Recordemos que estamos viviendo en una era en la que Donald Trump pudo ser elegido –y casi reelegido– presidente del país-potencia más desarrollado del planeta y, en el caso que nos ocupa, en un mundo donde hasta un Jair Bolsonaro ha ejercido como mandatario –y quiere volver a serlo– en Brasil, la mayor nación de América Latina.

Es la pretensión de una derecha recalcitrante, que se aferra a que una opacidad mental se apodere de quienes, a la hora de votar, no tengan presente cuánto daño económico, social, ético y otros, ha provocado una administración cuyo líder quiso parecerse tanto al expresidente estadounidense que hasta se vanaglorió de que lo llamaran el «Trump del trópico».

En ese contexto se llegó al conocido «primer debate» –según las reglas electorales–, previo a los comicios del próximo 2 de octubre.

Cuando el escenario del show mediático corrió sus cortinas, los candidatos más próximos a ser elegidos salieron al ruedo a conquistar, más que todo, a esa mayoría de indecisos o no convencidos, que pueden inclinar la balanza hacia uno u otro bando.

Solo dos de los aspirantes, Jair Bolsonaro y Luis Inácio Lula da Silva, aparecen con posibilidades de acuerdo con las encuestas.

Bolsonaro, conocedor de la distancia que lo separa de Lula, quien marcha en primer lugar con un 47 % de las preferencias, mientras él solo tiene un 32 % de aceptación, se apresuró en usar la misma arma de las acusaciones de corrupción contra el líder del Partido de los Trabajadores (PT), que se esgrimieran en las elecciones pasadas.

No podemos olvidar que en aquella oportunidad los encargados de hacer «justicia» en los tribunales brasileños, optaron por alinearse con Bolsonaro y, a través de las más burdas mentiras, llevaron a Lula a prisión, a la vez que lo apartaron del derecho a optar por la presidencia de Brasil, que por el nivel de preferencias que tenía, era seguro vencedor.

Pero la vida demostró que Lula era inocente y había sido castigado injustamente, a la vez que ha ido desnudando a un Bolsonaro, involucrado no solo en temas de corrupción, sino responsable de la catástrofe sanitaria que vive el país y que, por su actitud arrogante y apartada de toda ética, Brasil ha sido la nación de la región con las cifras más negativas en cuanto a contagiados (34 368 909) y fallecidos (3 193 540) por la COVID-19, hasta el pasado 27 de agosto.

Por si algo faltara en el expediente de Bolsonaro, durante su mandato la cifra de personas que padecen hambre en su país ascendió a más de 33 millones.

Las grandes privatizaciones, la guerra que hizo, desde el mismo día que tomó el poder, contra la colaboración médica cubana que llevaba la atención de salud a los más apartados parajes de la geografía brasileña, y su conducta alejada del reclamo del pueblo, constituyen elementos que de seguro tendrán en cuenta los votantes.

A su vez, el cercano recuerdo de la gran obra de Lula, tanto en lo económico como en lo social, la salud, el trabajo y otras áreas, no puede ser obviado por ese mismo pueblo que fue su beneficiario.

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