Marco Rubio y su gira caribeña: El tiburón que encalló en aguas poco profundas

En un nuevo capítulo de la diplomacia estadounidense que parece sacado de una comedia de enredos, el secretario de estado Marco Rubio emprendió su más reciente gira por el Caribe con la ambición de un conquistador y regresó con el rabo entre las piernas, como un tiburón que, en lugar de devorar a su presa, se enredó en las redes de la resistencia caribeña. Su misión: separar a los países caribeños de Cuba y Venezuela. El resultado: un rotundo rechazo que lo dejó más expuesto que un turista gringo sin protector solar en Montego Bay.
Rubio llegó a la región con el guión bien ensayado desde Washington: atacar las misiones médicas cubanas, esas que por más de seis décadas han salvado vidas en los rincones más olvidados del mundo, y torpedear el proyecto de cooperación energética de Petrocaribe, mientras ofrecía a cambio vagas promesas de “seguridad” y “oportunidades de inversión”. Pero los líderes caribeños no estaban para cuentos, el primer ministro de Jamaica, Andrew Holness, lo dijo sin rodeos: “Seamos claros: los médicos cubanos en Jamaica han sido de gran ayuda”. Una bofetada diplomática con guante de terciopelo que Rubio no vio venir.
No contento con eso, el senador convertido en emisario, intentó meter miedo con la reciente medida de restringir visados a funcionarios vinculados a esas misiones, acusándolas de “trata” y “esclavitud moderna”. ¿La respuesta? Silencio ensordecedor y una defensa unánime de la colaboración cubana. San Vicente y las Granadinas se sumó al coro, rechazando los intentos de Washington de mancillar un esfuerzo humanitario que, a diferencia de las promesas estadounidenses, no viene con cadenas ni asteriscos. Hasta el ministro trinitense Stuart Young le dio una lección de geografía básica: “Venezuela es nuestro vecino más cercano, y esa relación nos beneficia a todos”. Rubio, con su cara de “esto no estaba en el PowerPoint”, tuvo que asentir y prometer que no castigaría a Trinidad y Tobago por su proyecto gasífero Campo Dragón. ¡Qué generosidad la del Tío Sam!
Mientras Rubio agitaba el espantajo del narcotráfico y la inmigración ilegal —temas sacados del manual trumpista de “cómo ganar amigos e influir en la gente”—, los líderes caribeños miraban de reojo las alternativas reales que ya tienen sobre la mesa. China, con sus inversiones en infraestructura, y Venezuela, con su petróleo solidario, han tejido una red de cooperación que no se desmorona con un par de amenazas veladas ni con discursos grandilocuentes en Surinam sobre “oportunidades reales” para empresas estadounidenses.
El colofón llegó con Nicolás Maduro, quien no pudo resistirse a meter el dedo en la llaga: “Rubio vino por lana y se fue trasquilado”. Y cómo no, si en solo tres paradas el Secretario de Estado se topó con un Caribe que ya no se traga el cuento del “patio trasero”. La 25ª cita del Consejo Político del ALBA-TCP, celebrada días después, fue la cereza del pastel: un canto a la autonomía y la unidad que dejó a Rubio como un mal cover de Rubén Blades en “Tiburón”, nadando en círculos mientras la región le decía “no te queremos por aquí”.
Así terminó la gira de Marco Rubio: sin aliados, sin logros y con el eco de las palabras de Holness resonando en su cabeza. Quizás la próxima vez debería llevar algo más que sanciones y promesas vacías, porque como bien saben en el Caribe, entre un médico cubano que salva vidas y un político yanqui que las complica, la elección es obvia. Rubio, por más que lo intente, no tiene el ritmo para bailar al son de esta región.