Por BERTHA MOJENA MILIAN

¿Cuánto puede costar la vida de un ser humano? ¿Cuánto la lejanía de la tierra que uno ama, la familia, los colegas y amigos, el centro habitual de trabajo, el barrio? ¿Cuánto valor se necesita para mirar a los ojos a la compañera o compañero de vida, a una madre o a un hijo y decir que vas de nuevo a una misión, aun a sabiendas – y  sin  expresarlo en palabras- que puedes no regresar de ella? ¿Cómo estar siempre preparados para salir a cualquier rincón del mundo y entregar tus días, tus noches, tus conocimientos, tu abrazo amigo, a quien más lo necesite, sin preguntarle que procedencia tiene, que religión profesa, de cuánto dinero dispone o a que afiliación política responde? ¿Cómo sonreírle tanto a la vida y mantener la ecuanimidad, levantar la cabeza y seguir, siempre seguir, mientras cada minuto de misión estás retando a la muerte, luego de huracanes, terremotos o en el centro de grandes epidemias y durante días, noches, madrugadas, no hay tiempo para el descanso?

Estas y muchas otras preguntas podrían hacérsele a cada uno de los que durante estos 15 años han integrado la Brigada Henry Reeve, esa que para los cubanos y para muchos en el mundo, es símbolo de altruismo, de entrega, de la más genuina expresión de la solidaridad humana; y hace mucho, diría que desde su surgimiento, dejó de ser de Cuba para ser parte de los más lejanos pueblos. 

Lo cierto es que la Henry Reeve, que hoy está cumpliendo sus 15 años, es una organización sin precedentes, cuya idea estratégica de actuación, esa en la que también Fidel tuvo un papel protagónico, ha permitido demostrar cuanto se puede lograr sin grandes recursos, en las condiciones más inimaginables, teniendo como esencia  la disposición y capacidad de los profesionales de la salud para realizar – en un tiempo breve y hasta sin mucha coordinación previa- un  despliegue territorial extenso, con hospitales integrales de campaña y misiones de terreno en los que se conjuguen  unidades quirúrgicas, cuidados intensivos, amplias posibilidades de diagnóstico, acciones en el terreno y que a su vez, cada hospital o centro de atención fuese también un centro para la promoción, la educación, la prevención, la curación y hasta la rehabilitación.

Inevitable recordar entonces a aquellos primeros 1586 profesionales que junto a Fidel soñaron e idearon lo que después se fue multiplicando en los miles y miles que se brindaron para ir a auxiliar a las víctimas del huracán Katrina en Estados Unidos. Así fructificó la gran semilla gracias a lo cual 9 mil miembros de  la brigada especializada en desastres naturales y grandes epidemias han atendido a más de 4 millones de personas en todo el mundo y han salvado, más de 89 mil vidas que de otra forma, no hubieran tenido la más mínima esperanza. Aquellos primeros 729 hombres y 857 mujeres, con una edad promedio de apenas 32 años, en su mayoría especialistas en MGI e intensivistas, gran parte de ellos con dos especialidades médicas, algunos con dos o tres misiones internacionalistas en su carrera y listos nuevamente para partir, llevaban en sus mochilas y en su corazón, lo que la Revolución, el sistema de salud y de enseñanza cubano les había inculcado: por encima de todo había que salvar vidas.  

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Fidel – como siempre – sabía lo que decía, había ido al futuro, quizás hasta nuestros días, y les decía aquel 15 de septiembre de 2005 a los galenos cubanos reunidos en la Ciudad Deportiva de La Habana, que la tarea que fuese necesario asumir en cualquier rincón del mundo o en nuestra propia patria, debía tener siempre una respuesta valiente y digna al llamado de la solidaridad. Por eso los calificó como “defensores de la salud y de la vida, vencedores del dolor y de la muerte”.

 “Nosotros demostraremos que hay respuesta a muchas de las tragedias del planeta. Nosotros demostramos que el ser humano puede y debe ser mejor. Nosotros demostramos el valor de la conciencia y de la ética. Nosotros ofrecemos vida”, dijo. Y señaló así el camino que los ha traído hasta aquí, como fieles defensores del derecho humano a la salud y a la paz, a una vida digna. 

Durante estos años, 71 brigadas médicas especializadas han estado en las primeras líneas de combate, donde más se ha necesitado: 20 han enfrentado desastres naturales (8 en zonas de inundaciones, 7 en terremotos y 5 en huracanes), 3 fueron a África a combatir la terrible epidemia del ébola, 2 combatieron el cólera y 52 han sido destinadas en los últimos meses a combatir la COVID-19 en 39 países. Cada uno de los hombres y mujeres de la Henry Reeve han merecido el reconocimiento y el respeto de millones de personas en los 22 Estados de América Latina y el Caribe, los 5 países de Asia y Oceanía, las 13 naciones de África Subsahariana, los tres países de África Norte y Medio Oriente, los tres estados de Europa  y los 5 territorios no Autónomos en que han estado. Ellos no necesitan ver sus nombres en monumentos, no piden nunca grandes agasajos y sus méritos nada tienen que ver con vanidades o ambiciones. Ellos saben bien de qué lado estar: el de la razón, el deber y la entrega, el de la ética y la profesionalidad, el del humanismo sin límites que les permite curar no solo con medicinas y un pensamiento estratégico, sino también con las más sinceras sonrisas, las más limpias de las miradas, con la humildad con la que también enseñan y aprenden.

De cada una de estas misiones, estos cubanos y cubanas han regresado siendo mejores profesionales, revolucionarios y seres humanos. Ellos sienten como suya cada idea, cada orientación, cada reflexión y cada alerta de Fidel aquel día inicial en que también, se gestaba la esperanza por el mundo mejor que creemos posible. Los hechos han demostrado que no se trata de frases vacías, de ideas frías, que en las convicciones y sentimientos que defienden, que en las vidas que salvan, está la esencia misma de lo que son, lo que los ha traído hasta aquí y lo que deben seguir defendiendo para el futuro. 

Vuelvo a mi pregunta inicial: ¿Cuánto puede costar la vida de una persona? Nada puede pagarla, como nada paga lo que han hecho nuestros médicos por el mundo, ni las horas lejos de su familia, de los seres queridos que han perdido en la distancia, los riesgos enfrentados, los días de interminable desvelo y cansancio, las lágrimas solo compartidas con la almohada. Fidel siempre tuvo la razón. Nuestros médicos, científicos, enfermeras, técnicos, especialistas, todos los que enarbolan hoy la salud cubana dentro y fuera de la Isla, demuestran, entregan y hacen brotar lo mejor del ser humano. Y aunque aún queda mucho camino por recorrer, la Henry Reeve lo cumplió.

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