos de la aviación.
Pero en medio de este horrendo panorama, el pueblo de Gaza también enfrenta otra guerra, igual de destructiva y dañina: la ofensiva mediática de los grandes medios de comunicación occidentales, que intentan, una vez más, construir una realidad a favor del gobierno israelí y justificar las barbaries que “en nombre de la seguridad del estado judío” cometen contra la nación árabe desde finales del siglo XIX, recrudecidas luego del establecimiento forzoso de la nación sionista en 1948, en un territorio donde ya vivían los palestinos.
Según refiere la agencia siria de noticias SANA, “esta ofensiva mediática busca colocar en el subconsciente colectivo un grupo de supuestas verdades que ayuden a entender los acontecimientos en curso desde una visión favorable a Israel.”
Ante este cerco de lecturas y sentidos, resulta conveniente someter a cuestionamientos y análisis algunos relatos o visiones fundamentales impuestos por estas grandes transnacionales de la información, el principal de ellos: el carácter terrorista de Hamás.
En ese sentido, el destacado historiador israelí antisionista Ilan Pappé, declaró el 19 de octubre último en una conferencia ofrecida en la Universidad de Berkeley que “resulta imposible ver lo sucedido el día 7 del propio mes de una manera descontextualizada y alejada de la perspectiva histórica que marca la verdadera realidad de dicho conflicto.”
Al respecto, esos medios occidentales se han encargado de propagar “su verdad” sobre lo ocurrido, categorizando los sucesos del día 7 como un despiadado ataque terrorista de Hamás al pueblo judío, durante una de sus festividades religiosas más importantes.
Paradójicamente, ninguno menciona que la bomba que detonó la actual situación fue el pasado mes de abril, cuando durante el sagrado Ramadán islámico y dentro de la Mezquita de Al-Aqsa, la tercera en relevancia para los musulmanes a nivel mundial, con sede en Jerusalén, el ejército sionista asesinó a sangre fría a centenares de fieles que permanecían allí rezando.
Paradójicamente también, ninguna de estas grandes cadenas de la “información” mencionan que el pueblo palestino está inmerso desde la década del 20 del pasado siglo en una lucha por su liberación, primero contra el colonialismo británico, el mismo que prometió independencia a los países árabes que antes formaban parte del Imperio Otomano, el mismo que dio el visto bueno para el establecimiento de la nación sionista, que se convertiría en “ojos y oídos” de Europa en la región y ahora para salir del yugo de ese propio estado judío que ha despojado a Palestina de la inmensa mayoría de su territorio, sus recursos naturales y mantiene una ofensiva despiadada para exterminar a su pueblo.
La única forma de entender entonces la naturaleza de la lucha que lleva a cabo la resistencia palestina, incluyendo sus excesos, pasa por entender la historia de décadas de despojo y asesinato sostenido contra su pueblo, cometidos a plena vista de la comunidad internacional, con el apoyo de los principales poderes de Occidente y ante la incapacidad de los organismos multilaterales de hacer absolutamente nada por detenerlo.
Caracterizar de terroristas a los movimientos palestinos permite reducirlos a un estereotipo que Occidente ha manejado ampliamente, sobre todo desde los atentados del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York, que trazaron el camino para la “cruzada” estadounidense contra el terrorismo en el Medio Oriente, o lo que es lo mismo, dieron forma a la fatídica ecuación que condena a todos los pueblos musulmanes, porque árabe=terrorista.
Reducir el conflicto a una visión religiosa, tan llevada y traída por las agencias noticiosas europeas y norteamericanas, constituye además una de las mejores estrategias para mover a las masas en su favor; no hay que ser un estudioso de la materia para comprobar que, a lo largo de la historia de la humanidad, los peores crímenes y atrocidades que ha contemplado el mundo han sido cometidos “en nombre de dios”.
Por eso, convertir al Estado de Israel en la famosa Tierra Prometida por Jehová al pueblo judío, sobre la base de que en ese territorio realmente fueron establecidas las 12 tribus de los descendientes del patriarca Abraham (pero obviando la parte de la historia en la cual esas tribus convivían con otros tantos pueblos como los sumerios, los fenicios o los asirios, derivados todos en musulmanes, que ya vivían allí), constituyó uno de los patrones principales del destacado periodista Theodor Herzl para atraer a las multitudes alrededor de su modelo sionista como proyecto político de colonización.
Basta con saber que el propio Herzl consideró también otros territorios, entre ellos Argentina, Chipre y el Congo, para la creación de su estado, pero el “gancho religioso” de la Tierra Sagrada o Prometida fue la estocada perfecta para que las decenas de miles de judíos perseguidos por el creciente antisemitismo europeo de finales del siglo XIX e inicios del XX, se lanzaran a la conquista de esa nación que les pertenecía por “derecho divino”, contexto agravado con la llegada del Nacismo al poder en 1933, el que provocó el mayor oleaje de emigrantes judíos a Palestina.
Entonces, volvemos a la idea de que para entender realmente lo que sucede hoy en Palestina, específicamente en Gaza, resulta imprescindible romper con esa narrativa que exonera y justifica de antemano cualquier curso de agresión israelí, se hace conveniente conocer los orígenes de una lucha que ha tenido altas y bajas, agresiones y defensa de ambas partes, sin dejarnos cegar por creencias religiosas o algún tipo de fe, porque los conflictos geopolíticos como este, que mueven tantísimos intereses ajenos incluso a sus actores principales, son mucho más complejos que el milenario anhelo de una “Tierra Prometida”.
Comprender que el sionismo es una ideología colonizadora creada por un hombre y que el judaísmo es una cultura y religión milenaria, que el primero se apropió del segundo a conveniencia y beneficio de intereses concretos y terrenales, no religiosos, y que estar en contra de los crímenes de Israel e incluso de su propia existencia como entidad estatal no convierte a alguien en antisemita, son elementos fundamentales para conocer esa total verdad que intentan ocultar algunas narrativas.
Desgraciadamente, en una agenda mediática que apuesta por la intoxicación de sus audiencias, se aplica el viejo adagio atribuido al Ministro de Propaganda del III Reich, Joseph Goebbels: “Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”.
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