En la Latinoamérica del siglo XX, en su condición de traspatio del Imperialismo yanqui, prevalecían las dictaduras militares diseñadas y financiadas por Estados Unidos.

En el presente siglo, cuando tiene lugar el segundo proceso emancipador regional, los gobiernos progresistas establecidos y sus líderes enfrentan la oposición traicionera de sistemas judiciales corruptos y manipulados, cual marionetas, acorde a los intereses del Imperialismo global.

Es por ello que los ataques, acusaciones y sanciones que hoy enfrenta Cristina Fernández no constituyen un hecho aislado, sino que forman parte de un maquiavélico complot para revertir los beneficios sociales realizados por muchos gobiernos progresistas en la región.

Lula y Dilma en Brasil, Evo en Bolivia, Correa en Ecuador, Zelaya en Honduras, por citar solo algunos ejemplos, integran esa lista de líderes que, como ella, han sido objeto continuado de estos ataques.

El caso de Fernández tiene una singularidad, tanto por el tiempo como por la intensidad de los ataques, no solo hacia su gestión, sino contra su persona, llegando incluso, recientemente, a atentar contra su vida. Hecho muy turbio, que aparentemente, solo por azar, su autor no pudo ejecutar.

Sobresale en el caso de ella que es una persona muy querida por las grandes mayorías de los desposeídos de la Argentina rebelde.

Por ello este nuevo intento de sacarla del escenario político del país, consumado parcialmente con una sanción ridícula y arbitraria, puede tener consecuencias impredecibles para el país y la América toda.

Por eso es tan importante multiplicar el rechazo a esta injusticia y la denuncia a los hechos de corrupción que implican a ese sistema político en descomposición.

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