«Del libro de Cinco Palmas a Santiago»

El 13 de agosto de 1958, Fidel cumple 32 años. Celia Sánchez, con la sensibilidad que la caracteriza, le prepara una sorpresa. Francisco Escalona Martínez, uno de los que comparte el agasajo, narra lo sucedido esa mañana bien temprano.

(…) Celia nos reúne a todos los que estamos en la casa de Bismark, en Las Vegas de Jibacoa, donde campa con frecuencia la Comandancia General del Ejército Rebelde. Somos unos cuantos entre ayudantes, transeúntes y habitantes permanentes. En voz baja nos dice que tiene preparada una sorpresa para el Comandante, y necesita que estemos atentos y presentes cuando él se despierte. Su dinamismo nos asombra siempre, y en este momento tratamos de adivinar, en las miradas que intercambiamos, todo lo que hay de secreto en la sorpresa anunciada.

Celia vigila el sueño del Comandante. Está impaciente y ansiosa porque se despierte, pero a la vez cuida porque no se haga ruido o alguien hable demasiado alto. Cuando cree conveniente o tal vez notando la expectativa despertada en nosotros, se acerca de nuevo y nos explica:

-Hoy es el cumpleaños de Fidel y tenemos que alegrarlo celebrándolo.

Hace una seña de que esperemos y se dirige hacia otra parte de la casa. Luego regresa con dos cajas de cartón. En la cocina abre las cajas. En la grande aparece un hermoso key adornado con abundante merengue y de la pequeña extrae velitas que va colocando.

Ya el asombro está expresado en el brillo de todos los ojos. A la vista de tan apetitoso manjar nuestras glándulas salivales se reactivan, las tripas se alborotan. Nos tocamos en los hombros unos a otros y señalamos hacia la caja grande estirando los labios y enarcando las cejas. Nos hemos transformado en muchachos golosos.

-¡Un “key” …!

-¡Con velitas…!

-¡En plena Sierra…!

Y Celia mandando a callar. Se pone en movimiento hacia donde duerme el Comandante. Sus pasos son suaves y silenciosos, amortiguados por las blancas alpargatas que calza y que contrastan con su uniforme verde olivo.

Estamos como hipnotizados, haciéndonos la boca agua y tratando de adivinar sabores.

Celia se demora unos segundos y regresa agitada.

-¡Ahora, vamos pronto…!

Comenzamos a encender las velitas. Sin esperar a que estén todas prendidas, Celia toma el “key” con ambas manos. Todavía se detiene un segundo más para decirnos lo que vamos a cantar. Antes de llegar a la puerta del cuarto hace una parada y mira hacia atrás para ver si todos la seguimos. Penetramos, y ella es la primera que rompe a cantar en voz baja. Nosotros la imitamos elevando las voces para inundar de alegría el cuarto del Comandante.

Los aplausos, la risa, el júbilo. El Comandante se sienta en la cama sin dejar de mirar el “key”. Se pasa una mano por la cabeza.se toca la barba; y riendo como un muchacho grande, emocionado, exclama:

-¡Oye…! ¿Pero yo cumplo tantos años…?

(…) Ahora su alegría es contagiosa y nos lleva a la conclusión de que vale la pena cualquier sacrificio para disfrutarla. Los observamos bien, sigue sentado en la cama y se inclina para soplar las velitas. Hace un comentario desconfiado, como vislumbrando una broma, y sin dejar de reír, cuenta las velitas hasta cerciorarse de que no hay más de treinta y dos.[1]

Por esos días, los ánimos estaban elevados pues el Ejército Rebelde había vencido en Las Mercedes, y con ello, derrotado la ofensiva de verano que Batista había lazado contra ellos en la Sierra. Se preparaba entonces la invasión a occidente de las columnas de Camilo y Che, para comenzar el tramo final de la  lucha guerrillera…


[1] Caner, Acela y Eugenio Suárez: De Cinco Palmas a Santiago, Verde Olivo, La Habana, 2006, Pp. 274-275

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