fbpx
ESPECIALES

La fuga de Hart

A mediados del mes de abril de 1957, el joven combatiente clandestino Armando Hart, junto a su compañera Haydée Santamaría, debían volver a la provincia de Oriente, con el fin de ejecutar una misión de propaganda que les había encomendado Fidel.

Pero al anochecer del 18 de abril, cuando se disponían a realizar la tarea, Hart fue detenido junto al doctor Julio Martínez Páez por las fuerzas del Buró de Investigaciones, en la Terminal de ómnibus de la Virgen del Camino. Haydée no fue capturada porque al llegar a la estación, se les adelantó y fue directo a comprar los boletos para Bayamo. Por lo que al percatarse del incidente del arresto por parte de los esbirros, logró apartarse, escondiéndose en medio de un parqueo que se encontraba algo distante y desde allí observó todo lo sucedido.

A Martínez Páez y a Hart los trasladaron de inmediato, al temible Buró de Investigaciones. Y allí Hart resultó inculpado de portar armas de fuego en el momento de la detención, lo cual era una falacia. La cobardía de aquel régimen tiránico era tal, que prefería mentir antes de acusar a alguien que ya tenía en su poder y estaba considerado como sumamente peligroso, porque venía haciendo labor clandestina en todo el país, había participado en los acontecimientos del 30 de Noviembre, había subido y bajado a la Sierra y trabajado junto a Frank País en el envío de los primeros contingentes armados que llegaron a las montañas de Oriente, durante los primeros meses de 1957.

La familia de Hart presentó un recurso de Habeas Corpus y realizó innumerables gestiones para que fuera puesto a disposición de los tribunales. Lo que lograron antes de las setenta y dos horas; por lo que, finalmente salvó la vida y fue conducido al Vivac de La Habana.

Varias veces a la semana la tiranía llevaba a los presos políticos a las vistas de sus juicios ante los magistrados, en el antiguo Caserón de la Audiencia de La Habana que estaba ubicado detrás del Palacio del Segundo Cabo. Hart conocía muy bien ese inmueble, por las labores que como abogado había realizado allí.

Recordaba con gran picardía como preparó el plan para escapar y lo hacía como si se hubiese tratado de un “juego inocente”. En realidad, estuvo varios días meditando sobre la posibilidad real de poder evadirse del local de la Audiencia y finalmente, sin contarle a nadie, se animó a escapar la mañana del 4 de julio de 1957, cuando ya había sido inculpado y llevaba traje de preso. Ese día decidió protagonizar su audaz y milagrosa fuga de la Audiencia de La Habana, la que había sido pensada por él, mucho tiempo antes de recibir la sanción del tribunal.
Los hechos sucedieron así, con anterioridad había solicitado a su familia que le enviaran un pullover blanco que se puso debajo del uniforme de recluso. Como tantas otras veces realizó el recorrido hasta el viejo edificio de la Audiencia, bajo la atenta mirada de los custodios; había alrededor de 30 compañeros presos junto a él en aquella hilera interminable. Lo condujeron por la escalera trasera del inmueble hasta la sala superior de espera. Al llegar allí, el guardia que escoltaba la fila de presos entraba a revisar el lugar, mientras los prisioneros le esperaban afuera y por un brevísimo tiempo dejaban de estar bajo la constante observación del vigilante. Por lo que Hart calculó que para consumar su propósito de evasión, solo disponía de esos escasos segundos en los que dejaban de ser observados. Por ello siguió caminando hacia el corredor contiguo y uno de los compañeros de la fila que estaba detrás de él, lo vio y le dijo: “Armando, no es por ahí”, a lo que él rápidamente respondió:

“Discúlpame, pero yo sé exactamente por dónde es”. Avanzó un poco más, se quitó la camisa de presidiario y se quedó con el pullover, luego se dirigió a la escalera que conducía al portón de salida por el frente del edificio. Y logró salir por una de las puertas principales de la Audiencia, sin ser advertido ni molestado por nadie. Luego caminó con paso apresurado, pero sin correr, para no llamar la atención, por el costado del Palacio del Segundo Cabo, hasta internarse en La Habana Vieja.

Pudo llegar a la casa de un conocido de la familia y de inmediato le pidió ayuda. Luego de diversas peripecias consiguió enviar un mensaje a Haydée y al Movimiento, por medio de su tío Gabriel Dávalos. En el mensaje le decía: “No te alarmes. Estoy bien. Te ruego hagas lo que te digo abajo y no lo comentes absolutamente con nadie. Mi vida anda de por medio. En ti la confío en lo que respecta a este importante mensaje. Localiza inmediatamente al esposo de Marinita. Dile que haga llegar urgentemente a quien él sabe que yo estoy en casa de la persona que me escribía en máquina. Que manden urgentemente a buscarme. Dile también que manden a casa el recado de que estoy bien. Nadie debe saber que tú trasmitiste el recado a ese señor. Debes ir ahora mismo. No debo pedirte perdón pues tú me comprendes. No debo darte las gracias pues tú me quieres.

Rompe ésta, Tuyo, “Rogelio”.´

Varias fueron las familias cubanas que, en aquellos difíciles momentos, brindaron su apoyo y ofrecieron sus hogares para la protección de los audaces combatientes clandestinos, quienes ni en estas trágicas circunstancias de inseguridad total y riesgo para sus vidas dejaron de realizar las labores del Movimiento.

Por la resonancia del caso y para capturar a Hart con la mayor brevedad posible, la tiranía y sus cuerpos represivos desencadenaron una tremenda persecución y registros de viviendas por toda La Habana, pero fracasaron y quedaron ante la opinión pública en completo ridículo, porque no lograron capturarlo.

Por: Eloísa Carrera

Redacción Razones de Cuba

Trabajos periodísticos que revelan la continuidad de las acciones contra Cuba desde los Estados Unidos.

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba