Otra escalada de violencia judía contra los árabes

Los grandes medios occidentales concluyeron la semana pasada y continuaron durante este fin de semana llenando sus portadas y principales espacios informativos con titulares casi idénticos: el movimiento palestino Hamás, que controla la Franja de Gaza, lanzó hacia territorio israelí 44 proyectiles, despliegue inédito desde las tensiones del 2006.
Ante este nuevo “ataque” musulmán, en el cual lamentablemente perdió la vida un turista italiano y otros cinco visitantes británicos resultaron heridos, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, ordenó la movilización de todos los reservistas de la policía de fronteras y de fuerzas adicionales del Ejército.
Hasta ahí el “ruido informativo” que nos llega desde las transnacionales de la información que controlan hoy más del 70 % de los medios y, por ende, a la inmensa mayoría la opinión pública mundial.
Pero para entender esta nueva ola de violencia debemos comenzar a analizar dicho suceso horas antes de su desencadenamiento final, cuando cazas y tanques de Israel atacaron una base militar y puestos pertenecientes a Hamás en Gaza, pero sobre todo, cuando durante dos noches seguidas, la policía israelí asaltó un lugar tan simbólico para el mundo musulmán y para la identidad palestina como lo es la mezquita de Al Aqsa, en Jerusalén, tercer lugar más importante para el culto islámico, después de La Meca y Medina en Arabia Saudí.
Si bien los árabes no pueden considerarse quizás como los hombres “más pacíficos” del mundo, lo cierto es que la constante agresión a la soberanía nacional de sus territorios y, por encima de todo, el ataque a lo que para ellos es más relevante incluso que sus propias vidas: sus lugares religiosos sagrados, los ha llevado, principalmente en los últimos 50 años, desde la Guerra de los Seis Días en 1967, a responder con violencia, sangre y fuego.
En ese sentido, el jefe de la organización palestina Hamás, Ismail Haniyeh, declaró que los ciudadanos de Palestina «no se quedarán de brazos cruzados» tras los asaltos israelíes contra la mezquita de Al-Aqsa.
«Nuestro pueblo y los grupos de resistencia palestinos no se sentarán sin hacer nada», dijo Haniyeh, tras el encuentro con los líderes de otras facciones palestinas que tuvo lugar en Beirut, capital libanesa. Además, alentó a «todas las organizaciones palestinas a unificar sus filas e intensificar su resistencia» contra Israel.
En medio de este panorama de crecientes tensiones, otras naciones árabes se han visto involucradas en la nueva oleada de ataques, sobre todo por dos razones: una, también son musulmanes, ultrajados y atacados en sus más profundas creencias y dos, acogen desde hace décadas a más de 300 mil hermanos palestinos exiliados y expulsados de su tierra por el régimen sionista de Tel Aviv.
Ese es el caso del Líbano, cuyas fronteras en la conocida como Línea Azul, franja de tierra que divide su suelo de los territorios palestinos ocupados, o sea, del Estado de Israel, se han visto desde mediados del pasado mes de marzo continuamente violadas por vehículos israelíes, con la justificación de “proteger a su pueblo” del movimiento libanés Hizbulah, defensor de la causa musulmana que incluye, por supuesto, a los palestinos.
Igualmente, desde Jordania la comunidad islámica se puso “en pie de guerra”, tras el ultraje a la mezquita y a sus fieles, precisamente durante las sagradas festividades del Ramadán (Semana Santa para la religión Católica).
Al respecto, el Ministerio de Asuntos Exteriores y Expatriados de Jordania, aseguró que “las acciones de Israel contra la mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén y los fieles palestinos tendrán consecuencias catastróficas”.
Desde Amán, la capital jordana, el portavoz de la Cancillería, Sinan al Majalila, advirtió en contra de la continua violación de la santidad de la mezquita y de su statu quo histórico y legal por parte de la policía israelí, lo cual «empujará la situación a una tensión y violencia aún mayores, por lo que todo el mundo pagará el precio».
Hace poco más de un mes, el pasado 26 de febrero, altos funcionarios palestinos e israelíes se comprometieron, precisamente en Jordania, a trabajar para reactivar los esfuerzos con el fin de alcanzar un acuerdo de «paz justa y duradera».
No obstante, como en múltiples ocasiones anteriores, los más recientes sucesos han demostrado, una vez más, que poco o nada podrá conseguirse a ciencia cierta, siempre que el pueblo palestino sea considerado un “intruso” en su tierra y sea profanado en sus más profundas convicciones, a lo que se suma la profunda división de intereses también al interior de ambos gobiernos, que también juega en contra de una verdadera conclusión del problema.