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Palestina duele

Palestina duele y no hay otra manera de decirlo. Palestina llora lágrimas de sangre por tantos de sus hijos indefensos muertos bajo la metralla sionista lanzada sobre sus propias casas dormidas, sobre su tierra invadida, saqueada, humillada, robada, sometida, dividida.

Palestina otra vez sufre, otra vez es silenciada desde los grandes micrófonos occidentales, otra vez intentan asfixiarla, callar su reclamo. Palestina otra vez es acusada si intenta defenderse, si utiliza lo que tiene para proteger a los suyos, a los que resisten años de masacre y barbarie y aun así no abandonan su tierra, su legítima tierra.

Como otros miles a lo largo de 75 años de recrudecida ocupación, desde el establecimiento del Estado de Israel en 1948 por las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial que se repartieron el orbe, Tamim, de 5 años, Layan, de 10, y Rhami, en plena adolescencia, vieron sus vidas sesgadas por los bombardeos israelíes sobre la Franja de Gaza y sus familiares, los pocos que quedaron vivos, lloran sus irreparables pérdidas con la impotencia de quienes continúan sufriendo y padeciendo.

Frente a esta nueva oleada de ataques, el gobierno de la Autoridad Nacional Palestina, en un comunicado oficial publicado el pasado 9 de mayo a través de su Ministerio de Relaciones Exteriores y Expatriados, exigió a la comunidad internacional que juegue sus cartas en el asunto y cumpla con sus responsabilidades políticas y legales para que el régimen de Tel Aviv responda por sus crímenes ante los organismos pertinentes.

Otra petición lamentablemente utópica y condenada al olvido, como las ya engavetadas e ignoradas, siempre y cuando la sede de la organización más importante y supuestamente representativa del mundo, las Naciones Unidas, continúe siendo vecina de Wall Street en Nueva York.

Como un patrón establecido por alguna “estrategia no escrita”, cada vez que el mundo árabe intenta reconciliar a sus gentes, la diabólica y mezquina maquinaria capitalista occidental maneja a sus títeres y oscurece el panorama, en una obra de teatro siniestra en la cual ser palestino es definitivamente ser una “raza inferior”, una especie de plaga infame que debiera desaparecer de la faz de la tierra.

Ahora, cuando la Liga Árabe admitió nuevamente al gobierno sirio de Bashar Al Assad en sus filas, en un nuevo intento de reconciliación interna de todas las facciones de sus pueblos bajo una unidad ante todo musulmana, Washington, que no se ha pronunciado aún al respecto, busca una válvula de escape a este panorama con las víctimas que tiene a la mano: los palestinos, y aviva un conflicto que día a día cuesta miles de vidas y que, al parecer, no vislumbra su solución en las próximas generaciones.

Y como colofón de esta barbarie, como ya es dolorosamente habitual, el pueblo palestino tiene que luchar además con otro enemigo invisible e igual o más poderoso que las balas físicas: las grandes transnacionales de la información, que como siempre, solo reflejan un lado de la historia, ese que pinta a los palestinos como intrusos en su propia tierra y a los colonos israelíes como a los “pobres y desposeídos” judíos que solo buscan un regreso a la mal llamada “tierra prometida”.

Mariley García Quintana

Periodista en CMHW La Reina Radial del Centro

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