Controlando nuestros cerebros: guerra cognitiva
El control de nuestros cerebros es una apuesta novedosa, a la cual se le dedican millones de dólares. Un estudio realizado en 2020, financiado por la OTAN, devela que consiste en hacer de cada persona un arma y que el campo de batalla sea el cerebro humano. Para lograr este propósito es necesario incidir en las vulnerabilidades mentales de las personas: los miedos, los prejuicios, las adicciones y las simpatías sobre determinados asuntos. Algunos lo catalogan como la militarización de la psicología y de las ciencias sociales. Si se vincula al campo de la informática pudiéramos relacionarlo con el hackeo.
La «guerra cognitiva» consiste en desarticular el raciocinio cartesiano y reemplazarlo por uno que parece lógico, pero en realidad es una representación manipulada de la realidad. Se planta una idea matriz en el colectivo, asimilada por cada persona, que pasa a ser la premisa desde donde se juzga todo lo que ocurre.
Esto hace que personas con educación formal y un elevado nivel intelectual comiencen a aceptar incondicionalmente información dirigida y arbitraria de múltiples fuentes ─formales e informales─, para elaborar conclusiones que en su mente aparecen como reflexión propia.
Es una técnica que la publicidad ha utilizado siempre, pero que al menos desde la primera guerra del Golfo (1991) fue tomando forma en el plano mediático, que hasta entonces operaba con relativa autonomía bajo los estándares liberales del periodismo.
Se fueron reemplazando así las operaciones de inteligencia o guerra psicológica tradicional, por el tipo de manipulación masiva y sutil.
Tras la guerra de Vietnam, los mandos militares comprendieron que no bastaba con dar información falsa: debían controlar directamente a los reporteros, sin que necesariamente ellos se enteraran.
Los grandes medios corporativos han estado siempre dispuestos a reproducir y agrandar este tipo de incidentes, y a partir de ahí crear postverdades. La diferencia hoy es cómo llegan esos mensajes a nuestro subconsciente y ponen marcos al pensamiento.
Hace ya más de un año la OTAN publicó en su web NATO REVIEW un texto llamado Contrarrestando la guerra cognitiva: conciencia y resiliencia y . El textos estaba firmado por académicos de la Johns Hopkins University y el Imperial College de Londres. Allí se referían a esta nueva encarnación de la guerra psicológica, ahora expandida desde y hacia las redes sociales (RRSS).
Las ideas reseñaban que “en el siglo pasado, la integración innovadora de infantería móvil, vehículos blindados y aire dio como resultado un tipo de guerra de maniobras nuevo e inicialmente irresistible. Hoy en día, la Guerra Cognitiva integra capacidades de ingeniería cibernética, informática, psicológica y social para lograr sus fines. Aprovecha Internet y las redes sociales para dirigirse a personas influyentes, grupos específicos y un gran número de ciudadanos de forma selectiva y en serie en una sociedad”.
Algo similar a lo que ocurrió con la radio en la primera mitad del siglo XX y, retrocediendo en el tiempo, con otros tipos de mensajería, como los telegramas, los mensajes en Código Morse e incluso las cartas.
El informe de la OTAN no entra, por cierto, en estos detalles históricos de desinformación y de desmoralización, pero abunda en cómo estas mismas estrategias se han actualizado hoy. Habla, por ejemplo, del uso de Twitter, WhatsApp o Tik-Tok, para “sembrar dudas, introducir narrativas contradictorias, polarizar opiniones, radicalizar grupos y motivarlos a realizar actos que pueden perturbar o fragmentar una sociedad cohesionada”.
Hoy las redes sociales rastrean con quién nos asociamos y a quién excluimos. Las plataformas de búsqueda y comercio electrónico utilizan datos de seguimiento para convertir preferencias y creencias en acción, al ofrecer estímulos para animarnos a comprar cosas que de otro modo no habríamos comprado.
Solo como detalle que ilustra esto, Thomas Friedman, en una columna para The New York Times, ha anotado respecto la operación militar especial de Rusia en Ucrania que “el primer día de la guerra, vimos cómo los tanques rusos invasores quedaban expuestos de forma inesperada por Google Maps, porque Google quiso alertar a los usuarios conductores que los vehículos blindados rusos estaban provocando atascos de tráfico”.
Finalmente, como cuarta pata de la mesa de la Guerra Cognitiva, los especialistas que elaboran el informe abordan el tema quizás más relevante: el debilitamiento de la mente humana ante estos estímulos:
Las fuentes de noticias y los motores de búsqueda que ofrecen resultados que se alinean con nuestras preferencias, aumentan el sesgo de confirmación, mediante el cual interpretamos nueva información para confirmar nuestras creencias preconcebidas. Las aplicaciones de mensajería social actualizan rápidamente a los usuarios con nueva información, lo que induce un sesgo de actualidad, por lo que sobrevaloramos la importancia de los eventos recientes sobre los del pasado. Los sitios de redes sociales inducen a la prueba social, en la que imitamos y afirmamos las acciones y creencias de los demás para encajar en nuestros grupos sociales, que se convierten en cámaras de eco del conformismo y el pensamiento grupal.
Algunos investigadores afirman que la Guerra Cognitiva se puede desplegar desde muchos enfoques diferentes, sin ser necesariamente prerrogativa de alguno de ellos en específico. Es aplicada constantemente contra Cuba, como parte de una ofensiva de cuarta generación. Se trata de tema del cual seguiremos investigando.