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Medio Oriente: un año de masacre

A un año de iniciada la escalada de violencia sin precedentes que ha exacerbado hasta límites inimaginables el conflicto israelo-palestino, y la injerencia del sionismo en el Medio Oriente, la Franja de Gaza se convierte, minuto a minuto y sin esperanzas de revertir esa realidad, en el infierno de este mundo.

Cuando pensábamos que era imposible que un pueblo atacado en sus más profundas raíces durante 75 años fuera capaz de vivir algo peor que la Nakba de 1948 o la Guerra de los Seis Días en 1967, la prisión al aire libre más grande del mundo, como se le conoce a este enclave palestino, ha visto morir a más de 41 mil 825 de sus hijos y otros cerca de 96 mil han resultado heridos en 365 días, en una limpieza étnica solo comparable al exterminio judío a manos del nacismo alemán.

Desde la ofensiva del movimiento palestino Hamás, que gobierna la Franja, el pasado 7 de octubre del 2023, en respuesta a los continuos ataques perpetrados por el ejército sionista contra la nación árabe, que se juega el todo por el todo en una batalla en defensa de su derecho a existir y su soberanía como nación, la comunidad internacional continúa tratando con mano tibia una situación que tiene prácticamente en pie de guerra a una zona geográfica altamente estratégica, donde la calma total ha sido siempre una quimera.

En una guerra que durante décadas ha constituido la justificación de intereses capitalistas, primero europeos y ahora norteamericanos, en la cual las diferencias entre los diversos pueblos islámicos ha sido también un arma utilizada en su contra y donde la religión se alza como el motivo que intenta justificar tanta barbarie “en el nombre de un dios” o en busca de alcanzar una bíblica “tierra prometida”, los palestinos siguen pagando con sangre el “fatalismo geográfico” que desata la codicia y la ambición.

Allí, en Gaza, una pequeña porción de tierra rodeada por un lado por las aguas del Mediterráneo oriental y por el otro por las vallas metálicas y muros armados que limitan su suelo con el del ocupante israelí, no existe ya ningún sitio donde estar a salvo.

Pero no solo Gaza se ha convertido en blanco de agresiones. La Cisjordania palestina ocupada, cuya capital Jerusalén ha sido durante siglos epicentro de disputas por poderes religiosos que ahora también enmascaran conveniencias políticas, económicas y geoestratégicas, ha entregado hasta la fecha la vida de más de 700 de sus hijos y otro millar ha resultado herido, a pesar de no constituir el escenario de los actuales enfrentamientos.

Y es que para el gobierno de Tel Aviv, todo pueblo musulmán es un peligro, pues todo árabe puede identificarse con sus hermanos palestinos y la inmensa mayoría lo hace y ello igualmente los condena.

Así ha sucedido con Siria y el Líbano, países que comparten frontera terrestre con suelo palestino, pero, sobre todo, los principios de la soberanía nacional de los territorios árabes, subyugados, menospreciados y estigmatizados durante siglos.

En ese sentido, el territorio sirio, que enfrenta aun en algunas de sus provincias una guerra de más de una década contra grupos terroristas que intentaron derrocar al legítimo gobierno de Bashar al-Assad, igualmente sufren las incursiones armadas del ejército de Benjamín Netanyahu, el asesinato en su suelo de altos funcionarios nacionales o de otros países como Irán y parte de su tierra, el Golán, igualmente fue extorsionada por el ocupante israelí.

Dentro de este muy complejo panorama, hace casi un mes los libaneses enfrentan el ataque directo del enemigo, primero en las aldeas de su zona sur, frontera con Palestina, acusados de ocultar ahí armas de destrucción masiva a manos del movimiento pro palestino de resistencia Hezbollah, cuyo principal líder, Hassan Nasrallah, fue asesinado el pasado 28 de septiembre; pero ahora, el fuego y las incursiones aéreas han llegado hasta la capital Beirut, con un saldo preliminar de unos 2 mil muertos y cerca de 10 mil heridos.

Y es que el Líbano nunca ha estado alejado de esta situación. Basta recordar las masacres de los campamentos de Sabra y Chatila en septiembre de 1982, cuando cientos de miles de refugiados palestinos y musulmanes en general, fueron asesinados por milicias armadas y autorizadas por Israel, por solo mencionar uno solo de los sangrientos hechos que han marcado la historia de una nación que surgió dividida a manos de la propia potencia colonial francesa y cuyas diferencias políticas y religiosas han movido los hilos de intereses que, a pesar de algunas apariencias, nunca han abandonado el país.

En medio de este panorama, no solo el fuego y el plomo resultan armas, ahora determinados aparatos de telecomunicaciones se han convertido en bombas que ya han desatado el caos, la incertidumbre y la muerte y, aún más certeras y mortíferas pueden ser las palabras que tejen una brutal campaña mediática, en la cual el sionismo es igualado al judaísmo, en busca de la anuencia de los creyentes de una de las religiones monoteístas más grandes y antiguas de la historia y en la que árabe y terrorista son la misma cosa, en otro intento de convertir a los fieles del islam en simples bárbaros incivilizados entrenados solo para matar en el nombre de Alá.

Y es que en pleno siglo XXI, las guerras, sus causas y justificaciones también se construyen para inclinar la balanza a favor de intereses superiores en un camino en el que dinero y política van siempre de la mano, amparados en dobles raceros que permiten seguir considerando “civilizados” y “dueños de la verdad”, a quienes mueven los hilos del crimen, el saqueo de recursos, las guerras civiles contra gobierno legítimos y el desequilibrio de buena parte del mundo.

No es simple casualidad entonces que los profesionales de la prensa sean el blanco continuo de ataques, y ya más de un centenar ha perdido la vida en su intento de contar la verdad.

Farah Omar, reportera de Al-Mayadeen, Hadi Al-Sayed también del canal Panárabe e Issam Abdallah, de Reuters, son solo algunos de los mártires del periodismo que defendieron la causa palestina y a ella se entregaron hasta las última consecuencias.

Para quienes son dueños de cámaras y micrófonos y a quienes la guerra, cualquier guerra, proporciona grandes dividendos, un niño palestino, de esos 11 mil ya arrancados de esta tierra, es un simple daño colateral en un campo de batalla donde un barril de petróleo vale más que una vida.

Mariley García Quintana

Periodista en CMHW La Reina Radial del Centro

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