El Socialismo: nuestro horizonte expandido de octubre a octubre

“Nuestro horizonte sigue siendo el socialismo”, declaró el Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de la República Miguel M. Díaz-Canel Bermúdez, en la clausura del XXII Encuentro Internacional de Partidos Comunistas y Obreros, celebrado en La Habana a finales de octubre; el mismo mes en que celebramos en nuestro país el inicio y de la Revolución Cubana que continuamos hasta hoy. Una Revolución contra la colonia española, por un estado nacional soberano, que nació integrando a esas aspiraciones “nacionales” otras reivindicaciones “sociales”, como la emancipación de los esclavos. La alborada del 10 de octubre de 1868, fue la eclosión de un movimiento antisistémico articulado por ese humanismo de profundas raíces fraternales que comparten el republicanismo democrático del mediterráneo y el socialismo de gorro frigio.
La Revolución iniciada por el bayamés Carlos Manuel de Céspedes, fue continuada por el habanero José Martí, quien la profundizó y proyectó como una “estrategia de dos pasos”. Como declaró a su compañero de lucha Carlos Baliño: “Revolución no es la que vamos a hacer en la manigua, sino la que vamos a realizar en la República”. Ese humanismo martiano es gran medida el misterio “ultrademocrático” que aludiera Julio Antonio Mella en su Glosas al pensamiento de José Martí. El fundador de la FEU, como Antonio Guiteras, Pablo de la Torriente Brau y Rubén Martínez Villenas, bebió de ese oasis de humanismo que nos legaron nuestros padres fundadores.
Esa integración ideológica se concretó también en el primer Partido Comunista de Cuba, fundado en La Habana el 16 de agosto de 1925. Cálido abrazo de dos siglos y de dos generaciones, representadas por Baliño y Mella, la unión entre los revolucionarios que lucharon por la independencia de Cuba y los que comenzaban a pelear para fortalecer las luchas de clases dentro de la republica mediatizada, en contra de la burguesía. Expresión, además, de la acogida por estos lares de la Revolución de Octubre de 1917. Días antes de su constitución en La Habana, había acontecido en la Bahía de Cárdenas la legendaria visita de Mella al barco soviético Vatslav Vorovski, ejemplo, de actitud internacionalista y de apoyo a la Revolución Socialista liderada por Lenin.
“Nuestro horizonte sigue siendo el socialismo”, declaró el Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de la República Miguel M. Díaz-Canel Bermúdez, en la clausura del XXII Encuentro Internacional de Partidos Comunistas y Obreros, celebrado en La Habana a finales de octubre; el mismo mes en que celebramos en nuestro país el inicio y de la Revolución Cubana que continuamos hasta hoy. Una Revolución contra la colonia española, por un estado nacional soberano, que nació integrando a esas aspiraciones “nacionales” otras reivindicaciones “sociales”, como la emancipación de los esclavos. La alborada del 10 de octubre de 1868, fue la eclosión de un movimiento antisistémico articulado por ese humanismo de profundas raíces fraternales que comparten el republicanismo democrático del mediterráneo y el socialismo de gorro frigio.
La Revolución iniciada por el bayamés Carlos Manuel de Céspedes, fue continuada por el habanero José Martí, quien la profundizó y proyectó como una “estrategia de dos pasos”. Como declaró a su compañero de lucha Carlos Baliño: “Revolución no es la que vamos a hacer en la manigua, sino la que vamos a realizar en la República”. Ese humanismo martiano es gran medida el misterio “ultrademocrático” que aludiera Julio Antonio Mella en su Glosas al pensamiento de José Martí. El fundador de la FEU, como Antonio Guiteras, Pablo de la Torriente Brau y Rubén Martínez Villenas, bebió de ese oasis de humanismo que nos legaron nuestros padres fundadores.
Esa integración ideológica se concretó también en el primer Partido Comunista de Cuba, fundado en La Habana el 16 de agosto de 1925. Cálido abrazo de dos siglos y de dos generaciones, representadas por Baliño y Mella, la unión entre los revolucionarios que lucharon por la independencia de Cuba y los que comenzaban a pelear para fortalecer las luchas de clases dentro de la republica mediatizada, en contra de la burguesía. Expresión, además, de la acogida por estos lares de la Revolución de Octubre de 1917. Días antes de su constitución en La Habana, había acontecido en la Bahía de Cárdenas la legendaria visita de Mella al barco soviético Vatslav Vorovski, ejemplo, de actitud internacionalista y de apoyo a la Revolución Socialista liderada por Lenin.
Bajo la conducción de Lenin y su partido, las masas obreras consiguieron la victoria, decisiva, efectiva, y no verbal; y con ello, la posibilidad de tomar el poder y decidir por su propio bienestar. Ya no para engordar los privilegios de unos pocos, sino para multiplicar los panes y los peces con el esfuerzo colectivo, por “pan, paz y tierra”. Cual apuntara Rosa Luxemburg, en otoño de 1918, el “bolchevismo” se convirtió en el “símbolo del socialismo revolucionario práctico de todos los esfuerzos de la clase obrera por conquistar el poder”. En tal sentido, “todos los errores particulares del bolchevismo resultan sin realidad y se borran ante ese hazaña, como ocurre siempre en el contexto y a la escala de los grandes acontecimientos históricos”.
La Revolución Rusa posibilitó, además la existencia de la Unión Soviética, país que se conformó en 1922, luego de que los bolcheviques derrotaran a la intervención extranjera y a los ejércitos blancos. Gracias a la valentía y al enorme espíritu de sacrificio de los pueblos soviéticos, la humanidad se libró del nazi-fascismo. En las entrañas de este gigantesco país fue destrozado el 75% del más potente complejo militar bélico creado por la especie humana, la Werhmacht.
Para Lenin el proletariado, con organización era todo y sin organización era nada. Si alguna actualidad tiene su legado es el de recuperar esa gran experiencia histórica del saber combinar organismos como los soviets (de frente único de lucha y de auto-organización), con una organización como el partido, que posea una estrategia y programa intransigentes, junto a tácticas flexibles, para desarrollar la lucha de clases .
Aquel primer gran triunfo Socialismo histórico, fue el triunfo del partido de Lenin con la bandera de la paz, con la bandera de la resolución del problema del hambre y de la pobreza. Esas mismas banderas las enarbolan en el presente los partidos comunistas del mundo. Como se evidenció en el referido XXII Encuentro Internacional de Partidos Comunistas y Obreros (EIPCO), realizado por primera vez en Cuba, bajo el lema “Unidos somos más fuertes”. Así se patentizó en la Declaración Final y en el Plan de Acción del XXII EIPCO , aprobado por los 145 delegados, de 77 partidos políticos de filiación comunista y obrera, procedentes de 60 países, que participaron.
Lo ratificó Díaz-Canel, en nombre del Partido Comunista de Cuba, “Aquí estamos, soñando y haciendo, sobre todo intentando que se haga posible lo imposible”. Incluso, “después de la trágica desaparición del campo socialista en Europa y la desintegración de la Unión Soviética, y a pesar de las feroces campañas anticomunistas que los poderes del capitalismo transnacional han convertido en dogma del pensamiento único a través de poderosos medios de alcance global”.
Aquí estamos, en una Cuba castigada por defender el proyecto socialista de desarrollo y de soberanía; como declaramos 16 de abril de 1961 en la esquina de 23 y doce, y como refrendamos en junio del 2002.
El Socialismo ha significado para la mayoría de los cubanos un camino propio, “un camino de perfeccionamiento, como un camino incesante de avance hacia la justicia, como un camino incesante de avance hacia la hermandad, como un camino incesante hacia la solidaridad, hacia el amor entre los semejantes, como un camino incesante hacia la felicidad”.
Y al mismo tiempo, un horizonte utópico, movilizador de voluntades. Nuestra alternativa posible de cambio social, de ruptura y superación de la lógica del capital. “Se trata, como afirmó el primer secretario del PCC – de conjugar el reto entre la alternativa necesaria y posible en el proceso y en el proyecto, de manera que lo posible presente no contradiga lo necesario futuro del proyecto histórico. En otras palabras: la alternativa posible no renuncia a la deseada, sino que la alimenta, construye y avanza en ella”.