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El Moncada no fue un acto terrorista

Desde aquella madrugada el mundo cambió para siempre. Asaltar un cuartel de la magnitud del Moncada no tenía precedentes en Cuba, tampoco en Latinoamérica. Los más aguzados sentidos de la época sabían que algo diferente estaba sucediendo. Apenas había terminado la Segunda Guerra Mundial (1945) y los políticos y sistemas globales estaban no solo reactivos, las nuevas potencias andaban observando y perfilando.

Las razones históricas que justifican la acción están más que clarificadas por amigos y enemigos. Sumidos en los desmanes de una dictadura brutal un puñado de jóvenes decidieron dar la vida por la utopía tomando como base el legado histórico cultural de la larga guerra de independencia y especialmente de las principales figuras que la gestaron.

El posterior alegato de Fidel —a todas luces irrefutable ante el tribunal— haría legítimas aquellas razones. Posteriormente cada oración de evidencias y denuncias se convirtieron en la plataforma política aceptada en mayoría por un pueblo que respiraba los vapores de la revolución soviética y la lucha universal contra el fascismo.

Inspirados en la necesidad histórica de una revolución verdadera la totalidad de los cubanos desde entonces y hasta el triunfo en 1959 —de una manera u otra— se enrolaron en la lucha sin escatimar riesgos, por igual, posterior a la fecha.

El suelo cubano volvía a nutrirse con la sangre de no pocos de sus hijos, tanto de un lado como del otro. Era una lucha legítima entre el pueblo y el poder, el motor pequeño había echado a andar el motor grande de la Revolución una vez más.

El 26 de julio de 1953, según registros históricos, más del 80% de las muertes sucedieron del lado de los asaltantes, los asesinatos extrajudiciales aportaron un número de víctimas considerable. Además de los fallecidos en el acto heroico, otras personas resultaron heridas o asesinadas en persecuciones y represalias desatadas por el ejército, muy cercanas a la relación 1 a 10.

Un verdadero acto de reprensión y terror se generalizó en el país. Los verdaderos terroristas estaban marcando la Raya para siempre.

Hoy las campañas disidentes de la revolución y sus amos y gestores —los que perdieron la República bananera—, entiéndase el lobby cubano-americano, drenan por las heridas históricas, tratan de ubicar el asalto al Moncada como un acto terrorista, desconociendo que fue un hecho legítimo de liberación, reconocido por la opinión pública internacional, por el pueblo cubano —independientemente de la afiliación política—, y en aquel entonces hasta por los pragmáticos norteamericanos, quienes veían la posibilidad de un cambio en la isla que “limpiara” décadas de ignominias y denuncias que desestabilizaban sus intereses económicos. Para muestra, la rebelión del 33 que derrocó a Gerardo Machado y otras guerritas anteriores.

Es bueno entender que el término «terrorismo» ha sufrido una evolución histórica y los acólitos lo deben saber. El cambio de fisonomía ha sido utilizado a lo largo de la historia en diferentes contextos y con diversos significados e intenciones. Sin embargo, su generalización política y su utilización actual como concepto ampliamente conocido se puede rastrear en la década de 1970.

Durante las décadas anteriores, el término «terrorismo» a menudo se asociaba con acciones violentas llevadas a cabo por organizaciones políticas clandestinas o movimientos de independencia, especialmente en el contexto de la descolonización y los conflictos de liberación nacional. Sin embargo, su uso y definición no eran uniformes y podían variar según el punto de vista político y el contexto histórico, obvio, tratado por los medios de propaganda imperialista convenientemente.

Diecinueve años después de los hechos del Moncada el término «terrorismo» se convirtió en un tema central en el discurso internacional. Esto se debió en gran parte a una serie de atentados violentos y secuestros a gran escala, como el secuestro de los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972, los ataques de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y otros grupos palestinos, y la aparición de organizaciones como el Ejército Rojo Japonés y las Brigadas Rojas en Europa.

Estos incidentes, junto con otros actos de violencia política y el surgimiento de organizaciones terroristas más visibles y letales, provocaron un aumento en la atención pública y de los debates internacionales sobre el fenómeno.

Como resultado, los gobiernos, las organizaciones internacionales y los medios de comunicación comenzaron a utilizar y definir más comúnmente el término para describir actos deliberados y violentos orientados a sembrar el terror y alcanzar objetivos políticos o ideológicos, con independencia de la causa o el grupo responsable. El punto máximo de atención lo ganó el término con el auto atentado de las Torres Gemelas.

Es importante tener en cuenta que el concepto «terrorismo» sigue siendo objeto de discusión y debate. Existen diferencias significativas entre las definiciones adoptadas por los diferentes países y organizaciones, y hay quienes argumentan que su uso puede ser subjetivo y políticamente motivado.

Por tanto, es fundamental contextualizar y analizar cuidadosamente el uso del término y comprender que puede tener implicaciones políticas y perspectivas diversas según el contexto en el que se utilice y la intencionalidad.

La diferencia entre el terrorismo y la guerra de liberación nacional radica en los enfoques y objetivos de estas.

Es reconocido en la praxis como la utilización deliberada y sistemática de actos de violencia, amenaza o intimidación con el fin de causar miedo, pánico y terror en una población civil o en determinados grupos con el propósito de lograr objetivos políticos, ideológicos o religiosos. Los actos terroristas suelen ser llevados a cabo por organizaciones clandestinas, grupos insurgentes, narcotraficantes, fundamentalistas, movimientos separatistas o individuos que buscan hacer valer su mensaje a través de la violencia indiscriminada contra civiles y objetivos no militares.

Caso contrario, la guerra de liberación nacional es reconocida como lucha armada o conflicto armado en el que un grupo de personas o una nación lucha contra una potencia extranjera ocupante o una situación colonial o de dominación —se ajusta con exactitud a los objetivos del Moncada.

El objetivo de una guerra de liberación nacional es alcanzar la independencia política, la autodeterminación y la liberación de un territorio o una población que consideran oprimidos por una potencia externa o un gobierno títere con apoyo externo.

La principal diferencia entre el terrorismo y la guerra de liberación nacional radica en la naturaleza de los actos violentos y los objetivos finales de cada uno:

El terrorismo se centra en la propagación del miedo a través de ataques indiscriminados y violentos. Su objetivo principal es generar una respuesta emocional y política que debilite o desestabilice a un gobierno, una sociedad o un sistema establecido.

En contraste, la guerra de liberación nacional se dirige principalmente contra las fuerzas militares y de ocupación del poder dominante, y busca expulsar o derrotar a esa fuerza para lograr la emancipación, la soberanía y un cambio radical de las bases económicas y constitucionales.

Es importante reconocer que existe una delgada línea conceptual divisoria entre el terrorismo y la guerra de liberación nacional, la existencia de la franja difusa puede ser sujeta a interpretaciones políticas oportunistas, esencialmente enarboladas por la falange diversionista, remanente del poder defenestrado.

Por tanto, para calificar el asalto a la segunda fortaleza militar del país y al cuartel de Bayamo como un acto terrorista los enemigos de la Revolución deben sacarlo del contexto histórico-social… y ningún historiador o analista serio haría tal aberración por varias razones:

Es reconocido como un acto históricamente genuino, necesario, legítimo. Súmele al argumento que no fue una acción deliberada, ni a un recinto desprotegido, cuyas víctimas llegaron a ser civiles inocentes.

Resultó un acto de hombradía. Los participantes llegaron a enfrentar la muerte consciente, con basamento en los valores devenidos de la lucha de independencia, reconociendo como autor intelectual a José Martí, el más humano de los cubanos.

Las justificaciones del acto militar contra el ejército constitucional —apertrechado y armado con los más modernos medios de la época para un ejercito latinoamericano— se presentaron ante el tribunal (documento que luego sería el alegato La historia me absolverá) y en él quedaron explícitas y aceptadas las razones.

En todos los casos, los sobrevivientes asumieron la responsabilidad jurídica y las sanciones impuestas con hidalgo valor, así fueron acatadas y cumplidas dignamente hasta el momento de la liberación. Un detalle importante es que casi la totalidad de los asaltantes continuaron la lucha armada ofrendando la vida en muchos de los casos.

Y tal vez lo más importante, el acto no impuso miedo ni terror a minorías étnicas, religiosas o políticas, contrariamente despertó el fervor revolucionario en los cubanos y no solo se sumaron miles de jóvenes a la lucha posterior, también recibieron el apoyo y la admiración del pueblo, cuyo momento culminante de legitimación fue la Caravana de La Victoria y su entrada a La Habana.

Y si quedará algún cuestionamiento descalificador, entendamos que la liberación de los moncadistas fue por presión popular, por reconocimiento de la acción, por presión internacional, por aceptación del gobierno norteamericano quien a través de su embajada en Cuba debió hacer llegar a Batista la decisión del indulto.

Ninguna de estas razones —y aquellas que Ud. pueda agregar a la lectura— dará como resultado la bajeza moral e histórica de calificar el asalto al cuartel Moncada como un acto terrorista.

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