Tener sobre sus hombros la responsabilidad de un país bloqueado, perseguido y asfixiado, que ha enfrentado limitaciones económicas que hubieran puesto de rodillas a otro hace mucho tiempo, no le impidieron caminar otra vez con la sonrisa permanente en el rostro por las calles de su Santa Clara; la misma que lo vio crecer y formarse como un hombre de bien, heredero genuino de la generación que nos hizo libres.

Díaz-Canel regresó por unas horas a su tierra, no como el Presidente de la República de Cuba, si no como candidato a diputado para representar a su pueblo ante la genuina democracia que nos distingue: la Asamblea Nacional del Poder Popular.

Regresó como un santaclareño más, como el hijo que vuelve a sus raíces para oxigenarse y renovar fuerzas, como el vecino, el hermano, el amigo, que viene a escuchar a los suyos, a conocer sus más profundas preocupaciones, sus más queridos sueños, a intentar echarles una mano a aquellos con los que compartió siempre alegrías y tristezas.

El Primer Secretario del Comité Central del Partido, en medio de las lógicas responsabilidades y compromisos como candidato a integrar el Parlamento, dejó a un lado los protocolos y fue una vez más el amigo de los jóvenes de preuniversitario, de ciencias médicas, de la UCLV nuestra, compartió con ellos las “selfies” y los abrazos, aclaró sus dudas y agradeció su confianza.

Sufrió en ese silencio que solo los padres sienten y padecen, que un joven ciego no tenga la máquina de escribir más moderna para superarse, para aprender, porque un maldito bloqueo no deje derribar barreras y vencer algunos obstáculos.

Llegó también hasta los barrios, hasta los Consejos Populares, esos que conoce de memoria, esos que recorría incansablemente lo mismo en bicicleta que a pie, cuando aquel joven castaño y delgado le dio el pecho al crudo Período Especial, al frente de una provincia que se convirtió en su desvelo.

Estos días fue, como siempre, el hijo humilde de su gente, a quienes abrazó en el Parque Vidal como en aquellas noche juveniles de serenata y trova alrededor de la glorieta, con quienes rió ante bromas, a quienes prometió con la seriedad que lo caracteriza, que el gobierno continuará haciendo todo lo posible por mejorar la vida de los cubanos.

Volvió a tocar la puerta de sus vecinos de toda la vida, esos que vieron correr y crecer a sus hijos; preguntó otra vez por los techos, los baches, por los salideros, por el alumbrado público, los bancos del parque del barrio, las condiciones de trabajo en las farmacias, en los consultorios, en las escuelas.

Abrazó de nuevo a esos con quienes compartía el “buchito” de café de la mañana, averiguó por los hijos y nietos que ya no están en el mismo barrio o en la misma ciudad, agradeció ser recibido como lo que es: un cubano más, que intenta a cada minuto hacer lo mejor por y para los suyos.

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