¿Qué combustible permite a la Revolución cubana seguir en marcha, sesenta años después de su triunfo? ¿Cómo su aura emancipadora sigue dispersándose por todo el mundo, llamando a quienes sueñan con construir un orden mundial más justo?

Todavía queda mucho por hacer. Revolucionar es un proceso dialéctico. Cambian generaciones y contextos, pero la esencia permanece intacta. Cada uno de los preceptos enunciados por Fidel en su histórico discurso, el primero de mayo del 2000 en la Plaza de la Revolución, permanecen invariables:

“Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo”.

https://youtu.be/abbaXyg9EPI

Revolución hoy es transformar, defender la soberanía de Cuba en todas las trincheras, desde la industria, la agricultura, la producción, pero también desde la sociedad. El presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, convocó este 26 de julio a hacer un país mejor por nosotros mismos. “La historia nos da fuerza, nos inspira, nos impulsa y nos alienta”, agrego frente al mar de pueblo cienfueguero. Parece escucharse otra vez el eco del Comandante en Jefe cuando llamaba a “emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos”.

https://youtu.be/6WMnRf7Asz8

El discurso de la Revolución ha marcado una línea en el tiempo. Fidel, Raúl y Díaz-Canel, llevan en sí la misma ideología emancipadora de respeto por la dignidad humana, ansias de justicia y resistencia. El actual Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba, en una aproximación al significado del ideal libertario antillano, señalaba algunos términos imprescindibles. Es “democracia y participación popular, humanismo, voluntad de transformación, creatividad, innovación, compromiso, ideales y pasión revolucionaria”, enunció.

Las palabras no se pierden en el aire, ni son lanzadas al vacío. Fulguran en la continuidad de la línea histórica, desde Céspedes hasta hoy, en la permanente construcción del sistema social más justo que jamás el mundo ha conocido.

¿Qué significa la Revolución hoy, cabría preguntarse a estas alturas? No alcanzarían estas humildes páginas para abarcar tamaña obra social. Podríamos decir, quizás, que es la voluntad de luchar por un sueño, la certeza de irse aproximando a él en medio de olas turbulentas de un mar despiadado, cruel, que insiste en arrastrarnos a las profundidades. Han intentado de todo para hundirnos, pero el barco sigue su recorrido, impulsado por el brazo de todos los cubanos de bien, fieles al empeño de construir un mundo mejor.

La perfección será siempre una quimera. Tendremos cuanto podamos construir con nuestras propias manos. Cuba no está sola, pero el futuro está en la capacidad endógena de resistir y desarrollarnos. Tenemos el privilegio, la libertad y el deber de sabernos responsables de nuestra suerte. “A nuestra generación le corresponde asaltar la fortaleza de la ineficiencia económica, la burocracia, la insensibilidad, el odio. Sobre sus restos construiremos la prosperidad posible”, dijo Díaz-Canel, y no existen palabras más precisas. La meta es clara, pero el camino nos toca irlo labrando. Manos a la obra.

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