Desde su despegue como nación, los Estados Unidos de América contrapusieron siempre al ideario de unidad e integración latinoamericana su pretensión de dominación continental, ambición plasmada el 2 de diciembre de 1823 en la conocida Doctrina Monroe, sintetizada en la frase «América para los americanos».

No fue hasta el último cuarto del siglo XIX, que esa filosofía pudo desplegarse, cuando la industria estadounidense creció como ninguna otra hasta alcanzar la condición de potencia en acelerado ascenso, con lo cual pretendía no solo la dominación del continente, sino que creaba las condiciones para lanzarse a la lucha por una nueva redistribución del mundo.

A finales de 1889, el gobierno estadounidense convocó la Primera Conferencia Panamericana, que fue el punto de partida del llamado «panamericanismo», visto como el dominio económico y político de América bajo la supuesta «unidad continental». Ello implicaba una actualización de la Doctrina Monroe en el momento en que el capitalismo estadounidense arribaba a su fase imperialista.

José Martí, quien fue testigo excepcional del surgimiento del monstruo imperialista, se preguntaba a propósito de aquella Conferencia: «¿A qué ir de aliados, en lo mejor de la juventud, en la batalla que los Estados Unidos se preparan a librar con el resto del mundo?»

Y tenía razón.

Entre 1899 y 1945, durante ocho conferencias similares, tres reuniones de consulta y varias conferencias sobre temas especiales, se fue estableciendo el avance de la penetración económica, política y militar de Estados Unidos en América Latina.

A instancias de Washington, se introdujeron por fin disposiciones que trasladaron a la OEA los postulados principales del TIAR,que hoy se trata de resucitar, por lo cual, desde su cuna, la OEA es el instrumento jurídico ideal para la dominación estadounidense en el continente.

Como hemos expresado, sobran los ejemplos para demostrar que la OEA desde su fundación ha estado al servicio del Imperialismo yanqui en su perversa ambición de esclavizar a los pueblos de América Latina y apoderarse de todas sus riquezas con el apoyo de las oligarquías fascistas de la región.

Los actos de los gobiernos lacayos de un grupo de países y el vergonzoso papel de la OEA contra la República Bolivariana de Venezuela, Nicaragua y recientemente Bolivia constituyen un nuevo intento del imperialismo norteamericano por aplicar una política de cambio de régimen.

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