Por Madeleine Sautié

Gastado de tantas lecturas sigue siéndome imprescindible aquel libro de fábulas recibido como obsequio en la niñez. Entre los textos que atesora, hay uno que a diario me advierte, tal vez por vivir tiempos en que la sordidez se encona y quiere a la fuerza ganar adeptos.

Resulta que un lobo hablaba horrores de un perro, colocándole a la reputación del can una larga cola de improperios. Una raposa, que lo oyó, se dijo a sí misma: anda que te crea un bobo, / perro a quien acusa un lobo / debe ser perro completo.

La aplastante moraleja resumía: En caso próspero o adverso / no echarás nunca en olvido, / que es elogio el más cumplido / la censura del perverso.

Si asecha la mala fe y el mundo turbio en que vivimos nos gruñe y saca las garras, apuesto por el adagio: la censura del perverso es el más certero halago. Si asumirlo no sirviera para neutralizar del todo la calumnia, al menos será de gran valor tenerlo a mano, cuando la reprimenda mancille los gestos limpios. Fácil será bajo su égida tomar partido y robustecer posturas, para jamás claudicar cuando el camino elegido se atavíe con los símbolos inconfundibles del bien. 

Hay seres para los que el equilibrio del mundo no va más allá de sus éxitos personales, circunscritos casi siempre a la solvencia material. Y los hay que, incapaces de perturbarse frente a los quejidos del planeta, optan por la indiferencia. Otros, de alma mayor, calibran la escena. Saben que no basta para estar bien el bienestar propio, y se acogen al dictamen martiano, el que niega a los hombres enteros el derecho al reposo, mientras haya una obra que hacer. Son estos los que no aceptan aquella neutralidad de la que habló Galeano, los que se resisten a los atropellos, y no consienten lo inaudito. 

A diario suceden desvergüenzas. Sin apenas sofocar las existentes, en vientres imperiales se gestan otras nuevas, contra los justos, contra los pueblos, contra las patrias. Los que evaden las causas colectivas, voltean la cara, para no ver lo que, ¡mal suponen!, no los afecta a ellos. Los otros alzan la voz, juntan fuerzas, procuran actuar.

Cuba y su Revolución sufren como nunca antes una ofensiva mediática que procura pintar la «realidad» de la Isla con tonos despigmentados que desvirtúan su verdad y la belleza de su resistencia. Para desacreditarla, mienten sobre ella, tergiversan el humanismo de sus proyectos, invisibilizan sus logros, ponen la lupa en las fragilidades, ocultan sus proezas. A falta de argumentos, cuestionan, se ensañan, manipulan, violentan, sancionan.

Ofuscados por la codicia, cercenan las alturas. Por eso procuran predisponer a los pueblos con mentiras sobre los médicos cubanos, satanizar al que ensombrezca sus avaros apetitos, demonizar a quien ose admirarnos, demeritar todo aquello que huela a humanidad.

En un mundo donde el horror está a la orden del día, las posturas rectas recibirán aullidos. Tengámoslo en cuenta, si al defender lo justo, somos mal vistos. Cuando el perverso nos juzga, es señal de que andamos bien.

Tomado de Granma

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