La guerra contra nuestro ejército de Batas Blancas

Ser médico en la Cuba de hoy constituye, más allá del enorme compromiso y la vocación por una carrera que necesita ante todo del humanismo y la sensibilidad de quienes visten su blanco uniforme, una paciencia infinita y una fuerza de voluntad a prueba de balas para resistir, no solo las carencias materiales que nos afectan por sanciones extranjeras, sino también la cruda guerra mediática de la que son objeto nuestros profesionales de la Salud.
Resulta más que irrisorio, casi una burla, convertir a nuestros médicos en el centro de atención de campañas guiadas por quienes, sentados cómodamente en un sofá a miles de kilómetros, tiran por tierra la más grandiosa de las labores: la de sanar, cuerpo y alma, en medio de situaciones de riesgo y condiciones adversas.
Constituye un gesto macabro convertir la cruda crisis económica que vive el país, arreciada después de la pandemia de la Covid-19, en el escenario de una película en la que, supuestamente, todos los médicos y enfermeros cubanos tienen el deseo de marcharse de su país o encabezan protestas en contra de la “dictadura”.
Utilizar además el tema migratorio, el cual afecta a la inmensa mayoría de las familias cubanas y a casi todos los sectores laborales de la isla, como el telón de fondo para afirmar que los galenos dejarán sus carreras y puestos de trabajo para marchar a algún lugar del mundo, es hoy el discurso que repiten y cacarean aquellos que siguen intentando ver del sol solo las manchas, y se alejan cada día más de los que, agradecidos, vemos siempre la luz.
Para nadie es un secreto el déficit de medicamentos, de insumos médicos, de material gastable, en fin, de muchos de los recursos necesarios para ejercer la medicina en cualquier lugar del mundo. Pero ¿acaso esos que tanto hablan cuentan también cómo en plena crisis y lo que es más, en plena pandemia, los científicos cubanos hicieron 5 vacunas antiCovid-19? ¿Acaso cuentan que, ante esas propias carencias, los ingenieros, biomédicos y especialistas unieron fuerzas para crear ventiladores pulmonares, cuando se nos negó su entrada al país? ¿Alguno dice acaso que en las zonas rojas nunca faltó un médico?
Quienes tenemos un médico en casa sabemos lo que sacrifican cada día, al pie del cañón, dando el pecho a las balas, desde el consuelo del hombro amigo, para enfrentar esas escaseces y conseguir un resultado satisfactorio, pero sin rendirse jamás, sin dejarse apabullar por palabras dictadas para herir sentimientos y lacerar a hombres y mujeres que hace muchísimo tiempo son verdaderos héroes.
Quienes tenemos la dicha de convivir con un médico cubano sabemos, entendemos y aceptamos que, muchas veces, son médicos primero que hijos, médicos primero que hermanos, médicos incluso primero que padres, porque son seres con la extraña capacidad de sentir el dolor ajeno como suyo, quizás herencia del Che.
Tildarlos de mercancía de cambio del gobierno, de la “dictadura”, es otro de esos mecanismos ridículos para empañar el sacrificio de esos que caminaron bajo la nieve en el Pakistán destruido por un terremoto o llegaron a África a tocar a los pacientes del ébola cuando ningún organismo internacional se atrevía a tomar una decisión al respecto (a fin de cuentas, el continente africano siempre ha estado en el olvido para tantos, menos para la Cuba de Fidel y de Raúl).
Esos que “colonizaron” la selva amazónica, esa a la que no llega nadie si no es a talar sus maderas preciosas, para llevar un poquito del desarrollo médico de la Mayor de las Antillas y aprender también de una cultura milenaria o esos que, enfrentando los prejuicios del mundo árabe con las mujeres, han instalado hospitales en medio del desierto de Qatar.
Los mismos que no lo piensan dos veces si suena un teléfono y tienen que volver a armar su mochila para partir, sin preguntar el lugar, no es necesario, irán a donde se les necesite, aun cuando prácticamente hallan acabado de volver desde el otro lado del mundo y traigan en su cuerpo el cansancio físico, pero en su alma la alegría del trabajo cumplido, no por deber, si no por esa convicción profunda que llevan en las venas desde que llegan a un aula de una facultad de ciencias médicas por primera vez.