Soldados del silencio

Pueden llamarse Cecilia, Fernanda, Daniel, Alejandro, Alberto, Mariana o José. Puede que incluso esos tampoco sean sus nombres, solo los “nombres de guerra”, esa guerra que libran cada día, muchas veces en el más absoluto silencio y en el más oscuro de los anonimatos.
Puede que sus uniformes no sean verdes ni azules, puede que solo sean la coraza casi invencible de quienes consagran sus mejores años a velar por nuestra tranquilidad, a cuidar nuestros sueños.
Puede que anden lo mismo en una moto, que en un barco, que en un avión; puede que saltar en paracaídas ya sea su día a día, tan natural como respirar. Puede que ya el fusil sea como otra extremidad de su cuerpo, puede que su arma más poderosa sea la pluma y la palabra, la cámara, el trípode y el micrófono.
Puede que no tengan vacaciones muy a menudo, que no estén en las fotos de cumpleaños, bodas y navidades, porque son más que padres, hermanos, hijos o esposos, son, ante todo, soldados de la Revolución.
Y entenderlos en ocasiones puede ser difícil, muy difícil ¿cómo un hombre puede anteponer muchas veces la trinchera y las balas a la familia y al hogar? ¿Cómo pueden sobreponerse al peligro y las adversidades, a días y meses lejos de los suyos, a horas complejas y misiones casi imposibles?
Simplemente porque el sentido del deber es capaz de sobreponerse a amores profundos, a caricias de manitas infantiles, a lágrimas de madres; y solo nos queda comprender que son seres de luz en medio de un mundo de sombras y maldad, que bajo un escudo de seriedad y firmeza esconden un corazón profundo, que siente y padece más allá de los hijos propios, por los hijos de todos.