2023: otro año convulso para el Medio Oriente (Parte 2)

Del otro lado del Mediterráneo, en una de las elecciones presidenciales más reñidas en la historia de Turquía (se decidió en una segunda vuelta), el islamista y nacionalista Recep Tayyip Erdogan se mantendrá al frente del gobierno durante otros cinco años, al vencer a su más cercano contendiente, el socialdemócrata Kemal Kilicdaroglu, 52.1% frente a 47.9%.
Si bien Erdogan, quien acumula 20 años en el poder turco, permanecerá en la sede gubernamental de Ankara, lo cierto es que estos comicios han sido el claro reflejo de la división de la sociedad en dos mitades prácticamente idénticas: por un lado, los conservadores musulmanes, herederos del antiguo y poderoso Imperio Otomano, apegados a las tradiciones orientales y por el otro, el por ciento más occidentalizado de esa sociedad, marcada por su posición geográfica, que constituye el puente físico, cultural, político y religioso entre Oriente y Occidente.
Dentro de este contexto de tiranteces, en el cual para el mundo occidental ahora más que nunca musulmán = terrorista, la toma de posesión de Erdogan el 3 de junio trajo consigo muchos retos, entre ellos convertir a Turquía, heredera de los famosos otomanos, en una gran potencia islámica internacional, para mantener a su favor a esa fracción poblacional que lo llevó de nuevo a la silla presidencial.
Sin embargo, en opinión de grandes medios y analistas internacionales, la batalla más fuerte de este gobierno será caminar en esa fina línea de equilibrio entre ser miembro clave de la OTAN, lo que significa mantener contentos a EE.UU. y la UE, y a la vez, defender posturas pro rusas, que incluirían la consolidación de relaciones de vital importancia con economías emergentes como China y la India y con naciones totalmente socialistas como Cuba y Venezuela.
Y en el Golfo Pérsico, el gobierno de Ibrahim Raisi en Irán, fiel defensor además del derecho palestino a su soberanía, continuó sorteando una serie de estrategias extranjeras, que van desde la promoción de protestas hasta la introducción de espías en el aparato gubernamental de Teherán, dirigidas a socavar la estabilidad interna de una nación que se ha consolidado en los últimos años como una pieza clave dentro de esta región y en el mundo.
Por eso, el programa nuclear iraní que se inició en la década de los años 50, resulta hoy uno de los blancos de los enfrentamientos entre EE: UU y Rusia, basados en la “preocupación” norteamericana acerca de la seguridad internacional, lo que no es más que otra demostración del hostigamiento de la Casa Blanca hacia quienes sean aliados del Kremlin.
En este panorama, el Medio Oriente acogió por segundo año consecutivo la celebración de la Conferencia de las Partes de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático en su edición 28.
Esta vez, la COP28 abrió sus puertas del 30 de noviembre al 12 de diciembre en Dubái, Emiratos Árabes Unidos, como continuidad del encuentro celebrado el pasado año en la ciudad de Sharm el-Sheikh, en Egipto.
Más allá del cuestionado otorgamiento de la sede a otra nación islámica, marcada como es habitual por el estigma occidental al mundo árabe y los continuos cuestionamientos a sus sistemas de creencias, su gobierno, su soberanía y el respeto a los derechos humanos en sus territorios, Dubái constituyó un puente donde confluyeron todas esas características del Medio Oriente, junto al loable esfuerzo de ese país, uno de los principales productores de petróleo del mundo, de dar un giro hacia la utilización de las energías renovables.
El Emirato se convirtió en un escenario donde la inmensa mayoría de los líderes mundiales o representantes de organismos multilaterales de relevancia, alzaron su voz por la protección del planeta y también por el cese de la masacre palestina, cuyo pueblo a poco más de 2 mil km de la sede del evento, continúa a la espera de un real apoyo de la comunidad internacional que sobrepase discursos y palabras.
Y a esta encrucijada no podía faltarle este 2023 uno de sus ingredientes principales: la postura europea y su política exterior para con los gobiernos de dicha zona geográfica.
Sin embargo, la UE no tiene un enfoque único y general para la conducción de sus relaciones con Oriente Medio; en cambio, posee un conjunto de políticas entrelazadas hacia subregiones específicas, países y áreas “problemáticas”.
Entre estas políticas destacan las relaciones euro-mediterráneas, su postura en el conflicto palestino-israelí, la cuestión nuclear iraní, las relaciones con Turquía, la guerra en Siria, entre otras, las cuales, lógicamente, varían lo que el Viejo Continente considera como consolidación de la democracia y el Estado de Derecho o el respeto de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales.
Así, el 2023 concluirá sin un acuerdo de paz legítimo para el pueblo palestino, acuerdo cada vez más complejo y lejano en opinión de muchos expertos, las luchas internas de países claves geográfica y estratégicamente como es el caso de Siria o Irak, la construcción de un desarrollo científico y tecnológico al margen de occidente en territorio iraní y la tan soñada unida del mundo árabe convulsionada por intereses extranjeros que aprovechan el divisionismo de sectores, líderes y movimientos para mantener su dominio de despojo en el puente natural entre Europa, Asia y África.