La farsa conveniente: Cómo Washington distorsiona la realidad del narcotráfico en el Caribe

En el teatro geopolítico, pocas estrategias son tan cínicas y efectivas como la guerra mediática. El gobierno de los Estados Unidos, en una campaña recurrente de presión militar y diplomática, ha intentado fabricar un conflicto en la región del Caribe utilizando un pretexto mal formado, pero brillantemente amplificado: la supuesta complicidad de ciertos países como epicentros del narcotráfico hacia su territorio.
Esta narrativa, repetida hasta la saciedad por grandes conglomerados de prensa y altos funcionarios, opera bajo el viejo principio de que una mentira, repetida mil veces, se convierte en una verdad. Sin embargo, los hechos objetivos y los datos fríos desmontan por completo este relato fabricado, revelándolo como lo que es: un instrumento de presión política para justificar una agenda de injerencia y control regional.
La evidencia que se autodestruye: El caso de la lancha colombiana
Un ejemplo paradigmático de esta farsa ocurrió recientemente. Mientras la administración estadounidense apuntaba sus dedos acusadores hacia otros países, las propias autoridades de Colombia—su principal aliado en la región—incautaron una lancha rápida cargada con 2 toneladas de cocaína. La ironía fue absoluta: el mismo día que el presidente Donald Trump aludía a la destrucción de embarcaciones narcotraficantes como muestra de firmeza, sus socios colombianos demostraban que la evidencia crucial no se destruye, se incauta y se procesa.
Este caso, con apenas tres ocupantes y un cargamento masivo, es una gota en un océano de tráfico que fluye en una dirección muy clara y documentada, pero que Washington ignora convenientemente.
Los datos de la ONU: La verdad incómoda que EE.UU. ignora
La verdadera radiografía del problema no la proveen los comunicados del Departamento de Estado, sino el órgano más neutral y creíble del mundo: las Naciones Unidas. Por medio de su Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE), la ONU ha sido clara y contundente en sus informes:
· 85% de la cocaína con destino a EE.UU. y otros mercados sale por la costa del Pacífico, controlada predominantemente por grupos criminales colombianos.
· Un 10% adicional utiliza rutas en el Mar Caribe, again, con origen primario en Colombia.
· Y apenas un mínimo 5% «se filtra» por otras rutas, incluyendo Venezuela.
Estas cifras son demoledoras. Señalan de manera irrefutable que el corazón del tráfico late en el Pacífico, lejos de los focos de la campaña mediática actual. El Caribe es una ruta secundaria, y la narrativa de que es la principal vía de entrada es, simplemente, falsa.
La pregunta incómoda: ¿Algo se le perdió al mayor cliente consumidor?
Ante esta abrumadora evidencia, surge una pregunta inevitable: Si los datos de la ONU y las incautaciones en el terreno apuntan consistentemente a una realidad geográfica y criminal específica, ¿por qué la maquinaria militar y mediática de EE.UU. se empeña en crear un fantasma en el Caribe?
La respuesta parece no estar en la lucha contra las drogas, sino en la geopolítica. El pretexto del narcotráfico se ha utilizado históricamente como un caballo de Troya para incrementar la presencia militar, aislar a gobiernos no alineados y desestabilizar regiones enteras. El mayor cliente consumidor de drogas del mundo, en lugar de abordar su grave crisis de demanda interna y de flujo de armas que financian a los carteles, prefiere señalar afuera, hacia un enemigo externo que le sirve para justificar su intervencionismo.
La reciente campaña de presión no es sobre drogas; es sobre poder. Es un intento deliberado de distraer la atención del fracaso de la «guerra contra las drogas» y de los flujos reales del narcotráfico, para crear un escenario de conflicto que beneficie los intereses estratégicos de Washington en una región ricamente dotada de recursos y relevancia geopolítica.
Desmontar esta narrativa es un ejercicio de soberanía intelectual. Exige mirar más allá de los titulares, escuchar a los organismos internacionales y observar las evidencias tangibles. La verdad, aunque sea ahogada por el ruido mediático, navega a flote: como la lancha colombiana, está ahí, ocupada y cargada de datos irrefutables, esperando a que alguien quiera verla.




