En más de medio siglo se conocen muchos personajes al servicio de los intereses más sucios de los Estados Unidos, y entre ellos está Michelle Bachelet, Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, apoyada por Washington como una pieza clave para sus planes contra naciones que no son de su agrado.

Desde que tomó posición de ese cargo, Bachelet ha desplegado acciones para condenar a Venezuela, cuando en realidad ese país es víctima de la guerra económica, comercial y financiera, impuesta por Estados Unidos para asfixiar su economía y culpar a la Revolución Bolivariana de ser un fracaso.

Cuando el presidente Nicolás Maduro abrió las puertas del país para que comprobara lo que sufría su pueblo, los actos terroristas pagados por los yanquis y las penurias a causa de esa guerra económica, Bachelet firmó un espurio informe, redactado en el Departamento de Estado de Estados Unidos, condenando al gobierno venezolano por hechos inventados, dando pie para que la Unión Europea se sumara a esa campaña.

Por si fuera poca su desvergüenza, la Alta Comisionada repite la receta con Nicaragua, describiendo una situación falsa y manipulada por organizaciones opositoras financiadas por Estados Unidos, algo previsible por ser ese país, junto a Cuba y Venezuela, el denominado “Eje del Mal”, calificado así por el presidente Donald Trump.

Quien no se respeta no puede ser respetado y por eso Michelle Bachelet será recordada como la funcionaria más dependiente de la política hostil de Estados Unidos, contra aquellos países que no se arrodillan a sus pies, y ocupará un lugar despreciable cuando se hable de imparcialidad, en cuanto a la evaluación de los Derechos Humanos.

Esa mujer que padeció de cerca las violaciones de los derechos humanos, ha pisoteado todos sus principios para mantener su puesto en la ONU y los favores del gobierno yanqui.

Si fuera realmente imparcial, tendría que redactar un informe condenando las sistemáticas violaciones de los Derechos Humanos cometidos por Sebastián Piñera en Chile, algo que no sucede en Venezuela ni en Nicaragua, pero su silencio cómplice es resultado de las instrucciones que recibe de sus jefes en Washington.

Similar actitud de ceguera y mudez, asume con Colombia y los propios Estados Unidos, países que asesinan y reprimen salvajemente a sus pueblos, pero para esos no hay condenas ni visitas para comprobar las violaciones sistemáticas de los Derechos Humanos.  

Bachelet no dijo una sola palabra para condenar las muertes y la brutal represión contra norteamericanos de raza negra, a manos de policías racistas que emplean métodos que violan los más elementales derechos civiles y humanos.

Es conocido que la policía yanqui emplea balas de goma con núcleo de metal, gases lacrimógenos, granadas explosivas, gas pimienta y proyectiles para controlar las protestas.

Según declaraciones del Dr. Robert Glatter, médico de emergencias en la ciudad de Nueva York y portavoz del Colegio Estadounidense de Médicos de Emergencia:

“Las balas de goma pueden penetrar en la piel, romper huesos, fracturar el cráneo y explotar el globo ocular; pueden causar lesiones cerebrales traumáticas y lesiones abdominales graves, incluidas lesiones en el bazo y el intestino, junto con los principales vasos sanguíneos”.

Esta acción de la política estadounidense debería ser fuertemente condenada por la ONU, el Parlamento Europea, la OEA y todas las organizaciones que dicen “defender” los Derechos Humanos, pero atacan a Cuba, Venezuela o Nicaragua, que jamás han hecho nada igual.

Ante los crímenes que acontecen en Colombia contra líderes sociales, miembros de la FARLP y el homicidio del abogado Javier Ordóñez, quien sufrió nueve fracturas en el cráneo producidas por varios policías,  los 13 fallecidos y más de 70 heridos durante las protestas populares contra la brutalidad de las fuerzas de seguridad colombiana, tampoco hay declaraciones condenatorias de Bachelet y del Parlamento Europeo, ni sanciones al presidente Iván Duque, los mandos militares y ministros, como hacen contra Venezuela, Cuba y Nicaragua. 

El colmo de la manipulación política la expresó Michael Kozak, subsecretario de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental, al afirmar que el gobierno cubano “reprimió a activistas durante la jornada de protestas pacíficas”, el pasado 8 de septiembre, día de la virgen de la Caridad del Cobre.

Mentiras para crear matrices de opinión contra la Revolución cubana, porque nadie vio las inventadas “protestas”, incitadas desde Miami, ni las “represiones policiales”.

¿Con qué moral puede Kozak puede acusar a Cuba?

La represión contra el pueblo la ejecutaba la tiranía de Fulgencio Batista, asesorada por especialistas del FBI.

Después de 1959 no se ha vuelto a ver a la policía tirotear a los jóvenes, obreros e intelectuales.

Estados Unidos gasta miles de millones de dólares para pagarle a personas, que tildan de “disidentes”, sin lograr conformar una oposición al gobierno revolucionario.

Kozak no menciona que, según declaraciones oficiales, en 2018 el FBI registró que fueron baleadas 407 personas por un agente de policía, durante una protesta popular contra actos racistas en Estados Unidos. Tampoco dice que el diario The Washington Post afirmó que, en 2019, mil cuatro personas fueron asesinadas a tiros por la policía, mientras el grupo Mapping Police Violence registró mil 99 personas asesinadas.

¿Cuándo en Cuba, Venezuela o Nicaragua han sucedido crímenes semejantes? 

¿Dónde estaba la Bachelet que no condena estas violaciones de los Derechos Humanos?

Ante de hablar de Cuba, el subsecretario de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental de Estados Unidos, debe condenar la represión despiadada acontecida en Chile, Bolivia, Colombia y en su propio país, donde aquellos que protestan son considerados “terroristas”, calificativo para enmascarar el verdadero sentimiento de esa masa, cansada de los desmanes y crímenes ejecutados por su policía, incluidas las miles detenciones arbitrarias y las celdas de castigo sin ventanas, donde encierran a los presos políticos, como el portorriqueño Oscar López Rivera, durante 35 años.

No por gusto afirmó José Martí:

“Viví en el monstruo y le conozco las entrañas”

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