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ESPECIALES

«Uno nunca deja de ser un agente al servicio de Cuba… “

En saludo al 66 Aniversario de nuestra Seguridad del Estado.

Para la contrarrevolución era el rubio de Cabaiguán; el agente Allam para la Seguridad del Estado cubana. Su nombre verdadero: Enoel Salas Santos (encubierto durante más de 25 años).

Recién había cumplido 16 años y trabajaba para un pequeño terrateniente de Cabaiguán cuando le contaron sobre el Movimiento 26 de Julio. Aquello enseguida prendió y entre seis o siete guajiros formaron la primera cédula en aquel territorio.

Después de varias acciones y la persecución y asesinato de varios de sus compañeros no quedaba otra salida. Había que internarse en las montañas del Escambray para burlar a la Guardia Rural. En el camino hacia las lomas llegaron a una finca conocida como La Llorona y le pidieron al propietario que les hiciera comida. Él aceptó, pero dijo que primero debía ir a un poblado cercano a buscar sal y grasa. El hombre llegó un rato después con la comida, la dejó y automáticamente se fue corriendo. Les había avisado a los guardias y ahí mismo les cayeron a tiros.

De los quince muchachos apenas seis lograron escapar. Enoel salió sin saber a dónde iba, pero solo recibió una herida.

Durante los días siguientes los soldados literalmente cazaron a sus compañeros. A cuentagotas, como para extender el dolor, aparecían los cadáveres en los caminos, hasta que los muertos llegaron a nueve. Mientras tanto, unos campesinos encontraron a Enoel en una cueva y lo protegieron en un pequeño rancho. Con alguno de ellos formó otra guerrilla y siguió hasta lo profundo del monte.

Allá lo halló el Che cuando un año después apareció con su columna invasora. Enoel recibió el año 1959 con la alegría de la huida de Batista. Entonces tenía 22 años y aun no sabía leer o multiplicar, pero cuando entró a La Habana con el resto de los rebeldes conocía muy bien la historia que quería escribir a partir de ese momento.

Infiltrado

Enoel apenas permaneció dos semanas en la fortaleza de La Cabaña. Enseguida lo enviaron para Las Villas, Guayos y luego a Cruces. Sin embargo, ya se daban los primeros pasos para consolidar el Departamento de Investigaciones del Ejército Rebelde (DIER) y piden un grupo de oficiales para formarlos como parte de la seguridad. Ahí estaba él.

Muchos oficiales se dieron grados luego del triunfo. Cuando se detectó eso formaron con ellos un grupo de 150 hombres y allí lo incluyen como miembro de la seguridad. La prueba era subir diez veces el Pico Turquino y luego realizar largas marchas por la zona de Guantánamo, con el objetivo de que realmente se ganaran los cargos. Al final solo quedaron 36.

En los meses siguientes Enoel recibió otras misiones encaminadas a detectar a miembros de la contrarrevolución entre los soldados. Al frente de todos estaba el comandante Manuel Piñeiro Losada, conocido como Barbarroja, y uno de los encargados de fundar el 26 de marzo de 1959 los órganos de la Seguridad del Estado.

Como parte de la preparación él los obligaba a aprender cien números de teléfonos. Luego preguntaba diez o doce y había que decírselos. Por supuesto, no eran como los de ahora, pero aun así significaba un gran reto.

Cuando uno está infiltrado en una organización contrarrevolucionaria tienes que ser como ellos, decir lo que quieren escuchar, seguirles el juego hasta tener la información. Barbarroja siempre decía una frase: «escucha mucho y habla poco”.

Con esa idea Enoel pasó a trabajar como segundo jefe de la Base Aérea de San Julián, un importante enclave militar en la provincia de Pinar del Río. Allí también contribuyó a detectar actividades de la contrarrevolución, pero fue un paso más allá. Teníamos a un compañero infiltrado en una organización enemiga conocida como Movimiento MRR, aunque no estaba trabajando bien ni para ellos ni para nosotros. Entonces proponen incluirlo en su lugar.

Mientras el rubio de Cabaiguán se construía un nombre entre los enemigos de la Revolución, poco a poco tomaban fuerza los ataques piratas y los planes contra Cuba elaborados por la organización terrorista Alpha 66. Entonces la dirección de la Seguridad del Estado le orientó penetrar también ese grupo. De pronto en todas las unidades policiales del país apareció su nombre como el de un traidor. La familia supo de su deserción y le viró la espalda. En los próximos 23 años apenas tendrían contacto.

Surge la idea de sacarlo del país para organizar desde afuera algunas bandas de alzados que irían al Escambray. Todo ocurrió a través de la Embajada de Brasil. La contra lo organizó desde el principio, lo citaron en un lugar y allí lo recogió un auto diplomático. De ahí los sacaron y fueron a parar a una prisión en Río de Janeiro, para luego salir y aparecer en Estados Unidos.

Cuando Enoel llegó a Miami casi enseguida los miembros de Alpha 66 lo buscaron y le ofrecieron varios cargos. El aceptó solo uno: coordinador militar del movimiento. Aquella responsabilidad no solo lo ubicaba como segundo al mando, sino que le permitía acceder a una valiosísima información para trasladar a los servicios secretos cubanos. El plan marchaba bien.

Una a una fueron capturadas cada lancha que intentaba infiltrarse en nuestro país, por esa razón y ante el poco impacto de esos ataques, Eloy Gutiérrez Menoyo, el líder de Alpha 66, decidió abrir unos campamentos en Puerto Rico y República Dominicana para desde allí introducir mercenarios por el oriente de Cuba. Con él se fue Enoel Salas.

Así estuvo entre 1963 y casi todo 1964. A través de diversos métodos mantenía actualizada a la Seguridad del Estado cubana desde Santo Domingo. Gracias al trabajo de Enoel la inteligencia cubana ya conocía sobre los planes de introducir mercenarios en el país, la cantidad de hombres alistándose e incluso la posible fecha de la primera incursión. Todo se había planificado para el 20 de enero de 1965, pero en la noche del 27 de diciembre del año anterior Eloy Gutiérrez sorprendió a todos. “¡Móntense en la lancha esa les ordenó, que nos vamos pa Cuba!”.

El agente no perdió la calma, gritó como los demás y se dispuso a regresar a su tierra como un connotado terrorista. Sin embargo, ¿qué hacer? ¿Cómo informar a la seguridad cubana que todo se había adelantado? Mientras la embarcación avanzaba entre la oscuridad y el silencio del Canal de los Vientos, él encontró una solución magistral.

Comenzó a dejar pistas en el terreno para que lo identificaran. Así soltó un carnet, la licencia de conducción, un anillo. Cuando las milicias encontraran aquellos objetos los oficiales de inteligencia se iban a dar cuenta que eran suyos.

El plan funcionó y las Milicias Serranas comenzaron a cercar al grupo. Ningún campesino los ayudaba y pronto se vieron en un terreno muy pequeño. No obstante, todavía no les bastaba para rendirse. Con los soldados encima, deciden esconderse en un potrero con la hierba muy alta y comenzó a arrastrarse muy despacio hacia atrás hasta lograr sacar los pies. Enseguida los soldados los vieron y detuvieron a todos.

Después de aquello Enoel Salas llegó a La Habana como un mercenario más. Solo unos pocos miembros de la Seguridad del Estado conocían su trabajo y cuánta información aportó durante aquellos años en el exterior. Entonces vino otro de esos momentos que le marcaron la vida: ¿dar a conocer su verdadero rostro o mantenerlo dentro de los mercenarios?

Pero en varias ocasiones Eloy se había jactado al decir que muchos oficiales de la seguridad y el ejército cubanos estaban a favor de Alpha 66, así que sus superiores plantean la opción de ir a prisión para aclarar todo aquello.

Enoel tenía 29 años de edad y en aquel proceso recibió una sanción de 25 años de cárcel, de nuevo supo cuánto sacrificio implica defender una causa justa. En la cárcel, rodeado de verdaderos terroristas, pasaría los próximos 13 años y siete meses. Allí también fue el agente Allam.

La vida en cualquier presidio no es sencilla, pero la soledad la complejiza aún más, no recibía visitas de su familia, los había decepcionado a todos. Junto a él estaban miembros de la CIA, terroristas, asesinos, líderes de organizaciones contrarrevolucionarias, y en más de una ocasión planearon desde allí ataques contra Cuba o atentados a Fidel, pero siempre fallaban gracias al trabajo de la contrainteligencia.

A veces debía provocar su traslado hacia una celda para sacarle información a alguien. Si sabía que allí estaba un contrarrevolucionario importante, empujaba a un guardia o tiraba los platos a la hora del almuerzo para que le castigaran y lo enviaran a allá. Entonces ahí podía trabajar a esa persona. Otras veces iba solo, pero enseguida le traían a alguien. Él estaba ahí para trabajarlos.

A fines de la década de 1970 le llegó por fin el momento de la libertad. Ya varios reclusos estaban en la calle o fuera de Cuba y él no cumplía objetivo en la cárcel. No obstante, aun le quedaban varios años sin descubrir su verdad a la luz. El cambio vino en 1985, durante un gran acto en el municipio de Placetas, su lugar de residencia desde la salida de prisión. Lo citaron a La Habana y le informaron la decisión de darlo a conocer, citaron a todos sus familiares, amigos, oficiales, pero nadie sabía qué pasaba. Algunos incluso hablaban de su muerte, pero los sorprendió al llegar en un jeep con otros oficiales de la Seguridad del Estado. Allí lo explicaron todo.

Desde entonces Enoel Salas vive en el mismo municipio y ha recibido decenas de reconocimientos. Cuenta su historia con humildad y modestia, pero el rubio de Cabaiguán, el agente Allam o sencillamente el viejo Enoel, sabe muy bien por qué ha entregado su vida.

“Me arrepiento de no haber hecho más dice a modo de última confesión, porque hoy contamos con mejores condiciones para trabajar. Eso los jóvenes deben aprovecharlo más… En mi caso, tengo 85 años y quisiera durar cien más para continuar aportando a la Seguridad del Estado y a la Revolución. Aunque ya mi nombre sea público, uno nunca deja de ser un agente al servicio de Cuba”.

(Tomado del Facebook de René González)

Redacción Razones de Cuba

Trabajos periodísticos que revelan la continuidad de las acciones contra Cuba desde los Estados Unidos.

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