por Bruno Sgarzini

«Un programa de shock de reducción drástica del gasto público eliminaría la inflación en meses y sentaría las bases para una economía de libre mercado en Chile», escribió Milton Friedman en una carta enviada a Augusto Pinochet luego de un breve encuentro de 45 minutos con el dictador.  Desde el comienzo, Friedman entendió que Pinochet sabía poco de economía, y «aprovechándose» de eso le envió la mencionada carta. Lo hacía como líder de la corriente de pensamiento partidaria del libre mercado, fundada en la Escuela Económica de la Universidad de Chicago.

La aceptación del plan de Friedman fue inmediata por parte de Pinochet y  originó la «revolución liberal chilena», que luego inspiró a las presidencias de Margaret Tatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en Estados Unidos en sus planes de desregulación y privatizaciones. Detrás del programa económico de Pinochet, sin embargo, estuvo Estados Unidos, quien financió su elaboración con fondos de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) enviados a los discípulos de las Escuela de Chicago adoctrinados en Chile.

Los creadores del famoso «ladrillo», el libro de 300 páginas que sirvió de base para el programa de Pinochet, fueron formados por la Escuela de Chicago en la Universidad Católica de Chile, bajo la tutela de un programa de financiamiento de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID). El tridente Estados Unidos, Iglesia Católica y neoliberalismo irrumpía por primera vez en América Latina para imponer una ideología de libre mercado en todo el continente.

José Piñera, hermano del actual presidente y discípulo de Milton Friedman, fue miembro del gabinete de Pinochet y uno de los impulsores de la constitución chilena. Foto: GGN

Una vez concluidas las reformas de liberación y privatización de las empresas públicas, José Piñera, hermano del actual presidente y otro discípulo de Friedman, promovió una Constitución donde se institucionalizó el derecho de los privados sobre lo público al límite de abandonar la educación, la salud y hasta el agua a los deseos del mercado. Ese envase institucional, adobado con un sistema de partidos de derecha hard y derecha moderada, es lo que se presenta como el mejor modelo de gestión de una economía de libre mercado en la región y el mundo.

Según Orlando Letelier, asesinado por el Plan Cóndor en Estados Unidos, el catecismo de esta ideología es que «el único marco posible para el desarrollo económico es uno dentro del cual el sector privado pueda operar libremente; que la empresa privada es la forma más eficiente de organización económica y que, por lo tanto, el sector privado debería ser el factor predominante en la economía. Los precios deberían fluctuar libremente de acuerdo con las leyes de la competencia. La inflación, el peor enemigo del progreso económico, es el resultado directo de la expansión monetaria y puede ser eliminada solo mediante una drástica reducción del gasto gubernamental».

¿Por qué el problema del modelo chileno es regional y global?

José Piñera impulsó la Constitución chilena escuchando las palabras de su mentor Milton Friedman sobre el experimento neoliberal, que se volvería inviable si no se institucionalizaba en un «régimen democrático».

El hermano de Piñera, además, fue quien diseñó la privatización del Seguro Social en Chile, tomada como referencia por los neoliberales del mundo por permitir a los bancos, y fondos financieros, apostar con el dinero de las pensiones en el mercado global.

Precisamente, las tres reformas en danza en toda América Latina para reactivar el crecimiento económico de la región, estimado para este año en 0,2%, se basan en aplicar reformas laborales, de pensiones y tributarias similares a las tomadas por Chile. El catecismo citado por Letelier es el mismo: reducir el gasto público y liberalizar los controles a los privados para atraer a los capitales.

«La triste ironía de protestas como las de Chile en la región es que hacen difícil mejorar la situación a través de reformas económicas», afirmó Brian Winter del Consejo de las Américas, fundado por David Rockefeller. Según esta lógica, Brasil saldría solo de una caída de siete puntos de su PIB si su ministro de Economía, Paulo Guedes, formado en el experimento neoliberal chileno, pudiera reformar el Seguro Social y privatizar Petrobras, luego de haber liberalizado las condiciones laborales.

Si uno observa regionalmente la tendencia de México hasta Argentina, el mandato de los bancos para seguir financiando las deudas públicas de los Estados-nación se basan en un combo de medidas de claro austericidio. Si Estados como Argentina no pueden pasar estas reformas, como le sucedió a Mauricio Macri con la reforma laboral, inmediatamente aparece el FMI a financiar un plan de shock que libere los controles a los privados y reduzca drásticamente el gasto público por la fuerza.

Protestas como la de Chile se están replicando en todo el continente al tiempo que se imponen las mismas recetas neoliberales. Foto: CNN

Estas medidas basadas en la trampa de la «deuda», según el economista David Harvey, lo que generan es que, mediante la triada FMI, Departamento del Tesoro y Wall Street, los países racionalicen su deuda generando una mayor, pero mejor estructurada, en base a transferir sus activos hacia el extranjero (leáse Estados Unidos y Europa).

Desde 2008, con el crash financiero, este proceso, que Harvey denomina «acumulación por desposesión», se aceleró en toda América Latina desembocando en el actual estado de cosas, donde la mayoría de Estados se ven en proceso de grandes reformas para volver al crecimiento de sus macroeconomías, a costa de sus propias poblaciones pauperizadas por estas medidas.

En Chile justamente fue donde inició este proceso global de acumulación por desposesión, dado que el plan económico diseñado por los Chicago Boys fue el que dio origen al Consenso de Washington, impuesto en la mayor parte de América Latina posterior a escenarios de hiperinflación y grandes deudas en los 80. Experiencia que se replicó en África y Asia de la misma forma y de la misma manera, tal como se explica en el documento de trabajo En las ruinas del presente de la Tricontinental.

Privatización y reducción drástica del gasto público fue el grito de guerra de los neoliberales cuando diseñaron el sistema institucional chileno para estratificar una sociedad de clases, dominada por un consumo de bienes y servicios basado en el endeudamiento masivo.

El saldo es por demás elocuente: uno de cada tres chilenos mayores a 18 años no tienen recursos para pagar sus deudas. Las cuales fueron contraídas para comprar en grandes tiendas, educación personal o familiar, gastos en salud y compras del día, de acuerdo a un informe del diario Concepción.

En ese sentido, El Mostrador tituló una nota «Con la soga al cuello; el endeudamiento acumulado que detonó la revuelta de octubre», donde entrevistó a Lorena Pérez, investigadora del Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías del Poder. Pérez sostuvo que la mayoría de los chilenos gastan un 27% de sus salarios en pagar deudas que representan una «especie de extensión salarial», que constantemente se va refinanciando con fines de consumo, o simplemente para llegar a fin de mes.

Un aditivo aún mayor a esta explosiva situación es que la privatización de los fondos de pensiones, realizada por el hermano de Piñera, ha desembocado en que los trabajadores activos se hagan cargo de los costos económicos de sus padres ahora que se retiran del sistema previsional.

«Esta generación tiene que cargar económicamente con sus propias deudas y los costos de las pensiones indignas de sus padres», señaló Pérez sobre un Chile donde los ricos más beneficiados con esta privatización son los mayores evasores fiscales.

Justamente, un experto en eludir impuestos es el actual presidente Piñera, quien se especializó en comprar empresas quebradas, consideradas «zombies» para, a través de ellas, anotar sus utilidades en las pérdidas de la mismas con el fin de pagar menos impuestos. Por esto el investigador Martín Rivas calificó a Piñera como «rey zombie».

La explosión social y la represión indiscriminada

«Piñera ha entendido correctamente la necesidad de hacer que Chile sea más atractivo para los inversores extranjeros y de impulsar el crecimiento económico (…) Si se quiere preservar la estabilidad duramente ganada de su país, ahora debería mostrar una sensibilidad similar hacia los chilenos menos afortunados», escribió el Financial Times en un editorial luego de que el presidente chileno enfrentara protestas contra el aumento del Metro principalmente, entre otras reformas.

El servicio se estima que ha incrementado 20 veces desde 2017, y si un chileno viaja dos veces por día, el precio del pasaje le absorbe el 16% del salario. Un claro ejemplo de cómo funciona el neoliberalismo en Chile.

El Financial Times, que considera erróneamente a la revuelta chilena como una de «clases medias», entre líneas lo que critica es la decisión de Piñera de establecer un toque de queda y estado de excepción en las calles, sin hacerse cargo de las consecuencias de las políticas que pregona en sus páginas.  

Se registran 129 denuncias de torturas y tratos crueles por parte de los militares chilenos. Foto: Misión Verdad

Bajo una estrategia clásica para criminalizar la protesta, el gobierno chileno, junto con los medios, remixaron el clásico combo de grupos de infiltrados con hechos de violencia para tipificar las manifestaciones como una amenaza a la estabilidad del país. Con el mismo objetivo de desmovilizar la protesta, los militares y carabineros se encargaron de utilizar métodos para aterrorizar a la población con el fin de que abandonasen las calles.

Horas y horas de video fueron filmadas con episodios de violencia de las fuerzas de seguridad, como si se rodase una película de Quentin Tarantino. El ciudadano globalizado pudo ver de primera mano cómo los militares chilenos disparaban a jóvenes por la espalda, golpeaba a niños y mujeres, y atropellaban con patrullas a manifestantes, entre muchos otros episodios del horror show chileno.

El saldo es de 19 muertos, más de 200 heridos, casi 3 mil detenidos y 129 denuncias de torturas y tratos crueles recogidas por el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH). Un flashback en toda la línea hacia la dictadura de Augusto Pinochet, pero con pantallas táctiles.

David Harvey justamente afirma en su tesis sobre la acumulación por desposesión que el control del descontento, producto de las políticas neoliberales, por lo general queda en manos del «aparato estatal del país deudor, respaldado por la asistencia militar de los poderes imperiales».

Chile, por caso, tiene unas Fuerzas Armadas formadas por la Escuela de las Américas bajo doctrinas de seguridad nacional que consideran como «enemigo interno» a todo aquel que sea un riesgo para la estabilidad del país. Lo que vemos en las redes sociales no es más que un ejemplo práctico de todo lo que le hacen las fuerzas de seguridad a los Mapuches durante todo el año, todos los años.

Piñera, por su lado, asombrado por la virulencia de las protestas ensaya concesiones como congelar las tarifas de Metro y electricidad, y subir el salario mínimo, aplicando la teoría política neoliberal de la Elección Racional en la cual se basa el sistema político chileno.

Esta teoría supone que el individuo, o agente, tiende a maximizar su utilidad-beneficio y a reducir los costos o riesgos en sus decisiones. «Los individuos prefieren más de lo bueno y menos de lo que les cause mal», sostiene el portal Economipedia. Según Piñera, entonces, la forma de atraer las demandas de los chilenos hacia la institucionalidad es conteniéndolas con medidas paliativas y una mesa de diálogo.

Sin embargo, la incapacidad de Piñera de apaciguar la protesta, por la fuerza o la persuación, demuestra un claro colapso de un sistema político y un diseño institucional que hace diez años bloquea que la Constitución sea modificada para contemplar derechos sociales, comunes en la región, como a la educación y la salud, solo por citar dos de ellos.

Un ejemplo de cómo entender esto se encuentra en la Teoría de los Sistemas de David Easton, que también gusta a los neoliberales, quien afirma que los sistemas políticos se retroalimentan entre las demandas de la sociedad, procesadas por los articuladores del sistema (llámese políticos), y las respuestas a estas demandas, que a su vez generan otras reacciones de la sociedad que reinician el ciclo.

Desde este punto de vista, el sistema político chileno hace tiempo, y hace rato, que no une ninguno de los puntos antes enumerados por los argumentos ya nombrados.

El Ministro de Interior de Piñera, a cargo de la represión en Chile, es Andrés Chadwick (primo del presidente) quien fue parte del gabinete de Pinochet. Foto: Prensa Presidencial de Chile

Por eso en las calles de Santiago gritan «que se vayan todos» contra una clase política, que de Piñera a Michelle Bachelet se ha visto involucrada en hechos de corrupción, y una elite empresarial que se lleva el 65% de la riqueza que producen los chilenos sin siquiera pagar impuestos. En este contexto, Cecilia Moret, primera dama de Chile, le dijo a una amiga que iban a tener que «disminuir sus privilegios» luego de relatarle que el gobierno chileno estaba siendo sobrepasado por una «especie de invasión extranjera, alienígena».

El mismo horror a la plebe en la calle que recorre los políticos y empresarios del Sur y el Norte global, aquejados por la implosión de un sistema político que ya no congenia con las necesidades de la sociedad con la voracidad corporativa.

Este 23 de abril, esa percepción fue reflejada en una nota también del Financial Times titulada«Por qué los ejecutivos están preocupados por el capitalismo», donde uno de los CEO corporativos consultados, Ray Dalio del fondo Bridgewater, simplemente dijo lo obvio: «El capitalismo puede ser reformado en conjunto, o en conflicto».

Por eso la casa de los espejos chilenos, donde cada una de las crisis regionales se observan una a otra rebotando hasta el infinito, muestra una trayectoria demasiado cruda del mundo en el que vivimos.

Dado que el primer ensayo neoliberal, sin capacidad de reinvención aparente, regresa al mismo repollo militar del que salió en 1975, luego de una breve reunión de 45 minutos entre Augusto Pinochet y Milton Friedman, como si en su ADN el único lenguaje que pudiera hablarse fuese el de una dictadura corporativa.

Tomado de Misión Verdad

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