Primer acto

Mi barbero fue deportista y entrenador. De lucha grecorromana, creo. Lo sé porque tiene en su pequeño local, de apenas un par de metros cuadrados, colgado en una pared un diploma de reconocimiento por su trabajo de entonces. “Lo bueno es que yo aprendí a pelar con tijeras”, comenta, “Pelaba a mi papá, a un amigo… porque ahora todos los chamos pelan con maquinita, pero se enredan cuando tienen que sacar la espada.” Dice eso último mientras abre y cierra las tijeras.

Estoy sentado, esperando mi turno. Al lado mío un muchacho de unos treinta años quizás, que por los pelos que aún tiene en la cara, se acaba de pelar. En la silla giratoria, mi barbero da los últimos retoques a un cliente que ya empieza a presentar calvicie. “Te estás quedando calvo, mi hermano”, le dice, mostrando los estragos de la temprana alopecia con un espejo. “Yo sé, Alber, yo sé”, le responde, con cierta tristeza.

Alberto el barbero le recomienda un peinado, para “embarajar”. Y suelta la palabra del momento: “Vaya, algo coyuntural, para que vayas disimulando”. El cuasicalvo hace una mueca, que quizás quiso ser sonrisa. El muchacho a mi lado y yo reímos con ganas. La conversación deriva de la broma a la realidad: mi barbero está un poco escéptico y piensa que Díaz-Canel no va “a dar pie con bola”. El muchacho recién pelado dice que hay que tenerle confianza, que “el hombre” ha sabido resolver varias cosas. Alberto sigue escéptico y pregunta qué cosas; el interpelado calla. “Resolvió lo del pollo”, comenté yo, para ayudarlo. Todos asintieron en silencio.

Hace una semana, el presidente Miguel Díaz-Canel había hablado en televisión nacional, anunciando que, debido al recrudecimiento del bloqueo estadounidense y el aumento de la persecución financiera y jurídica a los socios comerciales de Cuba, el mes de septiembre estaría marcado por una “situación coyuntural” de desabastecimiento de combustible. Se anunciaron medidas para paliar la escasez, mantener (aunque fuera al mínimo indispensable) los servicios a la población y se llamó a la solidaridad. En octubre, las cosas volverían a la normalidad, pero no se descartaba que la presente “coyuntura” se repitiera en un futuro.

“Resolvió lo del pollo pero ahora se puso la cosa mala, mala”, dice mi barbero. “De Período Especial y eso”. El cuasicalvo, con la barbilla pegada al pecho, dijo que no iba a haber Período Especial. Que nosotros teníamos ahora más socios comerciales, que no dependíamos tanto de Venezuela como dependimos antes de la Unión Soviética. Y que el problema era Trump, que la tenía cogida con nosotros. “Nos quiere hacer la vida un yogurt”. “Y parece que va a salir de nuevo”, acotó el recién pelado, mientras se pasaba un pañuelo por la frente. De nuevo, todos asentimos en silencio, con tristeza a la manera de alguien al que se le acaba de anunciar la calvicie.

Mi barbero sigue escéptico: “Pero nosotros también tenemos que dejar esas cosas políticas viejas, dejar el rencor…”. Yo apunto que el empeoramiento de las relaciones bilaterales fue a partir de una política de Trump, trazada en contubernio con políticos como Marco Rubio y anunciada con bombo y platillo ante el “exilio histórico”. El cuasicalvo dice que tengo razón, que con Obama no había sido así, que en su “pincha” habían llegado muchos clientes estadounidenses, que se había visto un reverdecer del intercambio comercial, turístico y cultural con Estados Unidos. Quizás no dijo “reverdecer” exactamente, pero ese era el sentido.

Como no se levantaba aún de la silla giratoria y parecía no tener apuro, el cuasicalvo siguió con su exposición: “Te digo que el lío es el bloqueo. El otro día hablaba con unos socios que si Viet Nam, que si esa gente sí estaban bien… Pero es que Viet Nam está lejos y nosotros estamos ahí mismo, pegaítos a esta gente.” Yo, a modo de pie de página, menciono que el primer socio comercial de la nación vietnamita es Estados Unidos. “¿Tú ves lo que te digo?”, le pregunta al barbero, para responderse a sí mismo: “Con bloqueo y tan cerca, sí no se puede”.

“Y la cantidad de gente que apoya a Trump”, menciona el recién pelado, todavía sentado a mi derecha. “Cubanos y todo”, agrega. Y ahí Alberto sí parece estar de acuerdo, frunce el ceño y dice que esa gente se tomó la Coca-Cola del olvido, que cómo puede ser que ahora apoyen esa política. “¿No tienen familia aquí, chico? ¿No se acuerdan de lo que era estar aquí, con la jugada apretada?”. Todos volvemos a asentir en silencio.

“Vamos a salir de esto”, digo yo, como para hacer un impasse. Y Alberto el barbero me vuelve a hacer una mueca de escepticismo, pero que luego muta en una sonrisa: “Bueno, si se resolvió lo del pollo…”

Segundo acto

Cuando se anunció la medida del incremento salarial, hubo un júbilo generalizado. Todo el mundo estaba emocionado por la noticia, se veían caras de optimismo en la calle y en los centros laborales. Sin embargo, un grupo de economistas empezaron a agitar la bandera de la inflación. Economistas cubanos radicados en Cuba y en el extranjero se sumaron en una intensa campaña que casi parecía un coro griego anunciando una profecía apocalíptica. “Los dioses del mercado velan por las sagradas leyes de la oferta y la demanda. Serán castigados”.

El anunciamiento de la “situación coyuntural” (que pronto fue satirizada por la población, vía choteo) fue aprovechada por esos economistas apocalípticos. Como en especie de “te lo dije”, muchos de estos especialistas empezaron a argüir que la escasez de combustible no era fruto de la hostilidad de Estados Unidos ni del bloqueo, sino consecuencia de un problema estructural y de la negligencia de la “burocracia” cubana de escuchar “a los que saben” y querer dominar la economía nacional con “voluntarismos políticos”. Quizás no dijeron eso exactamente, pero ese era el sentido.

Otro grupo de “cubanólogos”[1], con el profesor (de la universidad de Pittsburgh) Carmelo Mesa-Lago a la cabeza, parecía que se frotaban las manos. La “situación coyuntural” podía no ser un nuevo Período Especial, pero parecía el momento propicio de volver a la carga contra los “conservadurismos” que impedían la transición y el cambio en Cuba. Se entiende que transición y cambio hacia una economía capitalista, obviamente.

El punto en común de cubanólogos y algunos economistas del patio es que soslayan el papel del bloqueo y se concentran en las deficiencias de nuestro modelo económico. Por ejemplo, para Mesa-Lago el “embargo” (porque ni siquiera se anima a llamar las cosas por su nombre) es un factor que meramente “agrava” los problemas económicos de Cuba, que según él “no son coyunturales, sino que se asientan en una consuetudinaria dependencia sobre un socio extranjero.”[2]

Este argumento se repite entre varios economistas, que intentan equiparar la dependencia colonial de Cuba a España, y la opresión neocolonial de Estados Unidos; a las relaciones económicas con la Unión Soviética (el CAME en su conjunto) y, en el presente, con Venezuela. Los datos de que Cuba tenga hoy una mayor diversidad de socios comerciales[3], que se brinde servicios médicos en más de 60 países o que la producción nacional de petróleo cubra casi la mitad de las necesidades del sector doméstico no parecen óbice para que se comience a dar rienda suelta a la imaginación, y a especular sobre escenarios fatídicos en los que la cooperación con Venezuela desaparece por completo.

Y es que la crisis y las emergencias humanitarias no son solo un efecto deseado, sino el escenario idóneo para las “terapias de shock” neoliberales y la transformación de Cuba en otro escenario de reconversión capitalista, al estilo de las exrepúblicas socialistas de Europa del Este, como señala Naomi Klein en su libro “La doctrina del shock”.

Con este propósito, se ocultan las verdaderas causas de la escasez con el combustible en Cuba y se intenta promover la matriz de opinión de que sí, el bloqueo externo influye, pero el bloqueo interno es el determinante. ¿Es que acaso nuestro socio comercial “natural” no es Estados Unidos? Mesa-Lago señala que el turismo ha decaído, pero más de medio millón de estadounidenses visitaron Cuba en el 2017 (durante el “new deal” de Obama). Los estimados de visitantes estadounidenses, si se quitara el bloqueo, están entre los 3 y 5,6 millones anualmente. ¿Podrían las remesas compartir con esa entrada de divisas?

¿Cuánto se ha perjudicado nuestra industria biotecnológica, a la que se le ha negado un mercado y se le prohíbe el uso de materiales y componentes de manufactura estadounidense? ¿Cuánto podría ahorrarse Cuba en materia de importación de alimentos si se establecieran convenios con Estados de la Unión que están deseosos por vendernos sus excedentes agrícolas, a precios inmejorables? ¿Cuánto aumentarían los ingresos por la exportación de minerales como el níquel y el cobalto si empresas estadounidenses pudieran comprar a la Isla?

Hablar de la supuesta “incapacidad” de Cuba para hallar nuevos socios, diversificar sus relaciones comerciales y “disminuir” dependencias, ocultando al bloqueo estadounidense como la causa principal, es una forma taimada de tergiversar la realidad. Imaginen lo mucho que se simplificaría y aumentaría la inversión extranjera en Cuba si disminuyera el “riesgo país”, acrecentado en buena medida por el pavor que infunde en potenciales inversionistas las sanciones económicas, financieras y comercial a las que pueden ser sometidos; o la mayor capacidad de gestión para afrontar “coyunturas” si se le permitiera al Estado cubano el acceso normal a créditos y la interacción pacífica con entidades bancarias del escenario internacional.

Hace unos días fui a comprar arroz por la libre en la bodega. Cuando llegué, el bodeguero le despachaba a un cliente. “Veinte pesos”, le dijo. El hombre pagó con un billete de cincuenta pesos y el bodeguero, bromeando, le preguntó si se podía quedar con el vuelto. “Yo te lo doy después”, afirmó. El cliente se sonrió y negó con la cabeza. “Normalmente, no habría lío. Pero estamos en una situación coyuntural”. Supongo que a la bodega no llegan las profecías apocalípticas.

Tercer acto

Yo no tengo carro. Quizás por eso no me perjudican demasiado las colas que suelo ver en las gasolineras. Pero sí me molestan y decepcionan las personas que acaparan combustible por una cuestión de comodidad. Porque no es una cuestión de interés, es una cuestión de ética, de principios. El presidente nos llama a pensar como país, cosa que de una forma u otra siempre hemos hecho. Porque frente a un enemigo tan formidable, lo único que nos ha sostenido durante todos estos años es la moral, la solidaridad y el talento de nuestra gente.

Pero no divago (más). No tengo carro, así que tuve que llevar en brazos al perro de mi mamá hasta el veterinario. Llevaba varios días tosiendo y el doctor Eligio prescribió diez días de inyecciones diarias. Como el doctor Eligio no trabajaba a domicilio, había que cargar al paciente hasta su consulta, ubicada a unas cuantas (y largas) cuadras de la casa. La mayoría de las veces, lo confieso, mis hermanos dieron el paso al frente. Pero eventualmente me tocó a mí.

Llegué a la consulta del veterinario empapado en sudor, lleno de pelos. El doctor Eligio me llamó para que entrara al local y me indició que pusiera al perro sobre una “camilla” que tenía preparada. “Déjame prender el ventilador”, me dijo, quizás compadeciéndose de mi triste facha. “Lo tengo apagado porque los vecinos andan exigentes con eso del ahorro”, me explicó y luego agregó: “Y a mí me parece bien. Ahorrar es la única manera de aguantar a este loco que insiste en jodernos con el bloqueo.”

Mientras inyectaba a la mascota, yo pensaba en esas profecías apocalípticas que disimulaban con eufemismos al bloqueo, en esos teóricos de Facebook que culpaban al gobierno cubano del desabastecimiento. Pensaba que tan mal no podíamos estar si aún estábamos aquí, luego de sesenta años de guerra económica, con un agresor que era y sigue siendo el imperio más poderoso en la historia de la humanidad.

Es cierto que tenemos que cambiar cosas. Un economista como Juan Triana (con menor tendencia al alarmismo) llamaba a reducir la dependencia al petróleo, potenciando aún más las energías renovables, especialmente la solar.[4] José Luis Rodríguez, quien fuera ministro de Economía, también ha reflexionado mucho sobre la realidad cubana y ha recomendado medidas para la unificación cambiaria, y como prevenir y sobrellevar dificultades potenciales en el desarrollo del país.[5]

También es cierto que debemos aumentar exportaciones y disminuir importaciones, para limitar los daños que los vaivenes internacionales nos puedan provocar; que es recomendable democratizar las empresas para que los planes y las decisiones que se tomen en estas entidades no respondan a lógicas verticales, sino que se descentralicen y se dinamicen sin enfrentarse o negar los objetivos del país.

Pero el socialismo sigue siendo la vía. Ninguna “coyuntura”, por compleja que sea, servirá de telón para el canto de sirenas que intenta lavar el pasado capitalista de Cuba y presentar “cambios” y “reajustes” para nada revolucionarios. Creo que el camino del pueblo sigue siendo la Revolución. Con todo y nuestras contradicciones, con todo el choteo y el escepticismo posible, creo que Alberto el barbero, el bodeguero de la esquina y el doctor Eligio estarían de acuerdo conmigo. Con ellos y con los casi ocho millones de cubanos que votaron sí por el socialismo basta para seguir luchando por un futuro más próspero y justo. Contra eso, no hay coyuntura que valga.


[1] Como se definen a sí mismos, según Emily Morris, un grupo de emigrados, estudiosos del tema Cuba. Ver su estudio “Unexpected Cuba”, cuya traducción al español puede ser encontrada en el blog La Pupila Insomne (https://lapupilainsomne.wordpress.com/2014/11/24/lo-mejor-que-he-leido-sobre-la-economia-cubana-de-los-ultimos-25-anos-pdfs-en-ingles-y-espanol/?fbclid=IwAR2toLUQjUrhIkLKOHdZztAsjm7tlw1em1mDyMuszTeBWOki8S-xjtGSkXs)

[2] Ver “¿Problema coyuntural o crisis estructural en Cuba?”, artículo publicado por el citado cubanólogo en la edición digital de la revista estadounidense OnCuba (https://oncubanews.com/cuba/problema-coyuntural-o-crisis-estructural-en-cuba/)

[3] El propio Mesa-Lago arguye que entre 2012 y 2017 la relación económica con Venezuela disminuyó de 22% a 8% del PIB cubano.

[4] “Cuba más allá de la coyuntura: mirar al Sol”, en https://oncubanews.com/opinion/columnas/contrapesos/cuba-mas-alla-de-la-coyuntura-mirar-al-sol/

[5] Interesante leer su charla a miembros de la UPEC, disponible en https://www.cubaperiodistas.cu/index.php/2019/09/jose-luis-rodriguez-para-fidel-no-habia-economia-sin-politica-ni-politica-sin-economia/

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