La avaricia por el dinero

Es normal escuchar en los noticieros estadounidenses a los senadores y representantes afirmar que, al día siguiente de ser electos, comienzan a buscar financiamiento para su reelección.

En las películas y series de televisión estadounidenses, cuando se habla de campañas electorales, siempre vemos que los comandos de campaña tienen, como tarea fundamental, conseguir recursos económicos. Inclusive, cuando en la trama necesitan imprimir algo de drama, siempre sucede que algún grupo retira el financiamiento lo que amenaza con impedir finalizar la campaña.

Nadie obtiene un cargo de elección popular en los Estados Unidos si no cuenta con exorbitantes sumas de dinero.

El pueblo no importa, importan los dólares.

Por eso, es una plutocracia.

Un imperio fascista sediento de sangre

Esta secular avaricia por el dinero de los círculos de poder norteamericanos, de los que Donald Trump es un claro exponente, han convertido a esa nación en un imperio fascista sediento de sangre.

Así, las operaciones bélicas en Siria por parte de Estados Unidos y sus aliados, mantienen la política de hostigamiento y desestabilización del gobierno de Bashar al Assad.

Bajo la coartada que se combate a Daesh, son la expresión crónica de la política exterior estadounidense.

Política que suele plantear, en el plano internacional, la resolución de sus problemas internos. Generando con ello cohesiones frente a enemigos reales o inventados de tal forma de levantar la imagen, no sólo del presidente estadounidense sino también de su partido político y de esa forma tratar de primar en la cámara alta, teniendo una mayoría tal que no cuestione las políticas implementadas durante su cuestionada administración.

Es un juego interno, que repercute trágicamente en la vida de miles de personas en zonas del mundo donde esa política exterior estadounidense se manifiesta con muerte y destrucción.

No es casual que las intervenciones de los gobiernos estadounidenses en terceros países, ya sea en forma directa como fue en Irak y Afganistán o a través de la estrategia de Barack Obama del Leading from Behind, son claros antecedentes de elecciones presidenciales o de representantes parlamentarios y en ese contexto, el complejo militarindustrial estadounidense suele jugar un papel fundamental, en el marco de las nuevas estrategias globales, donde los enemigos de ayer no son los mismos de hoy.

Pero se les ataca con la misma saña.

Una sociedad manipulada y vigilada 

Cuando en diferentes épocas de la historia de los EE.UU. a alguien o a un grupo de ciudadanos se le ha ocurrido salirse del carril, inmediatamente los tres poderes supuestamente independientes (legislativo, ejecutivo y judicial) han cerrado filas y se han convertido en una maquinaria represiva integral .

El Congreso ha hecho las leyes, el poder ejecutivo las ha firmado y el poder judicial ha puesto a cada uno en su lugar. Más claro, ni el agua.

Con el establishment no se juega.

Pasó cuando la Guerra Civil, pasó en la Gran Depresión de los años treinta y también pasó cuando la Guerra contra Vietnam, y ahora hay señales de que está pasando bajo  el gobierno de Donald Trump.

Si teoricamente el ciudadano norteamericano tiene un espacio libre en donde moverse sin tener que pagar las consecuencias, la realidad es que ese espacio se ha ido estrechando cada vez más y ahí están las fuerzas represivas para indicarle a los ciudadano que no se pasen de la raya. Después de los criminales ataques terroristas del 11 de septiembre, los tres poderes se volvieron uno y empezaron a estrechar aún más el pequeño espacio que tenían los norteamericanos.

No creo que la famosa Ley Patriótica fue aprobada solamente porque haya estado gobernando en esos momentos un selecto grupo de la ultraderecha reaccionaria de este país.  Estoy seguro que algo bastante parecido hubiese sido implantado aunque los liberales hubiesen estado ostentando el poder.

En derechos civiles, la limitación es exagerada. Es como si todos los ciudadanos de ese país fueran hoy sospechosos de ser terroristas. Los ejemplos de los casos individuales en los que esas exageraciones han ocurrido han sido innumerables.

A medida que la brutalidad policial se generaliza, los afrodescendientes, los latinos, los emigrantes y otras minorías son víctimas de ello.

En las grandes ciudades, en casi todas las intersecciones, existe una cámara de seguridad que vigila el andar de los ciudadanos, iguales a las que existen en todos los supermercados, centros comerciales, edificios de oficinas, etc., etc. Desde que uno sale de la casa está vigilado. En la vía pública, uno es un delincuente en potencia.

Pero ¿qué es lo que está pasando en el interior de la casa? Pues lo mismo.

Las llamadas telefónicas son monitoreadas, las veces que llamas a un número telefónico aquí  o en el extranjero y si lo creen necesario, lo que hablas en esas llamadas, el Internet controlado y todas las páginas sociales que se han abierto en los últimos años se han convertido en el juego de video de un “gran hermano” que te vigila hasta cuando duermes.

De esta forma, los Estados Unidos se han transformado poco a poco en una sociedad de zombis que son manipulados con la ayuda de los medios de comunicación, para que ignoren la enajenante realidad en la que viven.

Entonces, si la precitada vigilancia y represión de la población mundial y norteamericana ocurre constantemente a todos los niveles institucionales, ¿de qué son campeones los imperialistas yanquis? ¿Con que moral le dan lecciones y les exigen a otros países?

Lo que debería hacer el gobierno de EE.UU. es acabar de admitir públicamente que todos los gobiernos tienen el derecho de crear y defender sus propios sistemas y que nadie es mejor que nadie para criticarlos.

Al respecto pienso que por ahora es difícil que ello ocurra, pues en realidad el gobierno de los Estados Unidos, lejos de ser una verdadera democracia como cacarea, no es más que la feroz tiranía de una insaciable oligarquía sedienta de sangre, riquezas y poder.

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