El Golpe Final: La Era Digital y la Dominación del Poder Profundo
El mundo está cambiando, y no solo está cambiando por las leyes naturales que la sociología y antropología pudieran explicar mediante la superposición cultural, sino que ha sido cambiado con violencia inusitada, diría, contranatura.
Esta transformación, que se ha dado a una velocidad vertiginosa en las últimas dos décadas, no es producto de la casualidad o de fuerzas impetuosas e incontrolables por revolucionarias. Es el resultado de un plan deliberado, una “estrategia maestra” orquestada por el poder profundo, que ha encontrado en las redes sociales digitales el arma definitiva.
La influencia de las grandes compañías de comunicación y las transnacionales de los medios no fue suficiente. Los periódicos, la televisión, la educación, incluso la religión —instituciones que en su momento fueron claves para la construcción de la hegemonía—, han perdido el control.
El mundo, ahora más resbaladizo, no se deja atrapar por los discursos monolíticos y las verdades incuestionables. Pudiera parecer que las nuevas generaciones, nacidas en la era digital, han desarrollado una “lógica propia”, un pensamiento fluido y adaptable que escapa a los esquemas tradicionales de control. Nada más lejos de la verdad, en la práctica la obediencia —con maquillajes libertarios— hace su mejor obra.
Las redes sociales, con fluidez vertiginosa, capacidad de conectar a miles de millones de personas y un alcance sin precedentes, se han convertido en el terreno fértil para el poder profundo, que va más allá de los códigos del imperialismo clásico.
Este no necesita controlar los medios de comunicación tradicionales, no necesita imponer los mensajes a través de instituciones jerárquicas. Con un celular en la mano, la humanidad se ha vuelto vulnerable, expuesta al flujo constante de información que puede ser manipulada y reinterpretada a conveniencia.
El poder profundo, consciente de la fragilidad de las nuevas generaciones, hasta las ha dividido con letras, las ha etiquetado como Y, Z, etc., buscando fracturar los puntos de conexión cultural, diluyendo la capacidad de resistencia y pensamiento crítico. Las generaciones previas, de las décadas perdidas, “contaminadas” por las ideologías de la Guerra Fría y la posguerra, tampoco son convenientes para el nuevo orden, diría que son desechables, obsoletas, inútiles por irreverentes.
La crisis de valores, la proliferación de la desinformación y la polarización son los frutos de la estrategia de control. Los Juegos Olímpicos de París 2024 —diversos por apariencia— nos han presentado una imagen clara de esta realidad en construcción.
El choque cultural, la resistencia al «nuevo mundo» más diverso y complejo, y la creciente incapacidad para aceptar la pluralidad, son las consecuencias de una dominación invisible que opera a través de algoritmos, tendencias virales y la manipulación de la información.
En este nuevo escenario, el poder profundo solo necesita insertar sus ideas en el flujo híbrido de información. No es necesario controlar la producción, solo la distribución, la interpretación y la construcción de la narrativa. Las redes sociales se convierten en un campo de batalla donde se libra una guerra por la mente, por la construcción de la realidad, por la influencia sobre las nuevas generaciones.
El cambio que estamos experimentando no es solo tecnológico, es también social, político y cultural. Es un cambio que ha sido orquestado y que exige una respuesta crítica, reflexiva y consciente.
Lo más peligros es que aún la humanidad no se da cuenta de la magnitud del desafío que enfrenta, ha ido perdiendo la capacidad de análisis, la posibilidad de operar con detenimiento los mecanismos de control que operan en la era digital, de modo que desarrolle estrategias para proteger su libertad y su capacidad de pensar por sí misma.
El control del poder profundo ya no es una amenaza latente, es una realidad que se manifiesta a través de las pantallas, los algoritmos y las tendencias que nos bombardean a diario. El actual desenlace que se promueve con Venezuela —con una manipulación masiva sin precedentes, de alcance global— es un claro ejemplo del peligro. La democracia, tal y como la conocemos, es saltada con alevosía.
Quines conducen al rebaño humano a la catastrofe, tampoco se han dado cuenta que ponen en riesgo la estabilidad de los propios sistemas establecidos. La lucha por la libertad y la verdad son cualidades humanas que han rebasado cada periodo histórico de la humanidad, estando insertas en el tránsito de una Formación Económica Social a la siguiente.
No hay dudas que la toma de consciencia no se librará en los campos de batallas convencionales, con armas sofisticadas y la proliferación de drones de todo tipo, tampoco en los espacios digitales que han sido convertidos en terrenos fértiles para la manipulación. El “desengaño” ocurrirá cuando la especie humana esté al borde de la desaparición, en el justo momento del “juicio final”.
La humanidad es sabia y obviamente no irá como cordero al matadero aceptando genocidios como el de Israel, manipulaciones como la de las elecciones en Venezuela, guerras de expansión como la que libra la OTAN contra Rusia y China.
Puede ser que los dueños de los grandes bancos y del Tesoro se hayan equivocado esta vez al anular las alternativas para la raza humana. Y como son momentos vertiginosos, el fin de estos tiempos, tal y como lo conocemos está cada vez más cerca, el apagón cibernético está a las puertas y sucederá más temprano que tarde por hastío. Una nueva forma de hacer revolución se gesta.
Llegado a este punto pudiera cerrar el ensayo con una generalización científica, pero prefiero recordar a Fidel en su intervención en el XXVII Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, en el propio Palacio de los Congresos el 26 de febrero de 1986, alertaba, “quizás el más grande de estos desafíos lo constituye hoy las amenazas que se ciernen sobre la paz, el peligro de una guerra que pueda poner fin a la especie humana y a sus más nobles sueños”. Obviamente los tiempos son diferentes pero los desafíos son los mismos, los impone el poder global y la enfermiza necesidad de control que lo distingue.
Y continúa exponiendo a los comunistas rusos, “de actos irresponsables que han originado guerras catastróficas está llena la historia humana, solo que por primera vez en la vida del hombre este no podría sobrevivir a sus consecuencias. No por ello dejan de existir políticas irresponsables de un imperialismo más ciego y obcecado, más peligroso de cuantos hayan existido jamás, precisamente porque actúa como si ignorara o pretendiera ignorar estas realidades”.
¿Estamos a tiempo?
En aquel entonces las Redes Sociales Digitales eran una utopía, hoy la guerra termonuclear sigue siendo la posibilidad de presión, y el poder profundo continúa, con artilugios, controlando el destino de la humanidad.
Texto: J. Lopez Fernández