Un principio estratégico del pueblo cubano: a favor de la revolución todo, en contra de ella nada

Es conocido que todo lo concerniente a la unidad nacional, por su carácter social, está enmarcado en cada una de las esferas, dimensiones o proyectos y modos de actuación de los hombres en uno u otro contexto histórico-concreto, en los cuales –en última instancia- las condiciones materiales de existencia y el modo de producción y de reproducción de esta constituyen la base sobre la que se erige la dinámica principal de los acontecimientos, que tienen lugar en una dimensión o esfera de la superestructura de la sociedad. El carácter de esta determinación nos proporciona un fundamento científico-metodológico esencial para escoger las herramientas teóricas que nos permitan el análisis del concepto unidad.
Se impone entonces responder la siguiente interrogante: ¿De qué unidad se trata aquí? Se trata de la unidad nacional y social de los hombres. Es la unidad de objetivos, de propósitos comunes de carácter familiar, e interpersonal en la vida cotidiana; de la comunión de proyectos de niños, jóvenes o adultos; del marco estudiantil, laboral o territorial-comunitario; con causas socio-políticas, culturales, morales o científico-técnicas, presididas por anhelos de justicia, libertad y desarrollo de un pueblo. Y todos ellos respondiendo a intereses diversos, entre los cuales los clasistas desempeñan un preponderante papel.
Se trata también de la unidad en torno a los íconos paradigmáticos y fundacionales de uno u otro pueblo, entre los que descollan: La Patria, la libertad, la independencia, la identidad nacional y cultural, la ética, la justicia social y el orgullo nacional.
En el caso de la unidad socio-política, esta debe ser vista como la unidad que un pueblo forja, desarrolla, fortalece, cuida y nutre constantemente; desde la experiencia vital que lo ha acompañado a lo largo de su proceso histórico. Al mismo tiempo, la unidad no existe separada de su antítesis; de su polaridad conceptual, de aquella que nos la presenta como dos polos antitéticos de una misma contradicción, los cuales se presuponen y excluyen mutuamente.
Tales son los casos en que la unidad nacional y la desunión o división conviven en hechos y procesos sociales en la historia de un país. El carácter de este binomio contradictorio –unidad y desunión- puede tener causas objetivas o subjetivas, pero casi siempre, obedece a una mezcla de ambas.
Dos grandes etapas han marcado su impronta en el proceso de edificación del socialismo cubano. Esto obedece a la necesidad de dejar argumentado que la transición al socialismo no es tarea de una sola generación; ni tampoco se logra en un corto periodo de tiempo, al contrario, tal como dejó establecido Lenin: la edificación del socialismo comprende un largo periodo, y es el fruto del esfuerzo de varias generaciones de abnegados trabajadores y del pueblo en general y que, junto con los esfuerzos y los sacrificios, estos también tienen que enfrentar las sucesivas agresiones del imperialismo, que no se resigna a perder su hegemonía internacional de clase y es por ello que apoya y organiza a la contrarrevolución interna. (Lenin V. Ilich 1973).
El juicio anterior avala que, en los primeros años de la Revolución cubana, y en medio de la aguda lucha de clases que aconteció en dicho periodo, se fueron decantando las posiciones individuales y colectivas en relación con la toma de partido a favor o en contra de las transformaciones revolucionarias que se iban gestando. Cada vez más el pueblo cubano se sentía dueño del país y protagonista de los profundos cambios para acabar con la explotación de clase, las injusticias sociales, – heridas que penetraron profundamente el tejido social cubano y dejando huellas en la psiquis del pueblo, en su cultura, modo de actuación y en la identidad nacional- más la falta de oportunidades para el desarrollo pleno de todas las capacidades de mujeres y hombres, quienes primero tuvieron que aprender a leer y a escribir, para después continuar insertándose en las múltiples opciones de desarrollo que la revolución fue creando.
Así se llega al punto en que, desde etapa tan temprana como el 30 de Junio de 1961, en un salón de la biblioteca nacional José Martí, el Comandante en Jefe, reunido con una numerosa representación de nuestra intelectualidad, dejó establecido el carácter y los límites de extensión en que se puede y debe mover siempre quien ame a la patria, al pueblo, a la justicia social, al derecho a construir una vida sin explotadores ni explotados, donde todos, en igualdad de condiciones podamos cultivar todas nuestras potencialidades. Dijo Fidel Castro entonces: A favor de la revolución todo, en contra de la revolución y el pueblo nada.
Este principio jamás podrá contradecir que se desarrolle toda la diversidad posible, individual y colectiva y la importancia que tienen las opiniones de todos acerca de cómo desarrollar la compleja tarea de edificar la nueva sociedad. Tampoco podrá omitir los errores cometidos en esos primeros años de revolución en la instrumentación de la democracia socialista y en la política cultural de la revolución, sobre todo con intelectuales de la generación que se había formado en los tiempos del capitalismo y veían con reticencia la profundización ideológica de la revolución.
Al respecto el Che apuntó: que el pecado original es que no eran auténticamente revolucionarios. Paulatinamente estos errores fueron corrigiéndose y la intelectualidad cubana se fue nutriendo de nuevos exponentes, frutos de la obra educacional y cultural de la Revolución.
La aguda lucha de clases que se suscitó posteriormente, derivada de la reacción contrarrevolucionaria del Imperialismo Yanqui y de la burguesía nacional vinculada a sus intereses, así como de elementos desclasados y el cómplice apoyo de una parte del clero católico reaccionario, de dentro y fuera de la Isla, más el ¨silencio aprobatorio¨ de muchos gobiernos de la región.
Este fue el ¨caldo de cultivo¨ que determinó la necesidad de tomar medidas defensivas, incluso coercitivas y con duras sentencias penales, contra quienes se alinearon a favor de una intervención militar estadounidense, al sabotaje económico, a la propaganda subversiva a favor de una potencia extranjera, a los planes de asesinatos políticos a los principales líderes revolucionarios cubanos, etc.
Una vez derrotadas las bandas contrarrevolucionarias en 1965 -gestadas por la CIA en las serranías de las 6 provincias existentes entonces en Cuba, luego de la derrota de la invasión mercenaria de Playa Girón, en abril de 1961- donde el país tuvo que movilizar a más de 300 mil combatientes, entre fuerzas regulares de las FAR y las Milicias nacionales Revolucionarias, así como cuantiosos recursos logísticos, lo cuales avalaron el juicio dado a inicios de los años ochenta, por el Comandante y Ministro de las FAR Raúl Castro, de que en Cuba prácticamente había tenido lugar una guerra civil.
La unidad nacional, forjada hasta hoy, derivada de todo lo acontecido en estos 60 años de revolución, se ve consolidada durante la etapa que denominamos Institucionalización del país, a mediado de la década del 70. Este periodo se extiende. hasta nuestros días
El tema tiene permanente atención por su importancia estratégica para la supervivencia de nuestra Revolución victoriosa y garantía de un futuro país con soberanía. Es impensable la construcción del socialismo cubano con desarrollo próspero y sostenible, solidario y democrático sin el fortalecimiento de la unidad nacional, la defensa de las conquistas sociales de la Revolución, el incremento de la participación ciudadana, bajo la dirección de los Órganos del P. Popular de cada territorio, en la materialización de las políticas públicas y el empoderamiento y desarrollo con autonomía de los municipios y comunidades, en todo el territorio nacional. Este es el camino al futuro de nuestra Patria, escogido con el voto positivo del 86,7% de la Constitución de la República de Cuba, en el 2019.