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ESPECIALES

Coraza de amor y voluntad de acero

Decir mujer es, ante todo decir amor, sabiduría, fortaleza. Pero decir mujer en Cuba, es también decir historia, valor, resistencia, voluntad y por encima de otros calificativos, es decir igualdad.

Nuestras bisabuelas o tatarabuelas fueron a la manigua con Céspedes, con Agramonte, con Martí, dieron a luz en pleno campo de batalla, padecieron el hambre y la miseria que enfrentaron los patriotas cubanos para expulsar a España de nuestras tierras.

Luego nuestras madres y abuelas estuvieron en la Sierra con Fidel, con Raúl, con el Che, siguieron el ejemplo de aquellas primeras porque, aunque el enemigo era diferente esta vez, la causa era la misma: la libertad, y no había nada más importante que eso, ni tan siquiera lo más sublime que puede tener el corazón femenino: los hijos.

Las cubanas convirtieron sus casas en hospitales, en almacenes de armas, de medicamentos, de comida. Aprendieron a burlar a las tropas de Batista y transformaron su falda en cobija para municiones y sus vestidos en refugio para trasladar armas de un lado a otro de todo el país.

Escondieron sus miedos detrás de la sonrisa, se escudaron en esa fuerza indescriptible que muchas veces es insospechada detrás de sus menudos cuerpos y entraron a La Habana triunfantes aquel 8 de enero de 1959, para convertirse en pilares fundamentales de esa nueva vida que le abrió las puertas a la paridad de géneros por encima del machismo, a la superación profesional más allá de procedencias, recursos y apellidos.

Finalizaron el siglo XX convertidas en las verdaderas heroínas de uno de los momentos más difíciles que ha enfrentado nuestro pueblo: el Período Especial, cuando convirtieron trapos viejos en pelotas y muñecas para suplir la escasez de juguetes y salvar esa fantasía inigualable de los pequeños, cuando multiplicaron panes y peces para poner comida en la mesa, cuando se elevaron por encima de múltiples carencias y aun así, en la oscuridad de apagones interminables, creyeron en el progreso y tiraron pa¨lante.

¡Y cuánta razón tuvieron en creer, en no rendirse, en no bajar la cabeza! No sabían ellas a ciencia cierta, pero sí quizás su intuición femenina lo presentía, que confiar en aquel llamado de Fidel de hacerse científicas, microbiólogas, epidemiólogas, salvaría en esta centuria la vida de millones de hijos, devolvería la esperanza a una humanidad devastada por la peor pandemia que se ha conocido en los últimos tiempos.

Porque las manos de nuestras madres, hermanas, primas, vecinas, amigas o de esas compañeras de estudio del pre que soñaban con ser la Marie Curie de estos tiempos, están detrás de cada logro que impulsa hoy el desarrollo de nuestro país.

Esas mismas manos cobijan y acunan hijos propios o ajenos, defienden nuestras fronteras, educan a nuestros hijos, curan a los enfermos, se alzan en escenarios mundiales para enarbolar las causas justas, acarician el espíritu de los más necesitados en cualquier rincón del orbe y llevan el amor de Cuba a los cinco continentes.

Mariley García Quintana

Periodista en CMHW La Reina Radial del Centro

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