Bien temprano fui hoy a votar. Todavía las calles estaban medio vacías. Solo pude percibir el rugido de alguna lavadora, aprovechando la entrada de agua en el barrio, o la conversación de transeúntes dispersos por las esquinas. Aunque parece un día normal, como cualquier otro, no lo es.
Se ha dicho que se trata de un momento histórico, un día trascendental, una transformación que marcará el futuro de las nuevas generaciones. Así es, y nos quedamos todavía cortos. Cuando aprobemos el nuevo Código de las Familias ─sí, confío en el buen juicio y la cultura del pueblo cubano─ estaremos dando un paso más hacia la equidad que tanto esperamos. Pondremos a nuestro país, una vez más, en la vanguardia mundial, esta vez en el campo del desarrollo social y el reconocimiento de los derechos familiares.
Si bien en varias naciones en el mundo existe respaldo a preceptos planteados en la propuesta legal, esta es la primera vez que un documento de este tipo se construye de forma colectiva, para más tarde someterlo a referendo popular.
Más de un año después, tras la elaboración de más de 25 versiones, aquí estamos. Ha llegado el día. Ni una tormenta tropical en las cercanías de la Isla podría mantenernos alejados de las urnas.
He visto personas llegar a los colegios electorales apenas estos abren, con la luz del alba a sus espaldas. Marqué mi propia cruz en el Sí, repasando varias veces las líneas, como si de esa manera pudiera marcar la profecía de la victoria sobre el papel.
Estudié el texto con una mirada crítica, me documenté para entenderlo a cabalidad, y no siento más que orgullo por haber llegado a este nivel de comprensión de la diversidad social, de los múltiples rostros que tiene la Cuba de hoy.
Creo en Cuba, en los cubanos. Nada que vaya a favor de las próximas generaciones podrá ser negado debido a prejuicios y palabras malintencionadas. El amor será ley.
