Batalla de Girón: Testimonios

La Caleta del Rosario se ubica a 9 kilómetros 750 metros al sudeste de Playa Larga y a 1 kilómetro 750 metros de Caleta Ávalo. Tiene 500 metros de longitud desde su entrada hasta el fondo tierra adentro. Resulta ser una de las más reguardadas caletas del litoral cenaguero.
Según la historia oral existen dos hipótesis sobre el origen de su nombre:
– por la pérdida de un valioso Rosario (sarta de cuentas colocadas de diez en diez, que sirve de guía al rezar), el cual se buscó infructuosamente por mucho tiempo.
– porque en el lugar vivió una familia en tiempos remotos, donde la doña tenía por nombre: ¡Rosario!
La primera vivienda decorosa aquí, fue construida por el norteamericano “Walter D. Wilcox” (dueño de la finca Lagunillas alias “Jiquí”), que siendo de madera y techo de tejas debió ser muy fresca y espaciosa, también el gringo se hizo construir un Chalet de madera con techo de cinc.
Días antes de la Invasión un grupo de milicianos del Batallón 339 de Cienfuegos establecieron un “Punto de Observación” en este bello paraje costero. Pues bien, como siempre he tenido en el pueblo de la Ciénaga de Zapata mi mejor aliado y compañero, también tuve la dicha de contar con la colaboración y conocimientos de un gran amigo nacido y criado entre La Playa de la Gallina y la Caleta del Rosario nombrado Rolando (Roly) Ramos Morejón, quien se autotitula “El historiador o escritor silente de la Ciénaga” ¡cosa ésta que me ocasionó mucha gracia. Y me contó Roly sobre los sucesos acaecidos allí durante la Batalla de Playa Girón:
“Recuerdo que unos días antes de producirse la invasión mercenaria, mi papá Silverio (“Neno” Ramos) le había prestado el local que ocupaba la caballeriza a un jefe de escuadra de las Milicias Nacionales Revolucionarias perteneciente al Batallón 339 de Cienfuegos llamado Adolfo Landín junto a 23 milicianos más, para que se alojasen allí. Esos combatientes manifestaron que se esperaba una invasión y por ello había que vigilar las costas.
Sobre la 1:00 de la madrugada del día 17 de abril de 1961 nos despertamos toda la familia (papá, Ángela, Nardo y yo) al escuchar constantes y fuertes disparos de armas de grueso calibre. Enseguida miramos por las muchas ventanas que tenía nuestra casa, la cual le llamaban “El Chalet del americano”, y que se ubicaba en la punta este de la Caleta del Rosario ¡Aquello parecía “fuegos artificiales en un carnaval”! En la Bahía de Cochinos rumbo a Playa Larga la noche se iluminó por completo con las luces de bengalas que lanzaron los invasores para poder desembarcar.
Allí permanecimos bien quietos hasta el amanecer tanto la familia como los milicianos. Luego el jefe de milicias autorizó que Nardo fuera a buscar en una chalana a la otra parte de la familia que vivía en la punta oeste de la citada caleta, compuesta por mis tíos Alejandrino, Gervasio, Juan, Benita, y los primos Luca y Delia quienes eran niños aún.
Ya casi de día un barco parece que vio a los milicianos que estaban alrededor de mi casa, la cual era de tablas de pino tea y techo de zinc pintado de rojo, y enfilo la proa hacia la vivienda; entonces el jefe de la milicia dio la orden de prepararse para dispararle al barco. Mi padre se interpuso y le dijo que el barco tenía cañones e iba a disparar hacia nosotros y no iba a quedar nadie vivo allí.
En ese momento pasaron dos aviones por encima de la casa y sentimos el ruido de un tanque de guerra que transitaba por la carretera Girón – Playa Larga.
El jefe de la escuadra miliciana Landín escuchó las súplicas de mi padre Neno Ramos y ordenó que dos milicianos nos llevaran para el borde de la carretera con el propósito de que si pasaba algún vehículo nos evacuaran para el poblado de Jagüey Grande ¿Pero qué sucedió? Lo que pasó en ese momento fue un tanque de guerra invasor, y al observar sus ocupantes a los milicianos alrededor de la casa parece que pensaron que era un cuartel militar y entablaron un inmenso tiroteo. Considero que los milicianos se vieron dentro de una encrucijada puesto ya que tenían a sus espaldas el mar con un barco de guerra amenazándolos, por encima aviones y por la carretera un tanque de guerra.
Nosotros al ver la situación cogimos corriendo un camino que nombraban “El Veral”. Recuerdo aún que las balas nos picaban cerca y por todas partes, y que mi tío Juan, con más de 90 años corrió casi al igual que todos tratando de huir de aquel infierno ¡allí, a casi 100 metros del combate, escapamos por casualidad de la muerte pero en un puro estado de nervios! Pues sentíamos las bombas, aviones, tanque, gritos espeluznantes de los niños y mujeres, más el fragor del combate casi cuerpo a cuerpo entre los milicianos y los invasores.
Casi a las 4:00 PM y al no escuchar ningún ruido, decidimos salir del escondite pues ya la sed y el hambre estaban haciendo efecto, más aún en los niños y los ancianos.
Al llegar a mi casa créenme que sentí una mezcla de terror y dolor, pues vi lo que nunca pude imaginar de las secuelas y horrores que puede dejar la guerra: lo primero que vi al llegar a la carretera fue una pila de casquillos de balas de grueso calibre que había dejado allí el tanque de guerra de los mercenarios, también charcos de sangre y pedazos de ropa ensangrentados, humo y candela por dondequiera; al llegar a la casa ella ardía completamente con todas las cosas adentro que habíamos adquirido con mucho esfuerzo durante toda una vida ¡Allí, delante de aquel desastre los hombres lloraban en silencio, mientras que las mujeres se ahogaban en sollozos al contemplar aquellas cosas casi impensables e increíbles!
Detrás de mi casa existió un “guanillar” (vegetación costera) muy espeso ¡estaba quemado completamente! Habían tirado bombas de napalm y se veían pedazos de ropas incendiados de los milicianos que seguramente se tiraron al mar para apagarse. Una puerca y un gato yacían muertos. Una cerca de alambre de púa de 18 pelos solo quedó con 6, ya que las balas habían trozado 12 pelos. Una mata de canistel que tenía 30 pulgadas de diámetro su tronco, casi fue trozada por completo.
Así con las almas destrozadas cogimos la carretera para ir a la casa de mi tío Alejandrino Ramos; ya por el camino pasó un avión y nos tiró una ráfaga que las balas picaron bien cerca de nosotros ¡enseguida cogimos el monte!
Nosotros perdimos la casa con todo adentro, los cuales habíamos adquirido con tanto sacrificio y trabajo durante tantos años, pero también pensábamos que más habían perdido otros al perder la vida.
Allá, en el combate desarrollado en mi casa, la cual quemaron, murieron dos milicianos que yo conocí allí antes de la invasión. Voy averiguar sus nombres que están en una tarja frente a la entrada.
Los nombres de los milicianos que murieron en la Caleta del Rosario se llamaron:
Luis Pérez Iznaga. Era negro y vivía en Cienfuegos. Se defendía con una ametralladora calibre 30 y tendría unos 36 años de edad. Él estaba atrincherado en un hueco donde nosotros sacábamos rocoso para rellenar el patio de mi casa.
Ramón Jauregui Díaz. Tendría 22 años de edad. Era de Cienfuegos y portaba una metralleta. Yo le había prestado un cordel para pescar.
Rodolfo Díaz Alfonso. Era de La Habana, vivía cerca del Puente de La Liza. Lo mataron el martes 18 de abril de 1961 en ese lugar, por lo que no estuvo con el batallón 339 de Cienfuegos.
Y como te dije al inicio de nuestra conversación, el Jefe de esa Escuadra del Batallón 339 de Cienfuegos se llamaba Adolfo Landín. Estuvo al frente de 23 milicianos. Portaba un Garan como armamento. Su edad era de 40 años o menos”.
El testimonio de Roly me resultó triste y repleto de detalles que solo las vivencias pueden proporcionar.