Ecos del Maine, más de 100 años después

Casi eran las diez de la noche cuando llegó el gran estruendo. El Maine volaba por los aires. Desapareció la proa. La popa queda perpendicular al agua. Comienzan a hundirse los restos, con el rugido de otras sucesivas explosiones en distintos lugares del acorazado.

El mayor buque de guerra que había entrado a La Habana hasta ese momento contaba con 354 tripulantes. De ellos, 266 perdieron la vida. La mayoría de los sobrevivientes eran oficiales, pues se encontraban en tierra a la hora de la tragedia.
Antes de la detonación fatal, el navío había estado en el puerto antillano durante tres semanas. Venía como “muestra de amistad” de los vecinos del Norte, pero sus cañones apuntaban de forma permanente a la ciudad.
El Secretario de la Marina estadounidense ya había dado la orden de prepararse para una contienda con España, desde el 11 de enero de 1898, según reveló un libro posterior. El presidente McKinley envía entonces esta “delegación cordial”, en plena disposición combativa.
En la noche del 15 de febrero del mismo año se produce la explosión y, con ella, el pretexto de la naciente potencia americana para intervenir en el conflicto cubano. La guerra se encontraba prácticamente ganada por las fuerzas insurrectas. No hicieron sino interponerse en el camino de la victoria e imponer sobre la Isla las cadenas de una dominación largamente añorada.
Según comentó el historiador Gustavo Placer Cervera, la comisión enviada a La Habana para investigar los hechos no interrogó técnicos ni expertos. Ignoraron voces en Inglaterra y su propio país que clamaban el origen accidental del incidente.
La gran prensa amarillista se encargó de construir la narrativa alrededor del conflicto militar. William Randolph Hearst, dueño del New York Journal, y Joseph Pulitzer, propietario del New York Herald, competían por la historia más grandilocuente. Dame las imágenes, que “yo podré la guerra”, le había dicho Hearst a su dibujante en Cuba. Desde el inicio quedaba claro que la verdad no era en fin postrero.
¿Qué sabemos del Maine? La construcción del barco inició una década antes, pero problemas técnicos no entra en servicio hasta 1895. A esas alturas ya era un activo anticuado. Las embarcaciones como aquella corrían peligro de ignición espontánea, pues llevaban a bordo carbón bituminoso. Aunque el Maine debió cargarse con carbón de antracita en Cayo Hueso, no lo hizo.
En 1911, la parte estadounidense rechazó la propuesta de los españoles de crear una comisión internacional para indagar sobre las causas del incidente. Un equipo no oficial de la Marina norteña creado setenta años después, apuntó al combustible como origen de la voladura.
Para entonces, el mal estaba hecho. A ninguna de las naciones le interesaba destapar la equivocación malintencionada. España había pasado a integrar la fila de aliados del Estado imperialista. Pero Cuba sí pagó con sangre la mentira, a precio de libertad.